Revista Cultura y Ocio

Libreros de plástico y de papel

Por Eltiramilla

Hay dos tipos de libreros: los de mentira, a los que llamo “de plástico”, y los de verdad, a los que llamo “de papel” con todo mi cariño, respeto y devoción.

Libreros de plástico y de papel

Los libreros de plástico son seres aburridos que se quedan detrás del mostrador como unos pasmarotes. Si fueran dibujos animados tendrían los dedos gordos, vestirían colores apagados y sus cejas estarían repeinadas. Sólo sirven para decir “Hola, buenas” cuando alguien entra por la puerta, para cobrar lo que se compra y para estar ahí de pie, muy estirados y con una sonrisa de pega, pensando en la hora de echar el cierre. Y es que los libreros de plástico son libreros de mentira porque no trabajan en una librería por el hecho de que amen los libros; no los adoran ni los reverencian, no chillarían de espanto si me vieran doblar las esquinitas de las páginas como sí harían los libreros de papel. Los de plástico están ahí porque les pagan por vender libros, y tanto les daría si un día les dijesen que deben ponerse a vender sardinas en lata, pulseras de guisantes o patillas de gafas de sol.

Los libreros de papel son la otra cara de la moneda, el yang del yin, el alfa del omega… Estos son los de verdad, a los que crees cuando te dicen “Hola, buenas”, los que no muestran sonrisas de mentirijilla estilo el Joker de Batman. Los libreros de papel son el mejor amigo de todo lector y trabajan en una librería porque tienen que comer… pero también porque aman los libros. Se interesan por lo que llega a la tienda y lo ordenan con mimo y sabiduría. Saben que en ese pasillo tienen los novelones románticos, que en el estante de ahí arriba guardan libros de cocina y fotografía, que en esa cestita de ahí tienen marcapáginas y papel de regalo, que en el pasillo que está más al fondo aguardan con paciencia los clásicos, que al lado están los ensayos más áridos, que subiendo la escalera esperan los libros de texto y para aprender idiomas en sólo treinta días, y que cerca de los superventas está la literatura juvenil. Los libreros de papel lo saben todo de su librería. Conocen todos sus rincones, todas sus esquinas. Saben dónde hay polvo, dónde teje la araña, dónde está esa novelita y dónde dejaron aquella. Te recomiendan libros. Reconocen cada sonido de la librería, hasta el crujir de las páginas viejas, y escuchan lo que tengan que decir los libros. Así de mágicos son los libreros de papel. Tan mágicos y maravillosos que, por desgracia, son una especie en extinción. De hecho, hasta diría que las propias librerías están empezando a desaparecer, sustituidas por simples tiendas de libros.

Libreros de plástico y de papel
Y así pasa, que lo habitual es toparse con libreros de sonrisa plastificada y cerebro de burbujas. Como, por ejemplo, la chica que trabaja en la tienda de libros de mi ciudad. Hace unos días tuve que decirle que La noche del cazador, de Nalini Singh, no debía estar en la sección de literatura juvenil (sección, por cierto, en la que no se diferencia entre literatura infantil y juvenil: está todo mezclado y patas arriba, como si los cuentos de Teo o Dora la exploradora y Los juegos del hambre fueran para los mismos lectores). “¿Ah, no”, me preguntó muy sorprendida. Amablemente le expliqué que no, “ah, no”, que en La noche del cazador hay asesinatos y sexo salvaje y caliente. La librera de plástico me contó que “como la portada se parecía a esas de los libros para adolescentes que se publican ahora, creía que era juvenil”. Su deducción no era tan descabellada, pero no haber investigado un poco más la convirtió en una librera de mentira. ¿Qué habría pasado si algún jovencísimo lector de Cazadores de sombras o Vampire Academy se hubiera llevado la obrita de Nalini a casa?

Además, los libreros de plástico están en la inopia. Un día, haciendo tiempo, se me ocurrió entrar en una librería situada en plena Puerta del Sol. Fui directa a la librera, que todavía no sabía si iba a ser de plástico o de papel, y le pregunté por la sección de literatura juvenil. Se tomó su tiempo para pensar y al final me respondió “no nos queda de eso, lo siento”. Le di las gracias y me fui de allí, dándole vueltas al “no nos queda de eso”. A los días descubrí que toda la planta de arriba de esa librería estaba dedicada a la literatura infantil y juvenil.

El mundo necesita más libreros de papel. Porque vender libros sin que te importen un pimiento es tan triste como una lámpara sin bombilla, un lápiz sin mina o un plato de lentejas sin trocitos de patata. Los libreros de plástico deberían aprender del nuestro, que es de papel: tiene escritas unas cuantas milongas que tal vez puedan interesarles.


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