Los caídos que surgen del deshielo

Hay guerras que nunca se acaban, recuerdos que a veces se congelan y fantasmas que siempre nos acompañan.
En Peio, un pueblecito italiano de 1.500 habitantes al pie de los Alpes, cerca de la frontera con Austria, saben bien lo que es convivir con todo esto.
Sobre todo Maurizio Vicenzi, un guía de montaña de 53 años que cada invierno tiene que subir un poco más alto para pisar esos hielos que sus abuelos consideraban "eternos".
"Calculo que desde que empecé mi trabajo, allá por los años 80, el Glaciar de los Hornos, uno de los más grandes de Europa, ha retrocedido unos 200 metros. Y cada vez se descongela más rápido", afirma en esta húmeda mañana de principios de otoño mientras, ceremonioso, nos abre las puertas de su museo. El recinto tiene sólo una habitación.
Hay varias vitrinas con todo tipo de objetos de la I Guerra Mundial que ha ido encontrando en sus correrías por las montañas. Peio fue uno de los escenarios de la llamada Guerra Blanca, que tuvo lugar entre 1914-1915, una de las más crueles y dementes del conflicto por las condiciones meteorológicas adversas a las que se enfrentaron los soldados austriacos e italianos en la difusa frontera de 50 Km. que separa los dos países.
El pueblo era el más alto del Imperio austrohúngaro, todo un símbolo en aquel conflicto de ideales nacionalistas, por lo que ambos bandos extremaron su interés por conquistar esas cimas en una lucha sin cuartel con temperaturas inferiores a30 grados bajo cero.
Allí construyeron auténticas infraestructuras bélicas en lo alto de las montañas, como trincheras talladas en hielo y rudimentarios funiculares para transportar al personal y las municiones hasta las cimas.
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