Revista Coaching

Los males que nadie quiere aceptar

Por Jlmon
LOS MALES QUE NADIE QUIERE ACEPTAR

En pocas ocasiones encontramos un nivel de consenso tan generalizado como el que se produce a la hora de establecer los “males de España”, es decir las causas de nuestra actual situación económica. Sin embargo, este consenso no se extiende a otros parámetros del problema tales como los niveles de responsabilidad, la asunción de los mismos y, sobre todo, la voluntad de llegar a acuerdos que permitan enfrentar la situación desarrollando soluciones que vayan más allá del ahorro, la austeridad, el sacrificio y, en definitiva, la agonía permanente de un país que se dejó convencer por aquellos que convocaron a la fiesta sin pagar viandas, ni bebidas.

La casuística de la crisis general es sobradamente conocida, pese a que Don Mariano se empeñe en adoctrinarnos sobre ella.

·Déficit público insostenible

·Especulación financiera

·Baja competitividad

Pueden aducirse otras causas menores, pero estas y no otras son las madres de todos los males y el auténtico problema reside en su naturaleza así como las posibles consecuencias delas auténticas medidas encaminadas a atajarlas o, al menos, minimizarlas en un grado lógico y soportable.

El desastre financiero a nivel global y la hecatombe del ladrillo a nivel local no han sido sino pantallas de humo a la hora de analizar y diagnosticar la patología de nuestras dolencias. Lejos de ser coyunturales, hablamos de causas genéricas que se arrastran prácticamente desde los años cincuenta del pasado siglo. Ni Franco primero, ni los sucesivos gobiernos democráticos después, tuvieron lo que había que tener para modernizar el país al mismo ritmo de sus aspiraciones y soflamas públicas. Es como si nos hubieran invitado a una boda de la alta sociedad y nos hubiéramos presentado con el traje de pana, la maleta de madera, la gallina, el queso y la ristra de chorizo y salchichón.

“Déficit público insostenible” es el diagnóstico, pero la austeridad rayana en la miseria no pasa por ser la solución. Más bien es un remiendo de sastre venido a menos. La pregunta es evidente: ¿por qué?

Las respuestas también lo son, pero van más allá de las consabidas disculpas que nos hablan de un incremento desmedido del gasto público superior a los niveles impositivos; una mayor participación relativa de los gastos corrientes sobre los totales, en detrimento de los de inversión; y un crecimiento de los impuestos sobre la renta y los beneficios de las cotizaciones socialesen relación al aumento registrado en el impuesto sobre el gasto.

Pero existen otros factores que nadie prefiere nombrar por temor a la estigmatización y que, sin embargo, explican el problema de fondo y, en consecuencia, iluminan el camino a seguir:

·Estructura autonómica insostenible. La España de las Autonomías cumplió su papel hace treinta años, pero en la actualidad es una losa difícil de sobrellevar.

·Desbordamiento de las políticas de igualdad más allá de lo soportable en aras del clientelismo político y electoral.

·Estructuras de gestión pública anacrónicas y con una productividad rayana en el ridículo.

·Ausencia de control en el gasto público y total impunidad en la gestión.

“Especulación financiera” es el segundo diagnóstico y guste o disguste, la causa genérica del fenómeno se encuentra en el peculiar sistema financiero español. En este país no se ha movido una mosca sin que los grandes bancos lo hayan permitido. Ellos son los que vienen decidiendo desde hace décadas el modelo económico, a quien financian y a quien dejan en la cuneta. Puede parecer escandaloso el sistema regulatorio de prestamos hipotecarios y aún más ese nuevo filón que consiste en comprar dinero al BCE a bajo interés para invertirlo en compra de deuda estatal con dos o tres puntos de beneficio, mientras empresarios agónicos hacen cola a la espera de las migajas. Pero nada tiene de sorprendente a la vista de cómo se ha desarrollado el sistema bancario español. Simplemente es lo razonablemente previsible. La concentración es una posibilidad pero encierra en si misma un punto de maldad que puede acabar reafirmando el sistema.

“Baja competitividad” es el tercero y último de los diagnósticos y en esto no hay que ser un lince para alcanzar a comprender que no puede ser de otra forma con un sistema educativo olvidado y manipulado hasta la extenuación por los partidos de turno. Las reformas estructurales en nuestro sistema educativo no han hecho sino imponer un igualitarismo absurdo, una ausencia total de la cultura del esfuerzo y la superación, un desprecio absoluto hacia el “pensar” en beneficio del “conocer” y el desarrollo de un corporativismo exacerbado. Nuestra última línea de batalla compuesta por la Formación Profesional y la Universidad está más cercana a Marte que a las auténticas necesidades de un país que ha demostrado su total indiferencia hacia la educación de sus jóvenes, salvo contados casos casi siempre amparados en iniciativas privadas.

Estas y no otras son las causas de lo que nos ocurre. Causas difíciles de aceptar, asumir y enfrentar. Pero hasta que esto no ocurra, recurriremos al parche y la chapuza para ir tirando como buenamente se pueda, expresión castiza que, en realidad, esconde un fatalismo atávico que es hora de abandonar.


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