Revista Comunicación

Los espacios de trabajo y el prurito territorial en las organizaciones.

Publicado el 03 julio 2019 por Manuelgross

Charles Handy y el prurito territorial en las organizaciones. 
Por Amalio Rey. 
Blog de Amalio Rey. 

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Los espacios de trabajo y el prurito territorial en las organizaciones. 


POST Nº465En “Dos formas muy distintas de competir”, un artículo que escribí para Sintetia, decía que Charles Handy es uno de los autores de Management que más respeto por lo bien que capta las relaciones paradójicas que se dan en la gestión, algo que no es común en el género.
En su libro “La organización por dentro: ¿Por qué las personas y las organizaciones se comportan como lo hacen”, que publicó Ediciones Deusto en 2005, Charles Handy dedica una de sus reflexiones al territorio como metáfora para entender muchos conflictos que se dan en las organizaciones.
Ahora que están tan de moda los espacios diáfanos y comunes, donde todo (y todos) se mezclan emulando al más puro espíritu comunitario, disponer de un territorio privado sigue siendo necesario para la manifestación de la propia personalidad. Y cuando hablo de “territorio”, entiéndase en su acepción más amplia, no sólo física sino también (y sobre todo) imaginaria y competencial.
Ese reclamo de un “territorio privado” puede que suene reaccionario para algunos, e incluso extraño puesto en mi boca, que defiendo tanto los procesos abiertos y colaborativos; pero es una más de las paradojas que se dan en las dinámicas colectivas.
De niños una de las frases que primero decimos, y que más repetimos, es el “mío, mío”. Tengo un chaval de 5 años que se encarga de recordármelo. Así que estoy de acuerdo con Handy cuando dice que la ambigüedad territorial reniega claramente de los instintos humanos.
Cuando las organizaciones suprimen los espacios privados buscando intercambiabilidad, polivalencia y eficiencia, lo hacen convencidas de que es una lógica sensata pero pueden estar diciendo al mismo tiempo que “la individualidad es un fastidio” porque, no lo dudes, como en los animales el territorio es una faceta de la individualidad.
Por mucho que creamos que las cosas funcionan mejor cuando compartimos un espacio común, que es una tesis en principio correcta, lo cierto es que la cuestión tan delicada de los territorios no desaparece nunca, porque las disputas juridisccionales (y competenciales) siguen latentes.
En los espacios (forzadamente) compartidos, que se imponen desde arriba sin que se respete la individualidad, ni se haya construido previamente una voluntad genuina de mezclarse por parte de los participantes, suelen darse tensiones y conflictos de todo tipo. Algunos son visibles pero la mayoría velados, que son los peores.
Al final lo que tenemos es un simulacro comunitario, una farsa o bomba de relojería que no evacúa sus miserias, porque siempre que se habla de “reorganización”, recuerda Handy, eso significa inevitablemente una redistribución del territorio, y eso produce líos, porque éste además de poder, es un espacio que da seguridad: “puede ser terrible perder uno su territorio y no saber dónde encontrar uno nuevo”.
Ahí entra en juego lo que Handy llama el “prurito territorial”. Desde esa lógica, la invasión del territorio ajeno es una infracción, incluso cuando es razonable, y las personas se defienden de esa invasión de muchas maneras.
Algunos a través de barreras físicas, que van desde fronteras suaves hechas de macetas con plantas o aparatosos auriculares que aíslan del fastidio comunitario, hasta fronteras en toda regla con paredes de aislamiento acústico o la oficina exterior con una secretaria de guardia permanente.
Otros, más sutilmente, protegen su parcela mediante información, sabiendo que si ellos son los únicos que disponen de ciertos datos, ninguna otra persona va a poder actuar sin su consentimiento en ese ámbito que consideran suyo porque para algo les han hecho sus responsables.
Cuando las empresas dejan a la gente que amueblen libremente sus oficinas como si fueran suyas (cuando en rigor no lo son), lo hacen para que estén a gusto porque reconocen que en esos espacios se dan instintos de pertenencia. Las personas se sienten mejor si pueden proyectar en “su” espacio señales distintivas de identidad.
Lo mismo ocurre con los grupos, dice Handy, que usan los territorios como manera de definirse, y los vallan instaurando en ellos sus rituales, como expresión de su propio lenguaje y cultura. Sin ir muy lejos, tenemos organizaciones donde todavía existen comedores separados por clases y niveles de responsabilidad, para fijar precisamente ese sentido territorial del poder.
Situaciones como estas, cuando son extremas, generan grandes disfuncionalidades y no son aconsejables; pero entender que el territorio es parte del imaginario de convivencia incluso en las organizaciones más liberales y progresistas es algo que no debe obviarse en ningún caso.
Handy nos invita a que comprendamos que muchas tensiones y disputas se originan del error de no respetar el derecho que tienen los demás a su propio territorio, real o imaginario, donde se sientan libres de hacer las cosas a su modo: “Pocos de nosotros mantenemos la casa completamente abierta. Nos gusta que las personas recuerden que es nuestra casa”.
Amalio Rey
2015/07/26

Amalio Rey.

Director en eMOTools.
Málaga y alrededores, España.
Consultoría de estrategia y operaciones.
Actual: emotools.
Anterior: Universidad Carlos III de Madrid, SOCINTEC.
Educación: Instituto Superior de Relaciones Internacionales.
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Fuente: Blog de Amalio Rey

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Del mismo autor: Amalio Rey


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