Revista Cultura y Ocio

Los futuros del libro o la venida inopinada del Paráclito

Publicado el 05 octubre 2009 por Javiermoreno
Copio aquí la exposición que leí en la mesa redonda acerca de 'Los futuros del libro', dentro de la SELIN de Blanca. Tanto el moderador (Manuel Díaz) como mis compañeros de mesa (Óscar Sipán, Joaquín Rodríguez, Ana Escarabajal y Fernando Larraz) estuvieron realmente estupendos.

Opino que el futuro del libro ha de conjugarse en plural. De ahí lo acertado de hablar no del futuro sino de los futuros del libro. El libro habrá de ser uno y trino cuanto menos. Empezaría por lucubrar una mínima taxonomía siguiendo, si se me permite la irreverencia, el esquema de la Santísima Trinidad. El libro analógico, es decir, el libro tal y como ha llegado a nosotros hasta hace apenas unos años, haría las veces de Padre. De él emanan las otras dos personas del verbo. Por un lado el libro electrónico, el Hijo, un formato que nos promete la gloria de ahorrarnos el espacio de nuestras bibliotecas, que no es poco y, por otro, el libro digital, el Espíritu Santo que se abre al mundo virtual, a una comunidad ecuménica de dialogantes e interactuantes a los que quizás no convenga -no sólo, al menos- denominar lectores. El libro parece destinado, como cualquier otro ente espiritual, a la desmaterialización, a la propagación fulminante en 'tiempo real'. La iconografía cristiana nos muestra a los apóstoles con la llama sobre la coronilla, en estado de conectados. Se trata de la primera red social cuya condición indispensable consiste en ser 'fan' de Jesucristo.
No estaría de más centrarse en los dos últimos, el libro electrónico y el digital, auténtica parusía de nuestros tiempos. Antes que nada, convendría dejar claras las diferencias entre uno y otro. Llamo libro electrónico a aquel texto dispuesto para su lectura en la pantalla de nuestro ordenador o en el e-book, que no puede ser modificado por el usuario lector. Apréciese que la única diferencia con el libro convencional es el formato. A diferencia de lo que ocurre con el libro electrónico, el libro digital permite la interacción del lector, bien a través de la hipertextualidad, es decir, a través de vínculos predeterminados en el propio texto, bien a través de la opción de comentarios o anotaciones. Quizás sea el códice clásico, con las anotaciones marginales de sus múltiples comentaristas, el verdadero precursor de este libro digital del que hablamos.
Si algo caracteriza al libro virtual es su interactividad; y con esto queremos decir que el lector se hace cargo de las potencialidades de dicho texto, potencialidades de sentido y -también- de réplica. Alguien podría objetar a esto observando que toda lectura analógica supone una actualización de una potencialidad del texto. Cierto, pero en el caso de la literatura virtual dicha actualización puede hacerse, digamos, en tiempo real, con posibilidad de reorientar e influenciar la escritura del propio texto. Naturalmente, a nadie se le oculta a estas alturas que el soporte ideal para la literatura digital es internet y su hábitat -virtual, como no podía ser de otra manera- la blogosfera.
No se me escapa la componente económica que subyace a cada uno de los tres tipos de libro ya enunciados. Mientras que el libro analógico es difícilmente reproducible (sólo algunos países del cono sur de América parecen haber sacado partido de la copia en papel, dando origen a una especie de top manta literario), el electrónico, al igual que ocurrió con la música y el cine, acabará siendo pirateado. ¿Terminaremos pagando un canon cada vez que compremos un e-book? Es posible. Creo que la posibilidad de copia, convenientemente regulada, acaba siendo beneficiosa, ya que amplía el abanico de lecturas a nuestra disposición. Basta con imaginarnos descargando en unos pocos minutos algunos ensayos franceses, media docena de libros de cocina china, un par de novelas de autores húngaros y tres o cuatro libros de poemas de autores centroamericanos. Es el tercer tipo de libro, el digital, el que parece escapar a los cauces de la economía. Su propia naturaleza de 'work in progress' negaría la posibilidad de comercialización. Cierto que las editoriales más avispadas mantienen y promocionan blogs de sus autores, digamos, analógicos. Lo que no parecen contemplar, y desde aquí aprovecho para arrojar el guante, es el hecho de contratar a blogguers independientes que formen parte del catálogo editorial. ¿Resulta tan difícil imaginar una colección editorial integrada por blogs? Pongámonos, al menos, a pensar en ello. Las librerías tampoco deberían resultar ajenas a esta irrupción del libro electrónico y digital. Respecto al primero, al electrónico, está claro su papel como portal desde el que acceder a la compra. Aunque la pregunta surja de manera inmediata: ¿qué papel desempeñaría una librería en un mundo en el que se leyese exclusivamente en formato electrónico? Bajo esa premisa, la evidencia es que las librerías resultarían del todo prescindibles, ya que el posible lector descargaría el libro directamente del portal de la editorial. Por no hablar de los distribuidores e impresores. Siguiendo bajo la hipótesis de la desaparición del libro analógico, resulta que de los seis eslabones que forman la cadena de la literatura: autor, editor, impresor, distribuidor, librero y lector, tres de ellos al menos, impresor, distribuidor y librero, se verían seriamente abocados a la extinción. Pasamos de un modelo, el analógico, de seis eslabones, al electrónico, con tres; y de éste al digital, donde los eslabones extremos, el autor y el lector, como en una banda de Möbius, pueden llegar a fundirse en uno solo. Si con el libro electrónico el editor todavía desempeña un papel relevante, como elemento personalizado de selección de textos, en el libro digital, la 'función autor' como la llamaría Foucault, se despersonaliza, ya no corre a cargo de nadie en particular, sino de una comunidad que decide y jerarquiza de un modo espontáneo en el interior de esa tierra de nadie y de todos que es la blogosfera. Si uno tuviese vocación de profeta auguraría un futuro despoblado de librerías tal y como hoy las conocemos, sin editores, donde los autores pondrían directamente a disposición de los lectores sus libros electrónicos en portales diseñados ex-profeso (quizás las librerías del futuro), algo que ya está ocurriendo en Estados Unidos donde algunos autores sobreviven gracias a las ventas de sus libros electrónicos a través de Amazon. Pero ya sabemos que los profetas casi siempre se equivocan. O no tanto.

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