Revista Arte

Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad.

Por Artepoesia
Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad. Los contornos más reconocibles se dan a veces en la penumbra, no en la claridad.
Decía el filósofo Hegel: La Filosofía siempre llega tarde; como pensar sobre el mundo, surge en el tiempo, después de que la realidad haya cumplido su proceso de formación, y se encuentre realizada. Cuando la Filosofía pinta al claroscuro un aspecto de la vida, ya envejecido y en penumbra, éste no puede ser rejuvenecido, tan sólo reconocido.
¿Qué es, qué significa, ver algo bien, alcanzar a distinguirlo, comprenderlo, aprehenderlo y digerirlo? Porque en las representaciones artísticas había -y hay- que presentar a los ojos cosas que significaran algo a la vez que inspiraran y emocionaran otras. Ya comenzaron así, los pintores flamencos del siglo XVI, a diseñar modelos de lo que querían transmitir con trazas, y fondos, contrastados desde el negro. Pero, ¿cómo se puede comunicar tanto sin palabras, sin lo que nos permite ya entender un idioma, y, además, con la penumbra rebuscada ahora de lo parcialmente informe? Porque las formas contrastadas, aquello que distinguía unas cosas de otras, abandonaban ahora sus normas, sus leyes, y se disponían a ocultar partes necesarias de su significado. Sin embargo, supieron entender, y pronto, que el espíritu no requiere de todos los datos para descubrir su verdad.
Luego, al pasar las tendencias y sus escuelas, los creadores fueron usando aquella misma técnica del claroscuro de sus maestros renacentistas y barrocos. Porque no era algo decadente, retrógrado, dramático, o pueril. Representaba lo que no se dice, esos silencios que gritan más de lo que parece, y que los retóricos, incluso, supieron entender ya como un recurso, muy valioso, para transmitir lo que deseaban destacar. Así, en los últimos siglos han destacado muchas creaciones pictóricas que, llevando el caravaggismo o el tenebrismo anterior a sus progresos técnicos, han resultado geniales por su inspiración intemporal, sugestiva, más cercana, intimista a veces, existencial, necesaria, y preciosista.
Cuando los impresionistas descubrieron en la luz y en sus diferentes intensidades diurnas las mejores posibilidades para llegar a lo que querían: impresionar el momento, otros creadores, los subsiguientes en su tendencia, descubrieron lo nocturno. Ahora, los diferentes resultados de la noche y sus efectos alcanzaban un mayor impacto emocional interior, más profundo y humanizado, y que conectaba al espíritu con el sentido final de un modo más directo ya.
Es por lo que Van Gogh atrapa la noche con las garras de su deseo en algunas de sus creaciones más hermosas. En el escenario nocturno, a diferencia del otro, dos resplandores -necesariamente- se solapan aquí, el natural y el humano. El genial holandés se caracterizó por esto en su rechazo al impresionismo. Él deseaba resaltar otra cosa también, además de esas impresiones naturales e instantáneas. Quería añadir a lo sobrevenido del momento el sesgo humano que una impresión pudiera acontecer, pero ahora más profundo, más emotivo y sensible. En su obra Noche estrellada sobre el Ródano es, quizá, donde ésto más se observe. Aquí está el paisaje estrellado, natural, cósmico, resplandeciente; un cielo acogedor, poco negro, incluso clareado algo por sus brillantes estrellas. Éstas relucen exageradas, con el añadido sentimental de su sentido. Pero también hay otras luces, las humanas, las de la población que, como una pantalla reflectante, absorbe -parece- parte del resplandor que aquél emite.
Y el río, que todo lo ocupa, deformado casi, tendido como un lienzo agradecido, y que seduce. En él se reflejan las luces, pero ¿aquéllas o éstas? Porque nada nos impide sentir que sus alargadas trazas de reflejo nos confundan. O se fundan ambas -las naturales y las humanas-, tal vez, en las mecidas aguas medio negras de su rivera. Y para sentir aún más lo especial de su tendencia, Van Gogh nos sitúa más cerca del que ve -el espectador maravillado- la figura humana ensombrecida de una pareja caminante. Porque este es el sentido de todo ya, el ser que percibe, que comprende, y asume todo ese sentido. Aquí, en ésta, como en las otras obras que están, es ahora la razón de lo que se desea transmitir con el oscurecido mensaje. Que lo que no vemos es lo que más está, y que ésto se une, imperceptiblemente, con los seres que sienten..., su presencia, su necesidad, su conocimiento, su emoción, y su verdad.
(Óleo del pintor Jules Robert Auguste, Mujer Nubia, 1830; Cuadro En el espejo, 2007, del pintor venezolano Ángel Ramiro Sánchez, 1974; Lienzo de Edvard Munch, Hombre y Mujer, 1888; Óleo El monje junto al mar, 1809, del pintor romántico alemán, Caspar David Friedrich; Lienzo tenebrista del pintor barroco José de Ribera, Ticio, 1632, Museo del Prado; Óleo Muerte de César, 1867, del pintor neoclásico Jean-León Gérôme, en donde se observa que lo más iluminado no es lo más importante, que apenas se debe ver, ni distinguir, frente a lo oscurecido, el sentido real del cuadro; Cuadro Noche estrellada sobre el Ródano, 1888, de Vincent Van Gogh, Museo de Orsay, París.)

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