Revista Sociedad

Los alimentos como un bien comun: el discurso esencial de la transicion alimentaria

Por Jose Luis Vivero Pol

Los alimentos como un bien comun: el discurso esencial de la transicion alimentaria

Dried Persimmons by Shenghung Lin (Flickr)

 La privatización de las necesidades esenciales: comer, beber y respirar
Los seres humanos necesitamos solo tres elementos esenciales que nos proporciona el planeta Tierra: alimentos, agua y aire. Deberían ser gratuitos y garantizados para todos, al menos la parte necesaria para subsistir, y sin embargo solo el aire es gratis por ahora. Los alimentos han sido totalmente privatizados y el agua ha sido un bien público hasta el siglo XX y está ahora en medio de un acelerado proceso de privatización y apropiación. Estoy convencido que el aire también será privatizado durante este siglo, a medida que lo contaminemos cada vez más, y antes de 20 años tendremos que pagar un impuesto por respirar. De hecho, los mecanismos de secuestro de carbono del protocolo de Kyoto y el mercado de cuotas de contaminación con CO2 son pasos iniciales para valorar en términos económicos y privatizar un espacio común (la atmosfera) para el beneficio de unos pocos.     Sin embargo, no siempre ha sido así, pues la consideración de los alimentos como bien público o bien privado va cambiando con el tiempo, al ser un entendimiento común o contrato social entre los miembros de una sociedad en un momento determinado. Tanto la distinción clásica de bienes públicos y bienes privados en el campo de la economía[1]como su posterior tratamiento político[2]de bienes comunes globales y nacionales son contratos sociales y no características inherentes a los propios bienes. Es decir, que dependiendo de nuestro sistema de valores, relación con los recursos, sistema de propiedad y modelo político, podemos considerar a los alimentos como un bien exclusivamente privado, exclusivamente público o un hibrido entre ambos. El sistema capitalista, que ha conseguido establecerse como el paradigma económico y social dominante en los primeros albores del siglo XXI, se desarrolla sobre una consideración casi religiosa del derecho inalienable a la propiedad privada, una fe inquebrantable en las leyes del mercado y una supremacía del individuo sobre el grupo. Y en esa línea, la privatización total de los alimentos se ha consumado en la segunda mitad del siglo XX, con el desarrollo de un sector agro-alimentario industrial basado en la mecanización de las actividades agrícolas, la utilización de agroquímicos derivados del petróleo, el transporte de los alimentos a través de grandes distancias y la apropiación de la información genética a través de las patentes. Nuestra economía de mercado no ha sido modelada por la sociedad, sino al revés: nuestra sociedad ha evolucionado para adaptarse a los valores y las necesidades del mercado. Ya no cooperamos para co-existir, si no que competimos para sobrevivir. Luchamos para conseguir un bien esencial para nuestra supervivencia como es la comida.
El sistema alimentario mundial no cumple su función: alimentarnos a todos equilibradamente y de manera sostenible
Más de la mitad del mundo come en formas que dañan su salud, bien por exceso bien por defecto, y por ello el hambre y la obesidad están de moda en los debates políticos, económicos y sociales. La obesidad y la desnutrición afectan a 2300 millones de personas en el mundo[3], con más de 500 millones de obesos[4] y 868 millones de personas desnutridas[5]. A pesar de años de esfuerzos internacionales en la lucha contra el hambre, el aumento de los ingresos nacionales brutos y la disponibilidad de alimentos per cápita, el número de personas que padecen hambre se ha reducido a un ritmo muy lento desde 2000 (sólo 4 millones de personas por año) y la cifra absoluta de personas que padecen hambre está aumentando en los países desarrollados, el Cercano Oriente y África. Para empeorar las cosas, la crisis de precios de los alimentos de 2008 y 2011 empujó a 153 millones de personas a la pobreza extrema y el hambre[6]. En la actualidad, se estima que hay 314 millones de niños menores de cinco años con desnutrición crónica[7].Y no solo en el Sur Global, pues ya tenemos hambrientos en los países europeos, España entre ellos, y Estados Unidos, donde más de 45 millones de personas reciben asistencia alimentaria a través de programas federales[8]. El hambre es el mayor contribuyente mundial a la mortalidad materna e infantil, pues 3,5 millones de personas mueren cada año por causas relacionadas con el hambre[9], de los cuales 2,6 millones son menores de cinco años[10]. El sobrepeso y la obesidad por otra parte están detrás de la muerte de 2,8 millones de personas[11], y las tendencias son bastante preocupantes para los próximos años, donde se espera que haya 1120 millones de personas obesas en 2030[12]. En oposición a la creencia común, la mayoría de las muertes por hambre no ocurren en situaciones de emergencia humanitaria (como la reciente hambruna del Cuerno de África), sino que se producen a diario en los países relativamente estables y medianos ingresos[13]. Con millones de personas que mueren de hambre en un mundo de abundancia, nadie puede poner en duda la necesidad de un cambio del modelo de producción agro-industrial y de la narrativa que lo acompana. .
Los alimentos como un bien común: desarrollando la nueva narrativa
Los alimentos deben ser considerados como un bien común, cuya producción sostenible y su justa distribución sea responsabilidad de todos nosotros, y no solo de las empresas agroalimentarias o los agricultores privados. Esta idea ya es sugerida por la soberanía alimentaria y los movimientos alimentarios alternativos están empezando a dar forma aunque todavia de manera muy incipiente. Actualmente, el poder adquisitivo determina la cantidad y calidad de alimentos que cada persona consume. Tanto dinero tienes, tanto comes, y si no tienes dinero suficiente, lo cual es un hecho corriente en casi mil millones de personas, pues no comes. Al ser considerados un bien exclusivamente privado, solo el acceso a través de la producción propia (usando insumos privados) o de la compra me garantiza ingerir los nutrientes que necesito.
Durante cientos de miles de años los alimentos y el agua fueron ampliamente considerados como bienes comunes, ya que la naturaleza proporcionaba alimentos en forma de frutas silvestres, raíces, hojas, animales, peces, frutos de mar o agua corriente en los ríos. Aunque los alimentos son intrínsecamente rivales (todo lo que te tragues ya no puede ser comido por otra persona) y puedes excluir a una persona de comer, su abundancia y la renovación de las existencias excedían con creces las necesidades humanas. En ese momento, los alimentos se consideraban bienes comunes. Luego vino el desarrollo de la agricultura sedentaria, la apropiación de tierras comunales y su transformación en tierras comunes, la privatización del agua de riego, la estabulación del ganado en granjas mecanizadas, la mecanización de las labores agrícolas, el transporte de productos fuera de temporada, las patentes de las semillas y la homogenización total de los productos alimentarios. Todo esto trajo consigo una privatización casi total de los medios de producción y de los propios alimentos. Sin embargo, esta industrialización de la producción de alimentos no consiguió acabar con el hambre, que sigue afectando a casi 868 millones de personas, a pesar de producir suficientes alimentos para poder alimentarnos todos correctamente.
Desafiar el paradigma dominante y reconstruir desde los movimientos locales
Con objeto de proporcionar una base sólida para la transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles y articulados en torno al productor y al consumidor, en lugar del intermediario, debemos reconsiderar la naturaleza de los alimentos como un bien exclusivamente privado y reconstruirla como un bien común, que sea a la vez una necesidad, un derecho humano, un factor cultural y un producto comercializable[14]. Numerosos aspectos relacionados con los alimentos son ya considerados como bienes comunes, por ejemplo los bancos de atunes en aguas internacionales, los frutos silvestres como las setas o los espárragos trigueros, las recetas de cocina, los conocimientos agrícolas tradicionales de los campesinos, las normas de inocuidad alimentaria o las semillas de variedades criollas no patentadas, pues nos benefician a todos y no son excluyentes o rivales[15].
Si los alimentos fuera considerados bienes comunes, las implicaciones para la gobernanza del sistema alimentario mundial serían enormes, con ejemplos que van desde la negociación del comercio de alimentos fuera del marco de la OMC (organización que trabaja exclusivamente con bienes privados)[16], la prohibición de la especulación financiera con los alimentos o la revisión de algunas reglas de comercio alimentario, mas adaptadas a la producción de alimentos industriales y homogéneos que a la producción de alimentos naturales y diversos.
Otro aspecto de vital importancia seria la promoción de nichos locales donde se pudieran llevar a cabo acciones colectivas de producción y consumo de alimentos, combinando reglas de mercado, regulaciones públicas y acciones colectivas voluntarias. Un ejemplo cercano y bien estudiado por la recientemente fallecida Elinor Ostrom, premio Nobel de economía en 2009 por sus extensos trabajo sobre gestión colectiva de recursos comunes, es el sistema de regadíos de la huerta valenciana, gestionado desde hace siglos por un Tribunal de Aguasque funciona la margen de la regulación estatal o de las reglas de mercado. Este tipo de iniciativas acortarían las cadenas alimentarias, redundarían en un comercio de proximidad, valorizarían la producción de temporada y los productos locales, devolverían la especificidad cultural a la comida, acercarían al productor y al consumidor, y garantizarían que nadie se queda sin comer por no tener dinero suficiente. Esta gobernanza tri-céntrica (grupos, mercado, estado) ya se está desarrollando en muchos países, tomando forma de Community-Supported Agriculture en Estados Unidos[17], Groupes Alimentaires en Belgica[18], o Grupos de Consumo Ecologico en Espanha[19]. Estas iniciativas establecen circuitos locales que acortan las distancias entre producción y consumo, y reconocen y valorizan la cultura alimentaria local, siendo además resilientes a la inestabilidad de precios de alimentos en el mercado nacional e internacional, maximizan la cantidad de productos frescos y son más baratos y más sostenibles. Desde hace años, asistimos a un desarrollo espectacular de estas iniciativas ciudadanas, mayoritariamente a nivel local o urbano, aunque todavía están poco articuladas y no tienen una visión común de cambio del modelo. Pero las redes sociales, su éxito económico y el cambio de hábitos alimentarios de la población concienciada pueden impulsar que estos nicho locales se conviertan en el motor de la transición hacia un sistema alimentario más justo y más sostenible, más saludable y menos necesitado de los combustibles fósiles para su supervivencia.     
En un plano más filosófico, hay que reconectar el campo con la cocina. La gastronomía como ciencia de la alimentación, con la agricultura como la ciencia de la producción de alimentos. Hay que poner el sistema alimentario al servicio del ser humano, de su felicidad y de su salud. Tenemos que re-conectar la cultura de comer productos naturales con la ciencia que trata de cómo producirlos, procesarlos y distribuirlos de manera sostenible. Durante una buena parte del siglo XX han tomado caminos separados, y los conocimientos científicos se han aislado de los saberes culturales. Por eso la gastronomía ha sido secuestrada por los ricos, los entendidos y los sibaritas. Se le ha robado al pueblo llano la cultura gastronómica y se les ha despojado de la idea de que comer produce felicidad.
Debemos cambiar la idea de que el alimento es un bien exclusivamente privado, como un auto o un televisor, y considerarlo como un bien público (gobernado por un sistema poli-céntrico) y esencial (necesario en cantidades adecuadas para todos los seres humanos). Podemos vivir sin autos, pero no sin comer, beber ni respirar. Piensen sobre ello cuando les pongan el primer impuesto sobre el aire. Y no digan que no les avisé.  


[1] Samuelson, P.A. (1954). The Pure Theory of Public Expenditure. The Review of Economics and Statistics, Vol. 36, No. 4, pp. 387-389. Ver Eecke, W. (1999). Public Goods: An Ideal Concept. Journal of Socio-Economics 28: 139-156.[2] Kaul, I., P. Conceição, K. Le Goulven & R.U. Mendoza (eds.) (2003). Providing Global Public Goods: Managing Globalization. Oxford University Press, New York. DOI: 10.1093/0195157400.001.0001[3] GAIN (2013). Access to nutrition index. Global Index 2013. Global Alliance for Improved Nutrition. http://s3.amazonaws.com/ATN/atni_global_index_2013.pdf   [4] Stevens, G., G. Singh, G. Danaei et al. (2012b). National, regional and global trends in adult overweight and obesity prevalences. Population Health Metrics 10 (22): 1-16.[5] FAO, WFP & IFAD (2012). The state of food insecurity in the world. Economic growth is necessary but not sufficient to accelerate reduction of hunger and malnutrition. FAO, Rome.[6] World Bank (2012). Global Monitoring Report 2012: Food Prices, Nutrition and the MDGs. Washington D.C.[7] Stevens G. et al. (2012a). Trends in mild, moderate and severe stunting and underweight, and progress towards MDG 1 in 141 developing countries: a systematic analysis of population representative data. The Lancet 380 (9844), 824-834.[8] Congressional Budget Office (2012). The Supplemental Nutrition Assistance Program. April. http://www.cbo.gov/publication/43175[9] Black R et al. (2008). Maternal and child undernutrition: global and regional exposures and health consequences. The Lancet 371(9608), 243-260.[10] UNICEF (2011). Levels and trends in child mortality. UN Inter-agency Group for Child Mortality Estimation, New York.[11] WHO (2012). Obesity and overweight factsheet # 311. World Health Organisation. http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs311/en/[12] Kelly, T., W. Yang, C-S. Chen, K. Reynolds & J. He (2008). Global burden of obesity in 2005 and projections for 2030. International Journal of Obesity 32: 1431-37.[13] Gross, R & P Webb (2006). Wasting time for wasted children: severe child undernutrition must be resolved in non-emergency settings. The Lancet, 367: 1209–1211.[14]http://www.academia.edu/1442742/Governing_transition_towards_post-carbon_resilient_food_systems_legal_ethical_and_governance_challenges[15] Vivero, J.L. (2013). Food as a commons: reframing the narrative of the global food system. http://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=2255447[16] Rosset, P (2006). Food Is Different: Why the WTO Should Get out of Agriculture. Zed Books, London. [17]https://en.wikipedia.org/wiki/Community-supported_agriculture[18]http://www.groupesalimentaires.be/[19]http://www.ecoagricultor.com/que-es-un-grupo-de-consumo/


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