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Lo que voy a contar, parecerá cosa de cuentos, pero quiero decirles que es totalmente real. Vivía en las afueras de la ciudad, en un lugar donde abundaban las plantas, era un bosquecillo hermoso en el que gustaba pasarme la mayor parte del tiempo.En el cazaba todo tipo de insectos, a los trece años me convertí en un experto preparando trampas de todo tipo y logrando capturar avecillas y otras de buen tamaño que generalmente dejaba en libertad.Por la noche me fascinaban los insectos luminosos, esos que en el campo nosotros conocemos como cucuyos y cuyo nombre es el de luciérnaga. Los animalillos destellaban en la oscuridad y me daba a la tarea de atraparlos por docenas y meterlos en una botella, teniendo por un buen tiempo mi propia linterna, a la que sacudía para hacerla brillar con mayor intensidad.En una de mis tantas correrías, cazando a los pobres e indefensos animalitos, me sorprendió ver a uno de tamaño descomunal que brillaba intensamente en la oscuridad; me quedé perplejo, nunca había visto algo de ese tamaño y que alumbrara tanto; me le acercaba y huía, era tan veloz que no tenía ninguna posibilidad de atraparlo con mi red mariposera. Ganaba altura fácilmente y se desplazaba con la rapidez de un abejorro.Pronto me di cuenta que gustaba de la miel de los tulipanes y que se tomaba su tiempo de flor en flor. De allí tuve la idea y por la mañana recolecté cientos de tulipanes y con paciencia extraje de cada flor toda la miel que pude. Esta miel brillaba en una tapa de refresco que utilicé como recipiente, era muy poca, pero me parecía lo justo para atraer a mi presa.Esta miel la deposité en una caja de zapato, a la que fabriqué con tijeras y navaja, una puerta que se abría y cerraba, la abría con un cordel, y al soltar este cerraba rápidamente al trabajo de dos resortes. La pinté de verde oscuro por fuera y por dentro la coloree con lindas flores, en especial con un gran tulipán que a mi parecer era tan fresca como si fuera real.Coloqué la caja en el mismo lugar, donde había visto al gran insecto brillando como si fuera un foco, aseguré la caja en el ramaje, para que pareciera que era parte de la misma planta. En un instante de inspiración, dejé dentro de la caja, mero en el fondo, un pequeño frasco que contenía algunas luciérnagas y me dispuse a esperar la noche y la llegada de la pequeña bestia luminosa.Apostado detrás de un árbol, mantenía cogido el cordel, si el insecto llegaba y entraba en la caja, sólo tendría que tirar con fuerza y la pequeña puerta ce cerraría, y yo, habría cazado al cucuyo gigante.Ya me desesperaba cuando lo vi venir, brillando y titilando en la oscuridad como un gran lucero, iba de flor en flor y el brillo de las luciérnagas capturadas lo atrajo irremisiblemente y fue directo a la trampa. Primero giró suavemente dos o tres veces, pasando de largo una y otra vez, luego se mantuvo inmóvil frente a la mortal trampa y de un salto entró en ella.Tiré del cordel y un ligero golpe me anunció que la puerta se había cerrado. Emocionado, tomé la caja y corrí rumbo a mi casa; la guardé debajo de la cama, e impaciente esperé a que amaneciera, ya que temía, con fundado temor, que escapara.Por la mañana me encontraba solo, estaba de vacaciones y mis tíos no se encontraban en casa. Meticuloso me apropié de un cúter y una lupa, con el cúter pensaba abrir cuidadosamente por la parte superior, una ventana, por donde podría observar al bicho con la lupa, en el mismo lugar colocaría una tapa de plástico trasparente, para facilitar mi tarea de observación.Así lo hice, fui cortando por los lados, hasta levantar con cuidado el cartón; el enorme insecto estaba quieto, había pensado que zumbaría e intentaría escapar, pero se mantuvo inmóvil, hecho un ovillo; llegué a temer que hubiera muerto. Armado con la lupa y un pequeño palo lo molesté suavemente, volví a picarlo otra vez y nada. Acerqué la lupa y mi ojo para tratar de verlo mejor, el insecto cobró vida y pude verlo claramente. Un insecto de forma humana con cuatro alas transparentes como las libélulas; su pequeño rostro, horrible de demonio me pareció verlo sonreír, fue cuando sopló en mi cara un polvo brillante que me dejó ciego. No pude ver más; mis tíos me llevaron al hospital, donde lograron salvar uno de mis ojos, precisamente el que cubría con la lupa.Ahora estoy tuerto y tengo veintiséis años, estudie un posgrado en entomología; investigo a los insectos, por más que he buscado, no he logrado dar con una criatura semejante, pero no pierdo las esperanzas y seguramente, algún día lo atraparé y probaré al mundo que las hadas existen, pero no son las criaturas adorables de los cuentos, si no verdaderos demonios.