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Los hijos de Panenka

Publicado el 22 mayo 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

El 20 de junio de 1976, Antonin Panenka ejecutaba de forma magistral uno de los penaltis más famosos de la historia del fútbol para otorgar a la entonces Checoslovaquia su primer título continental de selecciones. Veinte años más tarde, la República Checa parecía repetir la historia.

Chequia acudió a aquella Eurocopa con una plantilla formada por mayoría de futbolistas pertenecientes a equipos nacionales. 5 del Slavia de Praga, 4 del Sparta de Praga y 3 del Sigma Olomouc. El club foráneo que aportaba más jugadores checos era el Kaiserslautern alemán, con dos futbolistas.

Su debut fue ante Alemania, con la que perdió por dos goles a cero. Ante una Italia comandada por Maldini, Nesta, Albertini, Zola o Del Piero, los centroeuropeos comenzaron a dar muestras de sus intenciones en el campeonato al vencer por 2-1. El último partido del grupo se disputaba ante Rusia, que no era, ni mucho menos, una perita en dulce, ya que presentaba una escuadra con jugones como Nikiforov, Karpin, Onopko, Dobrovolski o Mostovoi. Un partidazo lleno de goles (3-3) cerró la primera fase para clasificar a Chequia como segunda de grupo.

Ahora tocaba transitar por un campo lleno de minas, pero los checos no se arrugaron y se juramentaron para dar la cara, y vaya si la dieron.

Vítor Baía, Océano, Couto, Rui Costa, Paulo Sousa o Figo eran las siguientes amenazas. El encuentro fue, como se preveía, disputado y se resolvió gracias a una gran jugada personal de Karel Poborsky, que se fue de tres rivales para batir a Baía con una espectacular cuchara.

En semis esperaba un rival con una racha de 30 partidos sin conocer la derrota, nada extraño si se analizaban sus credenciales: Blanc, Deschamps, Desailly, Thuram, Djorkaeff o Zinedine Zidane. Para colmo, los checos llegaban con cuatro jugadores sancionados y uno más, Berger, indispuesto a causa de un cuadro febril.

¿Quién dijo miedo?

Tras un soporífero partido, los goles no llegaron y hubo que recurrir a los lanzamientos de penalti, aunque esta vez no estaba Panenka.

El guardameta, Kouba, se convirtió en héroe al salvar un disparo peligroso en la prórroga y detener luego el penalti decisivo para que su selección se plantase en la gran final.

El rival era de cuidado; la todopoderosa Alemania con su escuadrón de élite. Frente a ellos, una República Checa ya con todos sus efectivos.

Alineaciones

Berger, de penalti, prolongaba el sueño de los checos. De nuevo, se acariciaba el título. Sin embargo, Oliver Bierhoff empataba para llevar al partido a la prórroga.

Los hijos de Panenka
Final Alemania - República Checa (fuente: abc.es)

En el tiempo extra, los alemanes hicieron bueno el dicho que se haría tristemente famoso por exponerse a la entrada de Auschwitz: "Quien olvida su historia, está condenado a repetirla".

Una nueva regla frustró las ilusiones checas. En el minuto 95, un gol de oro, para algunos o de bronce, para otros, propició que los germanos sumasen un nuevo trofeo a su ya extenso palmarés.

La República Checa se quedó con la miel en los labios, Pero el mundo del fútbol engordó su historia con un capítulo muy hermoso, el protagonizado por aquella selección que llegó con piel de cordero para convertirse en uno de los lobos más fieros del bosque.


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