Revista Festivales

Los elegantes, los reos y el tren color olvido, en "el oriental"

Por Sonriksen
Gabriel Sodini se había ido a musicalizar  sus últimos festivales Europeos antes de volver a su querida Barracas y  La Milonga del Oriental se resentía con la poca  calidad de un pincha discos de   maquina  remendada y ecualizador a galena. Hacia frío pero el incierto emplazamiento de la única milonga al aire libre estable mantenía el calor y el micro clima favorable al milongueo.  Quizá fuera la protección del ligustro de la entrada, con su agujero en forma de contrabajo que da cobijo el tipo de la puerta, raudo para cobrar, bailar y detectar colados.  Quizá  las miasmas de la anchurosa sanja a izquierda  o el alto terraplén ferroviario a derecha manteniendo la temperatura estable.   O tal vez  las artes del señor Cepito, un jardinero con rasgos orientales que ha transformado la lisura del confín mas allá de la parrilla y las instalaciones del Ring donde los "Titanes de la Milonga" se masacran a voleazos, en un pequeño bosque vitivinícola, a instancias del dueño Riquelme, que sueña con vender  borgoñas pateros pisados a pie de barra.
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Pero la noche no venia bien.  A las dificultades del dijey para encontrar las tandas y cortinas adecuadas se le sumaba  el caos parrillero hecho humo. El reemplazante  del uruguayo  Pococho, que aun se encuentra en un establecimiento sanitario desde que fuera poseído por el espíritu de Libertad Lamarque, era un hombre importado de  las aburridas matinés danzantes del Ejercito de Salvación que distraido en la contemplación de la ronda dejaba chamuscar  por igual chorizos y entrañas.  Habíamos empezado la jornada con una gloriosa guitarreada en lo de Pablo Maidanik donde se contaron y cantaron siniestros tangos olvidados con la participacion del cantautor de tragedias modernas Lucio Arce, el insigne héroe de las muchachas  Tito Cava de dedos prodigiosos, el cantor de mil entreveros Mario Galvan, El guitarrero y glosador Ernesto Laiño, Camino Surel trovador independiente, el milonguero cantor  Raul Mamone y Fernanda Bazan, la única mujer de la partida que se fue cuando la comitiva  propuso seguir a pura anécdota con una picada milanesa y borgoña a pie de pista del "Oriental" siguiendo el afán milonguero del Pibe Pergamino.
 En esa distracción y algunas tandas estábamos cuando sentimos un sonido desde el terraplén. Acostumbrados al transito de algunos trenes nocturnos que van hacia la jubilacion, vimos esta vez como por un desperfecto técnico  un convoy color pasado  quedaba detenido a la altura de la pista, allí donde hace poco vimos bajar al "Mesías milonguero".  Por las ventanillas  iluminadas  los pasajeros asomados en la contemplación de la ronda señalaban y  esperaban.  Ese sonido que tantas veces hemos oído en las películas y que corresponde a la locomotora a vapor, ceso de pronto y algunos elegantes bajaron por la pendiente ignorando las ortigas. Llegaron al borde de la ronda y se pusieron a bailar, sumándose a la languidez de Florio con Di Sarli.
  Esperábamos prejuiciosamente ese tipo de baile de juventud, medio de costado y ostentoso, de los que solo han visto tango bailado por Pacino o - Pepito Avellaneda nos libre - Richard Gere.   Pero aquellas tres parejas no lo hacían mal, aunque se notaba en sus maneras cierta dureza, como si cuidaran demasiado la apariencia.
 En cambio había dos pícaros trajeados  que bajaron del tren, mirando la ronda sin animarse a entrar. 
Un momento después la maquina remendada del dijey junto a su remendado cacumen descompusieron tanda y toda la pista quedó en silencio aclamando a los gritos la vuelta de Sodini o del dinero.
Eran las dos y arreciaba la gritería, los aspavientos del pincha discos, el olor a quemazón.
 Riquelme estaba fuera de cobertura y la noche parecía perdida.
Con el tren y la música detenida se escucho  un desenfundar unisono y se quebró la cacofónica queja con el argentino rasguear de una guitarra a la que siguieron dos más.
  Tito, Lucio y Ernesto acudían al rescate con una improvisada tanda de tangos antiguos olvidados por los cantores modernos y cantados por Mario y Raul.
La ronda se armó entusiasmada pisando en vivo sobre el alma del suburbio.  Los dos tipos se largaron a bailar los primeros con   deliciosa alegría improvisando canallescamente como si hubieran respirado por fin nuevos aires viejos  luego de alimentarse con un resuello contenido. Daba gusto verlos aportando un tipo de baile mas primitivo y entrañable. Uno movía los hombros y el otro llevaba el firulete atado a la izquierda.
La pista fluctuaba entre técnica y diablura. Los elegantes escapados del tren, rígidos en su impostura se fueron desligando incómodos de la pista, hacia el convoy color pasado.
  La banda rea acometía "El Pescante" y los bailantes se dejaban llevar en la corriente guitarrera cuando el pincha discos cometió su segundo error gravisimo pisando la tanda  con un vals chapucero y quebrantando toda la magia de la ronda.   Como si el fogonero  estuviera esperando esa señal  pitó la máquina y alguien grito urgiendo a los que quedaban a subir.  Los tipos dudaron y el mas bajo, mirando tristemente a nuestros amigos cantores y guitarreros dijo al otro: "vamos hermano, que no es esta nuestra milonga".
Mientras se iban sin correr sus vestimentas y su figura parecían cambiar, como si gambetearan el tiempo.
El tren color olvido se empezó a ir.
Mientras la maquina ganaba impulso acompañando a Troilo,  Los muchachos guardaban con cariño sus bordonas y se reintegraban a la anécdota y al comentario.  Por un curioso efecto óptico-emocional se me figuro que aquellos dos que se despedían sin saludar desde el ultimo vagón con la misma postura que hemos visto tantas veces en Gardel y Lusiardo eran de verdad  Fuentes y Puccini,  escapados o volviendo a la película "Tango Bar". Simples manifestaciones fantasmales que se reintegraban a su presente de pasado después de haber sido convocados por  los ecos de viejos tangos olvidados.
Pero por ahi eran solo actores yendo a una imposible remake.
A saber.
Y mientras las parejas se encendian con sus tandas habituales que en la anécdota de los sabios llevaban el pozo profundo de un vino gran reserva, el dijey se felicitaba en lo controles por su pericia catastrófica y el humo se iba desvaneciendo,  el tren color olvido se perdía para siempre en la noche traqueteando en compás con la banda de guitarreros y cantores que en nostálgico adiós coreaba, luego de salvar la tanda del silencio,   el estribillo de "El Pescante":
"Vamos! cargao con sombra y recuerdo, vamos, atravesando el pasado,
Vamos! al son de tu tranco lerdo, vamos! ...camino al tiempo olvidado"

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