Revista Cultura y Ocio

Libertad, qué bonito nombre tienes. Transparencias, diálogo y trincheras

Publicado el 05 enero 2017 por Sonia Herrera Sánchez @sonia_herrera_s

A raíz de los debates –bastante encarnizados, debo decir– que ha desatado el vestido que llevaba Cristina Pedroche durante las campanadas de Nochevieja, me voy a “arriesgar” a dar mi opinión porque considero que el tema de fondo va mucho más allá del vestido de marras.

Hace tiempo que la inmediatez se ha convertido en uno de los grandes males del periodismo y la comunicación. Paradójicamente, la respuesta inminente a los acontecimientos es una rémora para un periodismo verdaderamente transformador, analítico y comprometido. Ya dice el refrán que “las prisas nunca son buenas consejeras” y, con más tino incluso, nos advertía Mafalda: “Lo urgente no deja tiempo para lo importante”.

No podemos convertir nuestros blogs o los medios con los que colaboramos en barras de bar y plataformas de cuñadismo como ciertas tertulias televisivas. No podemos simplificar los mensajes. Hace falta contexto, matices, grises, argumentos, empatía, responsabilidad, diálogo… Cuando todo ello brilla por su ausencia y no abordamos la complejidad del debate y nos dejamos llevar por la descalificación zafia y el “y tú más”, gana el patriarcado y, como escribía hace unos días mi amiga y colega María Castejón, “muere una unicornia”.

Los feminismos son diversos y hace tiempo que comprendimos (¿o eso solo queda para las clases de teoría feminista?) que debían ir mucho más allá del sujeto mujer homogéneo. Por ello, me da grima y me entristece que no sepamos ver como una riqueza la diferencia de opiniones dentro del feminismo y que no sepamos aprovechar el conflicto como una oportunidad para alcanzar consensos.

Dicho todo esto sobre la necesidad de diálogo y sosiego, vuelvo al vestido y las transparencias. El pasado día 3 de enero, Mariano Beltrán escribía lo siguiente en El Huffington Post en respuesta –aunque a mi entender no era antagónico al suyo en absoluto– a otro artículo publicado en el mismo medio por Yolanda Domínguez: “Por favor, dejad que Cristina Pedroche se ponga lo que le salga del coño, no os ha pedido vuestra opinión. Vuestra moral a modo de catecismo no funciona con las mujeres libres. Dejad de pensar por las mujeres, dejad de pensar como hombres”.

Vaya por delante que coincido con Beltrán en su defensa del cuerpo y en su crítica a la moralina y al puritanismo, pero echo en falta en su artículo la “reflexión serena y profunda” que él mismo reclama, al igual que me sobran generalizaciones cuando habla del feminismo académico.

Por eso me dan miedo las arengas en nombre de la libertad, hermosa palabra que a menudo utilizamos para barnizar nuestras opiniones, pero sin hacer ningún tipo de autocrítica… Será mi deformación profesional y mi obsesión por los estudios culturales, pero ¿de verdad creemos en una libertad absoluta exenta de condicionamientos culturales, económicos, psicológicos, sociales, éticos, morales, físicos, ambientales…? ¿De verdad? Ojalá, ojalá fuéramos así de libres. Ojalá tomáramos todas nuestras decisiones desde una burbuja aséptica, desde una tabula rasa… Me parece una fantasía alucinante, pero yo no conozco esa libertad. Para acercarnos siquiera un poquito a ese espejismo, lo menos que podemos hacer es reconocer esos factores que nos han hecho cómo somos e intentar deconstruirlos, pero no es fácil.

No me ofende para nada el cuerpo de una mujer desnuda ni en bañador, como tampoco me ofende el burkini ni una falda hasta los pies o el maquillaje o unas piernas sin depilar. Pero al menos admitamos desde dónde tomamos las decisiones…

En mi caso, por ejemplo, confieso que la presión estética hizo muy buen trabajo durante muchos años y me cuesta aceptar el michelín de la barriga y los pelos en las axilas. Me gusta llevar escote porque me veo guapa y me enorgullezco de haber mostrado mi cuerpo desnudo en plena avenida María Cristina de Barcelona para una de las fotografías masivas de Spencer Tunick porque fue una experiencia estupenda que viví junto a grandes amigas, pero al mismo tiempo tampoco me produjo ningún tipo de urticaria ponerme la melfa que me regalaron con tanto cariño cuando fui a los campamentos de refugiados y refugiadas saharauis hace algunos años. También me maquillo a veces y me encantan los labios pintados de rojo y los ojos ahumados de kohl. Por el contrario, odio llevar tacones –mi escoliosis lo agradece– y me repatea que los pantalones de mujer no lleven bolsillos o que no haya forma humana de encontrar unos pantalones vaqueros cortos con los que no enseñes medio culo. ¿Eso me hace más o menos feminista? ¿Quién reparte los carnés hoy? ¿Me pido un feministómeto para Reyes?

Y sigo haciéndome preguntas sobre mí, sobre la Pedroche, sobre todas: ¿eligió Cristina ese vestido porque le pareció una preciosidad y le apetecía enseñar cacha a pesar del frío meseteño de los Madriles o eran “exigencias de guión y de contrato”? ¿Las azafatas llevan tacones porque les parece el calzado más cómodo para un vuelo transoceánico? ¿Me compro el Somatoline ese porque soy libre de hacerlo o no hacerlo o porque me cuesta desprenderme de la gordofobia imperante y porque todos los mensajes de los medios me dicen que el cuerpo correcto es el de la Pedroche? ¿Quién fue el c… que se inventó la frase “para presumir hay que sufrir”? ¿Me tiño porque me encanta cambiarme el color del pelo de vez en cuando o lo hago en un intento de huir de esa vejez que no triunfa nada en nuestra sociedad gerontofóbica? ¿Trabajo por la mañana porque me entusiasma levantarme temprano –no, ni de coña– y lo hago libremente o porque ese es el horario que debo hacer? ¿Nos hemos acostado siempre con quien hemos querido o alguna vez hemos cedido al chantaje y a la presión? ¿Todas las mujeres que se prostituyen lo hacen porque quieren o porque desde pequeñas se nos enseña que si vienen mal dadas siempre tenemos ese recurso? ¿En nombre de la libertad –y del neoliberalismo, por supuesto– todo es mercantilizable? ¿Se puede encontrar –o al menos buscar– el equilibrio entre el abolicionismo que infantiliza a las trabajadoras sexuales empoderadas y el regulacionismo que hasta cierto punto edulcora y uniformiza la prostitución? Y las preguntas no tienen fin…

Porque ahí está el meollo, el quid de la cuestión, la madre del cordero. Cuando hablamos de sexualidad y reproducción y también de cuidados, crianza y trabajo reproductivo nos colocamos a uno u otro lado del ring de boxeo y a la mierda la sororidad y el diálogo y el “visca, visca, visca, la lluita feminista” y todas esas cosas tan bonitas que ondeamos cada 25 de noviembre y 8 de marzo. Y lo que necesitamos precisamente es más reflexión y encuentro.

Así que, por favor, antes de sacarnos los ojos en Twitter entre nosotras mismas recordemos siempre aquella frase erróneamente atribuida a Voltaire que en realidad acuñó su biógrafa, Evelyn Beatrice Hall: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Si lo olvidamos, retrocedemos, nos ponemos palos en las ruedas, perdemos pistonada y nos disparamos en el pie. Mientras tanto, los Sostres, los Lynch, los León de la Riva y los Pérez Reverte de todo el mundo se frotan las manos.

PD: Se ha hablado mucho del vestido, pero en serio, ¿a nadie le chirría esa capa tan patria estilo capote de torero que llevaba encima?


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