Revista Cultura y Ocio

"Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnett

Publicado el 13 enero 2016 por Juancarlos53

Este breve, emotivo y poético libro pertenece por derecho propio al grupo de obras sobre el duelo que irremisiblemente sigue a la desaparición de los seres más queridos. Los hijos son quienes en el corazón de sus padres ocupan el lugar de máximo amor.


Según iba leyendo las cuatro secciones de la obra que Piedad Bonnett escribió para asumir la desaparición de su hijo Daniel (I. Lo irreparable; II. Un precario equilibrio; III. La cuarta pared; y IV. El final: El duelo) acudían a mi memoria de lector otras obras que tocan este mismo asunto. Concretamente dos resonaban con fuerza en mi interior: "Mortal y rosa" de Francisco Umbral, por la poesía que destila la prosa del padre sorprendido por el proceso que a su criatura de apenas 9 años conduce irremisiblemente hacia lo irreparable; y "Paula" de Isabel Allende, por la contundencia y desnudez insólitas con que la autora muestra las fases de la enfermedad de la persona más querida por ella. Este asunto de revisar el proceso vital del desaparecido para intentar encontrar explicación plausible al fatal desenlace me ha recordado la actualísima "También esto pasará" de Milena Busquets, y también en cierto sentido la ya clásica obra de C.S. Lewis "Una pena en observación".

La autora construye su relato apoyándose en su experiencia de experta lectora. Son numerosísimas las referencias a autores que han dejado por escrito su vivencia de la dolencia mental, semejante a la que aquejaba a Daniel, y los irrefrenables impulsos que le llevarían finalmente a suicidarse. Destaca de entre todos ellos la americana Sylvia Plath y su magnífica novela autobiográfica "La campana de cristal" [leer reseña aquí], pero también Julián Barnés- de quien nada he leído hasta la fecha- cuya reflexión sobre los impulsos suicidas padecidos por él tras el fallecimiento de su mujer a consecuencia de un tumor cerebral resulta para la Bonnett de lo más clarificador.

Como se ve, pues, no es la primera vez que alguien echa mano de la escritura para reflexionar a través de ella sobre lo que le acaba de suceder. Y tampoco será la última pues la literatura, la gran literatura, -y Piedad Bonnett en mi opinión construye un gran libro- ha sido utilizada por no pocos excelentes autores como vehículo de escape y terapia. La misma escritora colombiana cierra su obra con esta reflexión sobre el porqué de haberla escrito:

"Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme." (pág. 131)

No hay que pensar que la autora encuentre malsano placer en este recorrido reflexivo por los aledaños de la vida de su hijo Daniel. No hay en este libro alusiones macabras, ni regodeos funerarios a los que con frecuencia nos lleva la cultura religiosa que impregna nuestra vida desde el mismo momento de nacer. No, para nada. Piedad Bonnett se enfrenta a lo irreparable desde un convencido agnosticismo que rehúye el culto a los muertos que percibe en los cementerios, razón por la que incinerará los restos de su hijo. Pero lo anterior no es óbice para reconocerse dentro de una sociedad que utiliza las ceremonias religiosas como mecanismos de relación social, razón por la que en Bogotá acudirá al funeral que en honor a su hijo sus familiares organizan. Y es que con criterio la autora reflexiona que " siempreme ha parecido idiota el aire altanero del ateo que hace alarde de su ateísmo " (pág. 37).

Como se ve en la alusión anterior, en el libro hay, al hilo del asunto tan profundo, serio y personal que se trata, alguna que otra alusión crítica a la sociedad . Así ante ese funeral la escritora comenta lo siguiente:

"El sacerdote, un hombre joven que queriendo parecer simpático y desenvuelto me ha hecho bromas insulsas y extemporáneas antes del oficio, repite vaguedades y lugares comunes sobre Daniel, y a la hora de la homilía cuenta anécdotas triviales que aspiran a parecer sabias. Pienso en la patética decadencia de la Iglesia, en el triste despojamiento de sus ritos, en la pobreza cada vez mayor de sus símbolos" (pág. 37)

Otro tanto sucede cuando buscando remedio a una crisis de la enfermedad de su hijo sobrevenida en Lima, lejos de su patria, ella y su marido llegan a despreciar al médico psiquiatra del " hospital pobre, sin recursos" limeño al decirle a éste que cambiarán al enfermo a " una clínica tradicional de Lima" donde les " atenderá un médico muy apreciado ":

"Laura menciona el nombre del médico que va a tratarlo. Vemos la contrariedad en la cara del psiquiatra, tal vez la humillación. Con una sonrisa irónica dice que los nombres altisonantes de la aristocracia criolla (y el de aquel doctor lo es sin duda) a él no le significan nada. Que hagamos lo que nos dé la gana" (pág. 78)

Pero por encima de cualquier atisbo de denuncia social (que alguna hay como he señalado antes) creo que " Piedad se critica a sí misma y autoanaliza su propio comportamiento como madre. De fondo he creído percibir la auto manida pregunta que cualquier padre o madre se hace ante el fracaso filial (y la muerte es un fracaso -el final de todo- definitivo): ¿En qué nos hemos equivocado?". Es una pregunta equivocada, saducea, pero cualquiera que haya tenido en sus brazos una nueva vida y durante años la haya alimentado, dirigido, educado, cuidado, no puede evitar hacérsela. Por eso la Bonnett insiste con amor en los momentos de vivencia en común con Daniel:

"Salíamos de vez en cuando a comprar un pantalón o una camisa y gozábamos en la escogencia".

O sea ella ha sido madre como cualquier otra y Dani, un hijo como tantos hay. Pero vivir no da seguridades y cualquier cosa puede suceder:

"Lo atroz -y también lo maravilloso- de nuestras vidas es que están parapetadas sobre lo aleatorio, lo gratuito, lo caprichoso" (pág. 64)

La tercera parte del relato -" La cuarta pared"- es de título ambiguo. En principio al leerlo pensé en la cuarta pared teatral, esa pared invisible que separa -y une- la escena con el patio de butacas, la ficción representada con la realidad de los espectadores que asisten a la función. Pero no, aquí, aún teniendo con esta expresión teatral cierta relación, "cuarta pared" es " esa que el suicida levanta frente a sus ojos para reafirmarse en su sensación de atrapamiento". En definitiva, para el suicida esta pared no tiene nada de invisible, para él es cierta, real e imposible de traspasar. La escritora en esta tercera parte intentará a partir de los fragmentos que unos y otros -y ella misma también- le proporcionan reconstruir el puzle que llevó a Daniel a suicidarse, o sea, busca la explicación plausible. Pero debe renunciar a encontrarla:

"Yo lo amaba lo cuidaba, de esa manera elemental y sin embargo entrañable en que las madres amamos y cuidamos a nuestros hijos: Dani, no bajes las escaleras en medias. Te encargué el libro por Amazon. Mejor no lleves el carro. Te traje vitaminas. [...]
Pero ningún amor es útil para el que ha decidido matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para no perder la fuerza. Incluso, una de las razones para escoger ese final es que nuestro cariño le pese demasiado" (pág. 119)

La enfermedad que padecía Daniel es la misma que tuvieron otros muchos suicidas famosos como Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik, artistas y poetas como en parte lo era él; y esta enfermedad no era otra que la depresión provocada por el trastorno bipolar, dolencia que exige disciplina en la toma del medicamento que no puede abandonarse so riesgo de lo inevitable. A Daniel como decía Julián Barnés describiendo su propia experiencia, al dejar la medicación sus pensamientos se disocian, se alteran:

"'Yo, o incluso YO, no produzco pensamientos; los pensamientos me producen a mí'. En otras palabras, Yo soy mi cabeza. Ahí reside la integridad de mi personalidad, lo que soy. Pero ahora mi personalidad está dividida. Estoy habitado por otro, y ese otro recuerda, desgraciadamente, al que en verdad soy. No puedo ser ni uno ni otro. Sin droga, no soy yo. Con drogas, dejo de ser yo. Yo mismo soy la cuarta pared" (pág. 116).

Piedad Bonnett es poeta reconocida y construye esta obra con un lenguaje poético en prosa que en algunos momentos, breves, deja paso a la expresión en verso, como en éste titulado

La autora y madre del chico que decidió poner fin a su vida recuerda conversaciones fugaces con su hijo en las que éste le confesaba " que veía pasar gente a su alrededor [...], que el mundo le enviaba sutiles mensajes que debía descifrar". Por ello ella utiliza la prosa poética para intentar penetrar en la realidad vivida por su hijo Daniel pues, dice:

"No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder "leer" las señales del mundo para luego "traducirlas" en ritmos y en imágenes". (pág. 50)

Recomendación
Una lectura muy recomendable, pues al tiempo que aborda un asunto penoso pero inevitable cuando sucede, -el de la muerte y el posterior duelo-, lo hace desde la plena aceptación de la vida, integrándolo dentro del propio vivir.
La literatura, y en especial el lenguaje poético, es utilizado por la autora para acercarse más y mejor al inescrutable interior de quien sufre de bipolaridad.


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