Revista Cultura y Ocio

Los hombres sin atributos

Publicado el 21 junio 2011 por Zeuxis
Los hombres sin atributos
Los hombres sin atributos
Los hombres sin atributosO DE COMO DESENMASCARAR LA NUEVA LITERATURA
Si uno se pone a investigar y a pensar bien la cosa en cuanto a la postmodernidad y su influencia en la literatura, notará de inmediato nada más y nada menos que un desvarío canónico de lecturas, una suerte, parece advertirse, de renovación, de revolución dada ya no sólo en la escritura misma, sino en la forma en que el escritor puede y logra escribir.Hoy en día, la mayoría de los escritores suelen citarse, nombrarse, tratarse con la irreverente estrategia del yo te nombro y tu me nombras para generarse publicidad y renombre, para venderse a través de los amigos. Son escritores que  conocen los trucos de la cofradía editorial, no son generación, no son una escuela o grupo consolidado, son meros individuos, meros bartbleys obsesionados con augurar una biblioteca borgiana.El caso a veces llega a los extremos de la comedia: muchos aunque no se conozcan suelen tratarse como viejos camaradas, como viejos adictos que pueden entablar diálogos sin más ni más y sin ninguna vergüenza sobre cualquier cosa o tema.Hace algunos días me tropecé por internet con un caso de lectura que demuestra esta teoría hasta el horror. Al parecer, la idea nació de los mismos escritores hoy por crucificados en la fama. A la muerte de uno de ellos, se está soltando por internet la bola de nieve que una posible editorial bien inteligente para los negocios ha proyectado ya como bet-seller. El plan consiste en recopilar los correos de Bolaño y Fresán.Lo atónito de este energúmeno plan está en la publicidad que alguien logró reproducir acerca de los fragmento de los e-mails que auguran el libro. En todos los blogs, revistas literarias, paginas web sobre literatura y demás portales que uno encuentre en internet se puede leer el siguiente encabezado: «Bolaño y Fresán conversan electrónicamente sobre escritores "poco convencionales" con vistas a armar un libro que podría titularse Fricciones o FREAKciones. Adelantamos parte del capítulo dedicado a Philip K. Dick, el autor de El hombre en el castillo y de la novela en que se basa la película Blade Runner»luego de esto, todos reproducen parte de la dicha conversación iluminadora.La epidemia de esta chapucería, llegó a infectar a los huraños escritores también: el Gombrowicz de los Diarios y las cartas resentidas, el Thomas Pynchon personaje fantasmagórico y proteico de internet o el Salinger del gran epistolario  “J. D. Salinger: A writing life”,sin embargo, el fenómeno sólo es la continuidad de una acción que se ve maquillada por el progreso. Si vamos hacia atrás, el ultraje a este caso de correspondencia íntima y de divertimento entre escritores se ha repetido muchas veces, cuántos libros no son hoy ya joyas de la literatura sólo porque trataban las correspondencias entre grandes escritores.El caso de la camaradería literaria no es una innovación: Platón vivía citando a Sócatres con el fin de darle publicidad al maestro, Dante vivía escribiendo cartas en el destierro en defensa de su Beatriz; personaje emblemático de “La vida nueva” y “La divina comedia” libros donde traza diálogos con sombras clásicas como la de Virgilio. Es bien conocida, también, la camaradería que tenían los simbolistas entre sí y de estos con el energúmeno Poe.Por otro lado los pensadores no se ha quedado atrás: Emerson, Russell, Wittgenstein; los poetas: Hugo, Gide, Celan, todos con sus camaradas, citando asombrosos, ordinarios, incómodos y hasta escandalosos encuentros. Shaw, de Quincey, Borges, Burroughs y hasta Faulkner, Pound y Eliot utilizaron este mecanismo carnavalesco para cazar lectores.Lo que logra esta artimaña no es, sobre todo, el reconocimiento de individualidades, lo que marca este compadrazgo barato es que consagra un acercamiento global.Es ineludible dejar a un lado el fenómeno; todo escritor de nuestra época (hablo de aquellos que alcanzaron a escribir con ese asombro y con esa suerte a partir de la mitad de los ochenta y hablo sobre todo de todos aquellos que por generación, puntean la lista de escritores que publican desde los noventa) se salió del estadio, comenzó  a escribir de otra forma grave y a la vez especularmente minimalista, quisiera encontrar un calificativo más cercano pero no sé si el término: “escritura «bloguista»” pueda aceptarse como acuñación correcta para lo que es hoy la literatura.Imagino que estas transformaciones definieron el renacimiento, el marxismo, quizás los libros de Aristóteles y hasta la tradición kabalistica de los judíos y el tono flemático de los samuráis.Escribir en definitiva es modificar el universo, es trasformar la forma como nos comunicamos, es reestructurar, convertir el lenguaje, No quiero abarrotarme con elucubraciones que más bien al final perezcan simples y hermosas divagaciones.Entremos en el asunto de una vez por todas. La cuestión está en que el postmodernismo del que tanto se habló en los ochenta nos alcanzó, nos dio su mordida. Antes de que el discurso deslegitimador e inquisidor de la postmodernidad apareciera, el mundo rodaba bien, habíamos llegado a una madurez literaria sin precedentes la cual había logrado, con sus ismos y su forma de nombrar, con su mundo científico-bárbaro y sus tendencias político-bélicas, colonizar un tiempo propio; habíamos heredado el siglo XX.El siglo del holocausto fue un siglo de personajes comprometidos con una literatura que buscaba decir bien las cosas, ya fuese desde el absurdo o desde el surrealismo, el cliché era saber decir bien las cosas, no había espacio para una oralidad mal pensada o para una oralidad automática, no había permiso para escribir divagando y tomándose el tiempo para meter la primera palabra ordinaria o extravagante que apareciera, no obstante, tuvimos la exquisitez de una biblioteca de maestrías legada por ese siglo que logró mantener un tono, un estilo y una forma particular de nombrar y de musicalizar la literatura.No había turno en espera para ponerse a ensayar con escrituras singulares sobre la reflexión que a veces chocaba a la mente con su cotidianidad en los viajes, en los aviones, en los paseos, en los cocteles, ni siquiera los grandes inútiles de Hollywood: Chandler lograron desempolvarse de ese adagio interno que los llevaba a decir cosas tremendas y serias.Un ejemplo claro de esta condición está en Carver o en Chandler, sus ensayos, sus diarios, sus experimentos de escritura mantienen el sonsonete de una raza de escritores que pensaban demasiado lo que iban a escribir; Su escritura es  el arbitrario signo de un oficio no de una vida, la escritura está en un allá, en un escritorio y sirve para crear no para entregarse, para desmembrarse o recrearse pero no para sobrevivirse. Textos como “Sin heroísmos, por favor” demuestran el compromiso literario de alguien que admiraba la concreción y lo bien escrito y que citaba eternamente como mentor a Pound, libros epistolares como“El simple arte de escribir: cartas y ensayos escogidos.” pronuncian a grito entero el imperativo de un escritor que veía en la elegancia y en la delicadeza las mejores técnicas para escribir.Ni siquiera Cortázar, Borges o Beckett escapan a este sin sabor de escritura universal. Una escritura cerrada a los límites mismos de la escritura, de la tecnología, del avance y la evolución dada. ¿Pero por qué a pesar de tanta vanguardia y herencia rebelde estos escritores se sintieron hondamente comprometidos a decir tan esperpénticamente todas las cosas? La respuesta la tiene Brodsky: porque “Existe un inmenso abismo entre el Homo sapiens y el Homo scribens, porque para el escritor la idea […] de escribir es, literalmente, un proceso existencial”.Aun así los mecanismos y aparatos que proclamaban velocidad y barbarie fueron aborrecidos por la talla de escritores como Kerouack quien intentó escribir en un papiro, Artaud quien buscó desde el dolor y la crueldad el retorno al ritual primitivo, Valery, Joyce, Fuentes y el mago de Aracataca dejaron a un lado el presente o marginaron el presente, se dedicaron a alejarse, a mirar la corrida desde la barrera. No hay en ningún  libro antes de los ochenta, ni siquiera en la literatura estadounidense y francesa que es la que más rápido ha producido vanguardias, un atisbo alocado de lo que se escribe hoy en día desde la editorial de la World Wide Web.Un análisis corto: Cortázar es precursor de  los blogs, como también lo sería Burroughs o Bretón, “Último round”,  los “Collages” o el “Árcano mayor” fueron experimentos con una necesidad imperante de comunicarse por medio de otras formas, ellos mismos fueron visionarios del nuevo lenguaje, de la transformación de la información y la comunicación.Otro tipo de literatura deja más claro el asunto, observemos por ejemplo los ensayos y la filosofía que se reprodujo en ese entonces: tenemos a Foucault, a Habermas a Wittgenstein y otro tanto de vándalos intentado con Derrida filosofar desde un meta-texto, desde un más allá de la escritura misma, más no lo lograron. Sus libros son horrendas deformaciones de un estilo muy madurado bajo la sombra de una escuela que logró llevar la forma de escribir al límite y que apenas si alcanzaron la orilla de la polifonía y la hipertextualidad.Quiero decir que la escritura tuvo un sello, el sello se basó en escribir con la soltura intelectual de alguien que conoce el oficio, que sabe escribir bien y no tiene ninguna otra forma de hacerlo; Beckett, un hombre que intentó desde Joyce decir y no decir, buscó despojar, mas su atrevimiento fue solo un ensayo, una escritura que al igual que la del “Ulises” o el “Finnegans wake” solo habla de la forma en la que el siglo pudo permitirle hablar y decir.Los actos del habla que demuestran formas particulares de cultura y que se mantienen en un determinado tiempo, como el habla de los vaqueros del oeste norteamericano o el dialecto de los snorkys y los costeños de las islas insulares y caribeñas no son malformaciones de una lengua determinada sino que tienen  que ver con un carácter  cultural del hombre que nace dentro de esas tradiciones.Voy  a ser más rotundo en mi tesis, el siglo XX tuvo un timbre indiscutible de refinamiento en la escritura que hizo posible, quizás, los límites de la escritura misma. Así lo hicieron aquellos escritores que nacieron bajo la póliza de la ficción: Verne, Wells, Salgari, o aquellos que se perturbaron bajo la urbe: Balzac, Standall, Flaubert y más aun podría decir que así como el género de la “novela negra” fue una tendencia definitiva de un tiempo, la escritura del siglo XX fue la culminación del modernismo. Borges, quizás por eso no se esquivó de dicha denominación y siendo el más universal y citado de todos los escritores contemporáneos a la vez fue el más grande de los modernistas.Ninguno de los escritores pudo escapar a este sino, ni Joyce pudo crearse otros autores, ni Bukowski sus precursores. Las estrellas tutelares de todos ellos fueron Kafka, Stevenson, Emerson, Nietzsche, Schopenhauer, la lista no es infinita y si embargo no nos es innovadora. Para aquellos, esa lista era definitiva.Hoy por hoy el postmodernismo logró al fin erradicar esa enumeración, ahora ni siquiera son Habermas, Lipovetsky, o Barthes sino Bolaño, Roth, Mailler, Auster, Marías, Zaid, Houellebecq, Nothomb, Murakami, Aira, Pitol, Villoro y Vila Matas, ahora la bibliografía conmueve con una constelación que estruja el lenguaje de otra forma y que denota el cuarto de hora de los blogueros que convirtieron su laberíntica vida bibliófila en una novela de citas (entiéndase desde sus dos acepciones: encuentro y máxima) y remembranzas literarias.Ahora los escritores se juntan para hablar de la escritura misma y para convertirla en una ficción, para reinventarla desde una  literatura que más que escribir, habla y divaga, que cada día se inclina más y más al género universal del ensayo y que promueve un léxico enriquecido por la tecnología. Ahora sí que no es cuento, ahora estas insignias, antes solo posibles en libritos de ciencia ficción, son el comer de todos los días que hacen posible cualquier literatura, Bolaño es tan parecido en su escritura a un Vila Matas y este a un Auster, que al final cualquiera de los tres podría ser el mismo autor de “La ciudad de cristal”, “Doctor Pasavento” o “Los detectives salvajes”.Un Archimboldi borrosamente traza la historia de esta nueva generación de Bartbleys. Sólo nos resta esperar, por lo pronto, a ser invitados a la sala de esta compañía y actuar con el mejor de los sarcasmos hasta lograr nuestro cometido, sin atributos, sin arrepentimiento alguno, tal y como lo hizo la gran periodista en “Cosmética del asesino”. 

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