Revista América Latina

Los alimentos son un bien común

Por Jose Luis Vivero Pol

Los alimentos son un bien común

Foto de Sean Ton, hallada en Flickr bajo Creative Commons


Los alimentos están totalmente privatizados, el agua está en proceso de serlo y el aire lo será en un par de décadas. Hay que reconsiderar el alimento como un bien común.  
Hoy en día solo come el que tiene dinero para comprar alimentos o el que tiene los medios para producirlo, siendo todos estos medios insumos que se compran en el mercado: tierra, semillas, fertilizantes, maquinaria, agua y aperos. Es decir, que todos los insumos en torno a la producción de alimentos han sido privatizados y la gestión comunitaria de los mismos ha desaparecido casi por completo. El casi va por algunos retazos que sobreviven de bosques comunitarios y fuentes de agua en Totonicapán y algunos otros lugares del Altiplano.
El sistema alimentario mundial nos induce a despojar la producción de alimentos y su consumo de todos sus valores sociales y culturales, para considerarlo una mera necesidad fisiológica que utiliza un insumo totalmente commodificado, transformado en puro objeto comercial. Los alimentos son un objeto que alguien produce, otro vende y un tercero compra. Punto. Esta consideración va contra toda lógica de supervivencia como especie. Los seres humanos necesitamos solo tres elementos esenciales que nos proporciona el planeta Tierra: alimentos, agua y aire. Deberían ser gratuitos y garantizados para todos, al menos la parte necesaria para subsistir, pero solo el aire es gratis (por ahora). Los alimentos han sido completamente privatizados desde hace cientos de años y el agua está en proceso de serlo. El aire también lo será durante este siglo, a medida que lo contaminemos cada vez más, y solo podrán respirar aire puro los que tengan dinero para hacerlo. Estoy convencido que antes de 20 años tendremos que pagar un impuesto por respirar, y habrá bancos donde los más ricos almacenen sus aires. Y habrá un mercado especulativo de los bonos de aire, como ahora lo hay del carbono. Parece ciencia ficción, pero ya se está privatizando el aire de la atmosfera, al vender las opciones de contaminación con CO2 o los bonos de secuestro de carbono de los bosques. Es solo el principio. Es otro paso más del proceso de apropiación y privatización de los bienes comunes del planeta.     Nuestra economía de mercado no ha sido modelada por la sociedad, sino al revés: nuestra sociedad ha evolucionado para adaptarse a los valores y las necesidades del mercado. Ya no cooperamos para co-existir, si no que competimos para sobrevivir. La competitividad y el triunfo del más fuerte se ha impuesto como modelo aceptado de comportamiento, como si la sociedad humana no pudiera apartarse del modelo de selección natural que rige la naturaleza de las bestias. Tenemos que luchar para conseguir un bien esencial para nuestra supervivencia como es la comida. Los alimentos, que durante millones de años han sido proporcionados por la naturaleza como un bien común, han sido despojados de su naturaleza esencial y ahora todos los consideramos un bien privado: si tienes dinero comes y si no te mueres de hambre. Si tienes tierra e insumos produces y si no te mueres de hambre.
Una de las soluciones a este absurdo irracional e injusto pasa por reconectar el campo con la cocina. La gastronomía como ciencia de la alimentación, con la agricultura como la ciencia de la producción de alimentos. Hay que poner el sistema alimentario al servicio del ser humano, de su felicidad y de su salud. Tenemos que re-conectar la cultura de comer productos naturales con la ciencia que trata de cómo producirlos, procesarlos y distribuirlos de manera sostenible. Durante una buena parte del siglo XX han tomado caminos separados, y los conocimientos científicos se han aislado de los saberes culturales. Por eso la gastronomía ha sido secuestrada por los ricos, los entendidos, los connossieurs y los sibaritas. Se le ha robado al pueblo llano la cultura gastronómica y se les ha despojado de la idea de que comer produce felicidad.
Otra opción segura es la reducción de las cadenas agroalimentarias. Circuitos locales que acorten las distancias entre producción y consumo, y que reconozcan y valoricen la cultura alimentaria local. Estos circuitos son además resilientes contra la inestabilidad de precios de alimentos en el mercado nacional e internacional, maximizan la cantidad de productos frescos y son más baratos y más sostenibles.  Además de luchar por el Hambre Cero, tenemos que demandar Cero Kilómetros para nuestros alimentos: esto ayudara a reducir el impacto sobre el cambio climático, mejorará la economía local de los productores de nuestra zona y facilitará un mayor acceso a productos más sanos y frescos. 
No debemos que dejar que las despiadadas reglas del mercado, la competencia del más fuerte, rijan un bien esencial para la supervivencia del ser humano como especie. Si hemos conseguido llegar a este estadio evolutivo, no debemos seguir comportándonos como bestias. Hay que garantizar que todo el mundo tenga el mínimo esencial de alimentos, agua y aire para poder vivir, y luego que puedan disfrutar de los beneficios y del placer que proporciona la comida. Debemos cambiar la idea de que el alimento es un bien exclusivamente privado, como un auto o un televisor, y considerarlo como un bien público y esencial. Podemos vivir sin autos, pero no sin comer, beber ni respirar. Piensen sobre ello cuando les pongan el primer impuesto sobre el aire. Y no digan que no les avisé.    

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