Revista Arte

Lo que centra nuestra atención, lo que al Arte determinará ya nuestra mirada.

Por Artepoesia
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¿Por qué miramos algo antes que nada; que otra cosa, incluso? Los creadores diseñan así su pequeño universo creativo; determinando ya, antes de empezarlo siquiera, cuál será el motivo central hacia donde dirigirá el observador su mirada al pronto. Inevitablemente, además. ¿Dónde se centrará la atención ajena, qué cosa primará en su creación, qué sentido principal gobernará la elocuente mirada de los otros? Todas estas cosas nacen ya de la inicial inspiración artística. Es la mágica y artificial manera de seducir los ojos de los otros, de satisfacerlos en su nativa, primigenia, básica, irracional también, subyugante, y autónoma forma de reaccionar ante lo desconocido y armonioso del Arte.
Unas veces, con la representación del motivo principal albergando todo el escenario creador, aunque destacando algo, especialmente si ésto es diferente, embriagador por su exotismo, maravilloso por su reconocimiento físico de lo que es. Aquí, el pintor alcanza una sutil genialidad al compartir esta parte atrayente con el sentido fundamental de la obra. Eugene Delacroix consigue, con su lienzo Jaguar atacando un caballo, fijar nuestra mirada en el felino, que sube amenazador ahora hacia el jinete, y, unidos ya en un solo cuerpo, presentar sin distracción posible la figura emblemática, la única, la central, la arrebatadora, la que completa y justifica toda la obra.
Otras ocasiones, cuando el autor no deja siquiera opción a nada más que mirar lo que hay. Todo lo demás, es la nada. Aquí se observa, con curiosidad surrealista, esta creación de Dalí, impropia incluso de él, por su clasicismo y por un claroscuro utilizado más en otras tendencias anteriores. Pero, aquí, genialmente, el pintor español surrealista nos fuerza sin forzar, nos obliga sin obligar, nos ayuda a no distraernos de otra cosa que no sea el objeto representado. Sin embargo, Dalí no decepciona. Él siempre tratará de sorprender a quién lo busque. Aquí, en su obra Mejor la muerte que la deshonra, determinará que los ojos conecten pronto con la mente cognitiva, que, a pesar de no distraer con otra cosa, alcanzaremos a encontrar luego el misterio de su hallazgo.
Luego, ante la grandiosidad de un genio, y de su creación interesante de una época en donde la enseñanza se lastraba con el gesto violento de otro esfuerzo, el extraordinario Goya nos presenta ya una majestuosa escena, cargada de elementos, compuesta con partes diferentes de un concepto: el aula dieciochesca de una escuela. Aquí, una multitud de niños descolocados, diferentes, con su pequeña historia cada uno, representan gran parte del conjunto. Sólo el maestro, descentrado, hierático, justifica ahora toda la sentencia. Pero, sin embargo, no es él, ni los niños, ni el aula oscurecida, destartalada y primitiva lo que nos roba la mirada; no, es el trasero de ese niño castigado. Aquí, Goya nos desnuda a nosotros, a los que vemos su obra. Ahora, sólo es esa escena, inconfesablemente, la que nos traiciona ya, la que nos atrae, inevitablemente, la mirada.
Más adelante, una extraordinaria obra de Thomas Cole, creador norteamericano que utilizó el paisaje para expresar aún más de lo que éste podía representar. En su lienzo El buen pastor dibuja a éste y su oveja en un pequeño plano integrado en la grandiosidad de su paisaje. Él y su sagrado animal son, inicialmente, el motivo de la obra, pero no es realmente lo que atrae los ojos del espectador encantado. Ahora son las montañas, el cielo crepuscular, el contraste de su exuberante paisaje lo que se adueña de la mirada.
Después, en los lienzos postimpresionista e impresionista de Seurat y Renoir vemos ahora otra cosa. En el caso de Seurat, una obra que nos separa claramente las figuras atrayentes, las que aparecen en un primer plano, señaladas frente a las demás, aunque éstas sin embargo son las iluminadas, las proyectadas por la luz frente a las principales, que están ahora oscurecidas, sombreadas en un efecto magistral que no las margina, sino todo lo contrario, las presenta majestuosas, justificadoras, ante nuestros deslumbrados ojos.
Es Renoir, el gran maestro impresionista, quien consigue la genialidad más asombrosa con su obra El molino de la Galette. Aquí, en este grandioso lienzo, se obtiene algo difícil de realizar en una pintura multitudinaria, en una creación llena de personajes diferentes, situados en distintos planos, alejados incluso del lugar más principal. Ahora, todos se ven, todos son importantes, nuestra mirada está absorbida por cada rostro, cada silueta, cada forma, cada sensación. Esta es la inspiración más elaborada, la genialidad que consigue aquí el creador: no centrar la mirada sino en todo, en cada uno, y en la multitud, en cada parte y en su totalidad.
(Óleo del pintor romántico francés Eugene Delacroix, Jaguar atacando un caballo, de 1855: Cuadro Mejor la muerte que la deshonra, 1945, del pintor surrealista Dalí, Fundación Gala-Dalí, Figueras, España; Lienzo de Goya, La letra con sangre entra, 1777, Museo de Zaragoza, España; Óleo El buen pastor, 1848, de Thomas Cole; Cuadro puntillista de Seurat, Tarde de domingo en la isla de la grande Jatte, 1884, Museo de Chicago, EEUU; Óleo de Renoir, El molino de la Galette, 1876, Museo de Orsay, París.)

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