Revista Cultura y Ocio

Los apellidos compuestos españoles: orígenes, clases y algunos mitos

Publicado el 19 mayo 2017 por Antonio Alfaro De Prado @genealogiah

Apenas encontraremos información documentada acerca de los apellidos compuestos en España, la mayoría de lo que se ha escrito se limita a recoger y perpetuar tópicos sin adentrarse en su historia y significado. Para muchos, la unión de apellidos ha sido un mero instrumento al servicio de la vanidad de los españoles y de las ínfulas nobiliarias que durante siglos imperaron en nuestro país. Tracemos algunas pinceladas sobre ellos, es probable que nos los encontremos en nuestras genealogías.

Comenzaremos definiendo qué se entiende por apellido compuesto. Son considerados como tales los formados por dos o incluso tres apellidos, bien sea unidos por un guión (Sánchez-Arjona, Zuleta-Reales), por una o varias partículas (Fernández de Córdoba, Puig de la Bellacasa) o ambos elementos (de Pablo-Romero, González-Grano de Oro). Las combinaciones de tres apellidos legalmente reconocidas son muy excepcionales en España, probablemente no lleguen a una veintena las que se han conservado hasta nuestros días y su número no aumentará en el futuro ya que la reglamentación del Registro Civil lo impide explícitamente, estableciendo que en caso de solicitarse una modificación de apellidos “Las uniones no podrán exceder de dos palabras, sin contar artículos ni partículas” [Art. 206, Reglamento Registro Civil].

No se consideran compuestos aquellos apellidos que van acompañados de una o varias partículas (del Castillo, de la Madrid) ni tampoco se incluyen los referidos a santos, precedidos por las partículas San, Santo, Santa… (Santa Ana, San José, Santo Tomás). Igualmente no lo son aquellos que aunque se originaron por la unión de dos apellidos, hoy en día están unidos formando una sola palabra (por ejemplo Campdelacreu o Jaraquemada, apellido extremeño que antes del siglo XX lo encontramos escrito como Xara-Quemada)

En cuanto al origen de estos apellidos nos tenemos que remontar a la Edad Media, siglos XIII y XIV, cuando las familias nobles combinaron el uso primigenio de los patronímicos, los apellidos derivados del nombre paterno, con el topónimo de los señoríos o tierras de procedencia. Una fórmula que con el tiempo perdió su sentido original al hacerse fijo el patronímico, pero que sirvió para distinguir ramas entre las grandes casas, dando lugar a variantes como los Núñez de Lara, Manrique de Lara, González de Lara, etc… Fue por tanto una solución que evitaba gran parte de las homonimias resultantes al usar un solo sobrenombre. De hecho, podríamos considerarlo como un sistema alternativo y precursor del nuestro actual, que opta por componer apellido paterno y materno.

Extendido el uso de apellidos a todas las capas sociales, se generalizó también la opción de combinar varios de ellos en una aparente anarquía que sin embargo se guiaba por unos usos bien definidos. Probablemente la causa más frecuente de unión de apellidos se daba al enlazar con mujeres que aportaran patrimonio y/o pertenecían a un linaje destacado, por lo que el apellido materno se unía al paterno. Por otra parte, desde la nobleza titulada a los hidalgos más humildes pasando por las familias pujantes que deseaban entrar en este estamento, eran conscientes de que el uso de unos “buenos” apellidos resultaba esencial para proyectar una imagen pública adecuada por lo que no dudaban en escoger los más sonoros de entre los usados por sus antepasados. Pero usar más de un apellido tenía también la utilidad práctica de facilitar la identificación de personas y familias, de cualquier clase social, por lo que en aquellos lugares donde abundaba un determinado apellido se recurría a añadir un sobrenombre; en unos casos se trataba de otro apellido familiar pero también podían añadirse motes, apelativos que a veces se mantenían durante siglos e incluso se hacían constar en documentos de todo tipo.

No sería hasta finales del XIX cuando el Registro Civil y otras disposiciones fueron disponiendo que el Estado establecía y regulaba el uso de los apellidos y por tanto que, una vez inscritos, cualquier modificación requeriría una autorización legal.

Aunque todas estas prácticas que hemos detallado puedan hacernos pensar que la fórmula se extendió con gran éxito en nuestro país, las cifras del padrón continuo del INE (a fecha 1/1/15) nos indican que actualmente no alcanza siquiera al 1% el porcentaje de residentes en España cuyo primer apellido es compuesto. Estimación que se deduce a partir del análisis de los 74.015 más frecuentes. De esta cifra algo más de 4.200 apellidos son compuestos (un 5,6% del total) aunque en realidad representan a tan solo un 0,67% de los censados. La información del INE no recoge la distribución de los apellidos que son usados por menos de 20 personas pero el impacto que podría tener en esta estimación que hemos realizado sería mínimo puesto que se trata de los compuestos en grave riesgo de extinción.

En cuanto a los tipos de apellidos compuestos, podemos clasificarlos en tres grandes grupos:

  • Los surgidos por la combinación de patronímico (real) y apellido del linaje. A estos podríamos considerarlos como los apellidos compuestos primigenios. Proceden de un persona concreta dentro del linaje, cuyo patronímico quedó como seña de identidad de esa rama familiar. Son casos como los Núñez de Lara o los Fernández de Córdoba que nos conducen a un Nuño de Lara y un Fernando de Córdoba, cabezas del linaje.
  • Los que proceden de nombres de lugar compuestos, es decir aquellos que indican un procedencia geográfica que está formada por dos nombres (Espinosa de los Monteros, Cabeza de Vaca).
  • Aquellos que se crearon mediante la unión de dos apellidos preexistentes. Es el caso más frecuente y, lógicamente, la única vía hoy en día de generar nuevos compuestos. Se diferencian del primer supuesto, cuando está presente un patronímico, porque éste no deriva del nombre propio de una persona del otro linaje. Por ejemplo, son bien conocidos los Ortiz sevillanos que por enlaces dieron lugar a los Ortiz de Zúñiga y Ortiz de Guzmán, sin que vayamos a encontrar, por tanto, un Ortí de Zuñiga u Ortí de Guzman originando el compuesto.

En cuanto a su distribución geográfica, no disponemos de estudios estadísticos que nos permitan conocer su frecuencia y distribución con exactitud, pero nos atrevemos a afirmar que su nacimiento y expansión provino de los territorios del norte de Castilla extendiéndose hasta las últimas conquistas en Granada, incluyendo especialmente los señoríos vascos, quizás donde se dan con mayor frecuencia, y el reino de Navarra. Menos presentes están los compuestos en los territorios de Galicia y en el Levante mientras que Aragón podría tener una frecuencia intermedia, al igual que Canarias.

Por último, puede ser útil mencionar y comentar algunos de los tópicos más habituales. El primero de ellos es la opinión común de que los apellidos compuestos indican nobleza, algo que hay que matizar pero no rechazar de plano. Antes de nada aclarar que un apellido de por sí no ha sido nunca prueba de nobleza ya que podía ser usado por personas de todos los orígenes. Dicho esto, lo cierto es que la mayoría de las familias con apellidos compuestos que ya los usaban antes de 1800 suelen tener orígenes nobles. Caso de estudio aparte merecería la abundancia de estas uniones en Álava y en La Mancha, pero al menos en esta segunda región no fue signo de nobleza sino una costumbre para diferenciar entre los muchos patronímicos imperantes. También en sentido contrario precisar que cuando se trata de uniones de apellidos posteriores a 1800 lo más probable es que no correspondan a familias nobles, aunque habría que estudiar caso por caso.

Otro lugar común es considerar que las uniones de apellidos son atribuibles, tan solo, a la vanidad pero ya hemos visto que desde los orígenes medievales hasta la actualidad ha habido múltiples circunstancias que motivaron el nacimiento de los compuestos. A la vanidad hay que atribuirle una cuota de las uniones de apellidos, pero quizás mucho menor de lo que cabría pensar. Cumplieron eficazmente la función de combinar intereses familiares, de solucionar problemas de homonimia, de reivindicar legítimamente ascendencias, etc. por tanto, detrás de ellos suele haber mucho más que el simple deseo de aparentar.

También es frecuente la afirmación de que al crearse el Registro Civil en 1871 desaparecieron muchos apellidos compuestos. Una apreciación que nos parece errónea y que puede estar motivada porque muchas personas que se daban a conocer con varios apellidos cuando acudieron a registrarse declararon estrictamente los apellidos que les correspondían por parte de padre y madre. Sirvió también para que muchos motes, usados en la vida cotidiana, no fueran registrados como apellidos en las partidas y por tanto tengamos la falsa impresión de que se mutilaron apellidos compuestos que no eran considerados como tales por quienes los usaban. Es cierto que  hubo algunos errores en las primeras inscripciones, pero en muchos casos apenas consistieron en alteraciones de letras o sílabas. No obstante, sí parece acreditado que en el caso concreto de Álava, antes mencionado, cientos de apellidos compuestos perdieron el nombre del linaje y sólo se conservó de ellos el patronímico. En el resto de España se produjo una reordenación general de los apellidos según los nuevos criterios, sirviendo de filtro para que tan solo permanecieran unidos los compuestos que tenían una sólida tradición y cuyos portadores manifestaron su deseo de mantenerlos.

A modo de conclusión podemos afirmar que las circunstancias que rodearon el nacimiento de los apellidos compuestos fueron tremendamente diversas. Algunos, los menos, tienen sus raíces en los grandes linajes medievales, mientras que otros muchos se combinaron por diversos motivos en diferentes fechas, lugares y por personas de toda condición. El denominador común es tan solo el hecho de que están formados por dos o tres apellidos, todas las demás circunstancias que rodearon su nacimiento tendrán que investigarse caso a caso. En el caso de los surgidos a partir del Registro Civil siempre podremos intentar localizar un expediente que nos aclare los motivos. En cuanto al resto, descubrir su origen constituirá un estimulante reto para el investigador de la historia familiar.

Antonio Alfaro de Prado


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