Revista Literatura

Lo justo

Por Alberto Yoan @albertoyoan

Untar el pan es uno de los actos más cotidianos que hago desde que vivo en España. No es que en Cuba no hubiera pan, la libreta de abastecimiento da a cada cubano un pan diario y alguna que otra vez comprábamos barra de pan por cinco pesos para untar con lo justo, claro.

Eso cuando había para untar, lo más común era un poco de aceite y sal, o en el mejor de los casos una mayonesa casera hecha por mi madre con la poca papa que venía a la bodega. De hecho, allá en Cuba no le decíamos untar, eso lo he aprendido de este lado del mundo, donde se unta el pan con ganas, y aunque llevaré pronto cinco años por España, sigo pensando -a veces, lo confienso- con la mentalidad de pobre, del que no sabe si tendrá para comer mañana y “rebaña” el recipiente del paté hasta verlo sin nada.

Lo mismo me pasa con la ducha, recuerdo que una vez fue noticia que un político español se bañaba con poca agua. En el reparto donde vivía en Cuba, había dos horas de agua diaria, una por la mañana y la otra en la tarde. Todos en la casa nos bañábamos con un cubo de agua y la ducha fría era para los valientes, aunque ciertamente en el eterno verano de mi tierra apetecía alguna vez.

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Tres pares de zapatos en Cuba era un lujo. Con uno para la escuela o trabajar, y otro para salir por la noche, ya estábamos despachados. Mi madre y mi padre, con salarios de oficinista y militar, hacían cuanto podían para calzarme a mí y a mis dos hermanos. Y a ellos por supuesto. Hoy miro mi zapatero y la cifra se ha multiplicado por tres o cuatro, aunque manías de la vida, diariamente uso unos hasta verle la suela rota.

Hay cosas que no cambian, pese al paso del tiempo y las mejorías. Las dudas, el saber si es justo o no cuánto tengo y cuánto gasto, frente a quienes no tienen, ni gastan, supongo que seguirán ahí, aunque en las próximas rebajas se me olviden de facto.


Archivado en: Personales, Sin categoría Tagged: Cuba, España, Sociedad
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