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Liliput (i)

Publicado el 08 abril 2011 por Anarod
Todo empezó a propósito de Schopenhauer, la primavera pasada.
Había quedado con Martin en los aledaños del CCCB para asistir a algo y, como se retrasaba, no tuve más remedio que entrar en la librería anexa y...
Un libro portátil, fragmentario, que no me obligue a nada, pensé.
Aquella tarde (crepuscular) empecé a leer aquel atormentado (y cáustico) "diario", que me acompañó varias semanas (especialmente en verano) y que, en fin, no es lo que se llama una lectura complaciente. Veamos, por ejemplo, esta entrada, la 21 (que elijo un tanto al azar, de entre las marcadas):
Como el respeto decrece en proporción al incremento de la confianza, debido a que las personas vulgares suelen despreciar todo aquello que no les cuesta trabajo alcanzar, uno debe sobreponerse a la tendencia natural a la sociabilidad y esforzarse en dosificar cuidadosamente la confianza...
Y cita luego Schopenhauer a nuestro Gracián y su regla número 177 -"Escusar (es decir, precindir de) llanezas en el trato- y me digo que...LILIPUT  (I)
Pero no es cuestión de añadir desaliento (pesimismo), con la que está cayendo.
Más allá de la anécdota, lo que importa es su consecuencia: desde entonces no quedo con nadie sin introducir previamente en el bolso una lectura, por si acaso...
Desde la pasada primavera, pese a que cuando salgo intento evadirme y dedicarme a mirar o escuchar sin pensar, como suelo culminar esas jornadas ociosas con alguna cita, y quedo a la intemperie, me llevo un libro, por si acaso. No vaya a ser que se produzcan desencuentros imprevisibles, que sí.
Por ejemplo: Me fui (por primera vez: la mano es la mano) a las jornadas de Kosmópolis.
Partí bien predispuesta un viernes veintitantos de marzo, cuando ... CLAUDIO MAGRIS, CLAUDIO MAGRIS..., exclamó entusiasmado un (muy buen) alumno, Julio Harrison, que acudía con mucho margen de tiempo y al que encontré en los aledaños del CCCB mientras yo aprovechaba la luz de la tarde para leer en la zona "chill out" de la cafetería... Ante mi sonrisa algo escéptica, me dijo:
-No lo he leído, a Magris, pero me leí a Steiner, como me recomendaste aquella vez en tu despacho.
(Fue este pasado febrero, de modo que no me quejo, ¡qué va!)
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Bien, queridos... No voy a atentar contra Magris, pero sucede que lo he leído de arriba abajo, y "El Danubio" me sigue pareciendo incontestable, pero ya había ido a escucharlo en una ocasión anterior (también en diálogo fraternal con Josep Ramoneda) y...
No basta con bombardear (acústicamente) al personal para... Así que cuando por enémisa vez le oí hablar de Schlegel a propósito del incierto presente e improbable o negro futuro que nos aguarda, decidí abandonarlos y seguir con mi particular festín.
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Estaba en una sala adicional (no en la grande, no había llegado a tiempo) y me saqué mi librito:
Grandes borrachos daneses, de Lars Bang Larsen e Ignacio Vidal-Folch, una hilarante parodia de... muchas cosas, entre otras de las citas eruditas que aquí van firmadas por Martin in Amish, Huñlebeck, Guy de Bore, S. E. Bald... et altri (todos grandes popes), más la formidable indagación amagada en el título.
(De la habilidad de Vidal-Folch para la parodia y el pastiche creo haber hablado aquí en alguna anterior y lejana entrada, así que no reincidiré.)
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Y seguí leyéndolo mientras hacía cola, a la espera de escuchar a Eduardo Lago y Vila-Matas.
Pero no os voy a hablar de aquella performance, porque o se ha presenciado o...
¿Cómo describir al policía Giménez, o reproducir su brillante -¿por naïf?- intervención?
Al salir me encontré con otro excelente alumno, Paco Antúnez. Charlamos brevemente y le prometí fotocopiarle algún texto vilamatiano que trataba de... encuentros sublimes


Sí voy a hablaros, en cambio, de los libros que desde entonces, y por las razones expuestas, me han acompañado, pues es lo cierto que una de las mayores satisfacciones que me concedo es salir de una librería con seis u ocho títulos sin sentirme arruinada.
Así que esta primavera errática me entrego a estas lecturas breves, algunas shandy, y casi todas imborrables.
Por ejemplo, releí (lo supe cuando empecé, pero no antes, pues lo había leído en el inmenso tomo de los "Cuentos", hace unos años, y así a bote pronto, no lo tenía tan claro) Amo y criado, de Tolstoi (recién rescatado en la nueva colección Alba Brevis). La nouvelle (más que relato) es muchas cosas: una pequeña crónica épica de baja intensidad, una road-novel avant la letre y... claro está, la personal reflexión tolstoiana sobre la condición social y humana y demás, con sus habituales temas sobre las relaciones del propietario ruso y los mujiks o el sentimiento de piedad.
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Además, se imponía una lectura de la obra por parte de nuestro Clarín ("Amo y criado. Último cuento de Tolstoi, La Ilustración Española y Americana, 8 de julio de 1895), a la que había vuelto por mis clases de Máster ("Cervantes en la literatura española moderna y contemporánea). En ese ensayo Clarín nos advierte de que Amo y criado parece "una simple narración realista de costumbres rusas, con sus ribetes de sátira", que recuerda algo las correrías del héroe de Gógol en Almas muertas, pero Clarín ve/va más allá, y nos revela la filiación cervantina (y específicamente quijotesca) en la relación entre amo y criado: entre el rico y sanchopancesco comerciante Brejhunoff y el pobre Nikita, el criado, soñador a su modo y creyente: "Un Quijote por dentro, un idealista con harapos, sin discurso de la Edad de Oro que él no sabe que ha existido..."
¡Ah, Clarín! Conviene releerlo, siempre.
FOTOS DE TOSTOY Y CLARÍN (seguidas y pequeñas)
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Luego me entregué a otro ruso de mi devoción: el perturbador Gonchárov.
Lo descubrí a partir de su clásico Oblómov (1859) (hay múltiples ediciones), un libro de referencia, y cada vez que se traduce algo de él, me lanzo. Por ejemplo, Una historia corriente (1847), en Alba Clásicos, y Ninfodora Ivánovna (Amaranto, 1999) me han acompañado otras veces.
Pero he de hablar de estas tardes primaverales y de las formas/formatos breves.
El mal del ímpetu (1838), de Goncharov (Minúscula, 2010) me proporcionó unas horas de placer inenarrable porque... sadismo... pensaba en mis futuros alumnos de Romanticismo (a ver si me leen y no se me matriculan) al leer esta hilarante crónica narrada por un perplejo (y preocupado) narrador que, amigo de Nikon Ustínovich -Oblomov avant la letre, dado que se lo describe como criatura que "rara vez salía de casa y a fuerza de vivir en posición horizontal adquirió todos los atributos del haragán: una panza enorme colgaba majestuosamente de él y..."- se desvelaba por las pasiones -el mal- de los Zurov: una familia amiga que se entregaba (y sacrificaba) al mal/pacer del Wanderlust, incluida la abuela nonagenaria que "poseía una cualidad por la que los pobres humanos estarían dispuestos a pagar un precio tan alto como la mutilación o la parálisis", ya que en todo momento, la abuela "podía predecir el tiempo y, por lo tanto, desempeñaba el papel de barómetro casero viviente".
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Toda la nouvelle es una magnífica parodia de los grandes ítems de la sensibilidad romántica: los paseos edificantes y saludables o el muy germánico Wanderlust (aunque aquí conviene recordar a Wordsworth), el contacto con la Naturaleza y la experiencias místicas, la relación con los lugareños... cuando sucede en un bodegón que... ejem, ejem.
Y como buen relato de aventuras, hay un epílogo que da cuenta de lo sucedido dos años después, y aún más tarde.
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Estoy meditando si el próximo curso, a mis alumos de Romanticismo, les pondré un trabajo comparativo sobre "El mal del ímpetu", de Goncharov. Será más llevadero, en cualquier caso, que algunos de los que les ponen mis sublimes colegas, aún no sé con qué propósito, y que rezan así, obligatoriamente:
"La estética de Kant, Hegel o Aristóteles (por este orden) en alguna obra literaria".
SOS. ¡Bolonia!
También me leí estos días un librito adquirido en la librería del Thyssen, en un viaje relámpago a Madrid: El arte de los jardines modernos, de Horace Walpole (Siruela, 2005).
Es una delicia y permite, de un modo muy ameno y natural, ilustrar el cambio estético del XVIII al Romanticismo, cuando el trazado a compás de Versalles y otros parques incipientes -la regla, el orden, lo uniforme- tan mal casaba con el maridaje con la Naturaleza que propugnaba los artistas románticos.
En su librito Walpole documento el espino camino de una subversión que él aplicaría en su propio jardín de Strwberry Hill.
¿For ever?
P.D. Ya os hablaré de mi jardín astur, al que habremos de aplicar cierto compás, qué remedio.

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