Revista Infancia

Los marcos conceptuales de la comunicación política se construyen sobre los modelos familiares.

Por Jmburson @jmburson
Los marcos conceptuales de la comunicación política se construyen sobre los modelos familiares.No pienses en un elefante.
Anteayer leí el libro del lingüista George Lakoff, “No pienses en un elefante” en el que nos explica una deducción bastante curiosa, como los marcos conceptuales en la comunicación política se basan en los modelos educativos. El profesor Lakoff nos explica que “Cuando enseño el estudio del cambio de marco, en Berkeley, en el primer curso de Ciencia Cognitiva, lo primero que hago es darles a los estudiantes un ejercicio. El ejercicio es: No pienses en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. No he encontrado todavía un estudiante capaz de hacerlo. Toda palabra, como elefante, evoca un marco, que puede ser una imagen o bien otro tipo de conocimiento.”
Según nos indica el autor, los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones. En política nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio social.
Los marcos de referencia no pueden verse ni oírse. Forman parte de lo que los científicos cognitivos llaman el «inconsciente cognitivo» —estructuras de nuestro cerebro a las que no podemos acceder conscientemente, pero que conocemos por sus consecuencias: nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común. Todo lo que sabemos está incrustado físicamente en el sistema neuronal de nuestro cerebro.
La neurociencia nos dice que cada uno de nuestros conceptos —los conceptos que estructuran nuestro modo de pensar a largo plazo— están incrustados en las sinapsis de nuestro cerebro. Los conceptos no son cosas que pueden cambiarse simplemente porque alguien nos cuente un hecho. Los hechos se nos pueden mostrar, pero, para que nosotros podamos darles sentido, tienen que encajar con lo que está ya en las sinapsis del cerebro. De lo contrario, los hechos entran y salen inmediatamente. No se los oye, o no se los acepta como hechos, o nos confunden. ¿Por qué habrán dicho eso? Entonces calificamos el hecho de irracional, de enloquecido o de estúpido. Eso es precisamente lo que ocurre cuando los políticos confrontan, tiene escaso o nulo efecto, a menos que la información se aloje en un marco que dé sentido a los hechos.
Lo peculiar es que los marcos conceptuales de la política norteamericana, se organiza en torno a dos modelos opuestos e idealizados de familia: el modelo del padre estricto y el modelo de los padres protectores.
La familia de los padres protectores presupone que el mundo, pese a sus peligros y dificultades, es básicamente bueno, que puede mejorar y que nosotros somos responsables de trabajar para ello. Según esta interpretación, los niños nacen buenos y los padres pueden hacerlos mejores. El padre y la madre comparten la responsabilidad de educar a los hijos. Su tarea es criarlos para que ellos puedan también criar a otros. La crianza implica dos actitudes básicas: empatía (sentir y preocuparse de cómo sienten los otros) y responsabilidad (de cuidarse a uno mismo y de cuidar a aquellos de los que somos responsables). Estos dos aspectos de la crianza implican valores familiares que podemos reconocer como valores políticos progresistas: desde la empatía, queremos para los otros protección frente al peligro, realización en la vida, justicia, libertad (compatible con la responsabilidad) y una comunicación abierta en las dos direcciones. De la responsabilidad derivan la competencia, la confianza, el compromiso, la construcción de la comunidad, etc.
De estos valores derivan políticas concretas: protección gubernamental bajo la forma de una red de seguridad social y de regulación del gobierno, así como el ejército, la policía (de la protección), la educación universal (de la competencia y la justicia), las libertades civiles y la igualdad de trato (de la justicia y la libertad), la responsabilidad pública en la rendición de cuentas (de la confianza), el servicio público (de la responsabilidad), el gobierno abierto (de la comunicación abierta), y la promoción de una economía que beneficie a todos por igual (de la justicia) y que funcione para promover estos valores (de la responsabilidad).
La función del gobierno es proporcionar la infraestructura y los servicios para poner en práctica estos valores, y los impuestos son las cuotas que se pagan para vivir en una sociedad civilizada como ésta. En política exterior la función de la nación debería ser promover la cooperación y difundir estos valores por el mundo entero.
La visión conservadora del mundo se configura a través de valores familiares muy diferentes. El modelo del padre estricto presupone que el mundo es y será siempre peligroso y difícil, y que los niños nacen malos y hay que hacer que sean buenos. El padre estricto es la autoridad moral que tiene que sostener y defender a la familia, decirle a su mujer lo que ha de hacer, y enseñarles a los hijos la diferencia entre el bien y el mal. La única manera de hacerlo es mediante el castigo doloroso, la disciplina física que, en la edad adulta, se desarrollará como disciplina interna. La moralidad y la supervivencia surgen conjuntamente de esa disciplina —disciplina para cumplir los preceptos morales y disciplina en la persecución del propio interés para llegar a ser autosuficientes. Los buenos son los disciplinados. Cuando crecen, los hijos autosuficientes y disciplinados se valen por sí mismos y el padre no tiene que inmiscuirse en sus vidas. A los hijos que siguen siendo dependientes (que fueron demasiado mimados, o que son excesivamente voluntariosos o recalcitrantes) debería obligárseles a una mayor disciplina o habría que retirarles los apoyos para que así tengan que enfrentarse a las exigencias del mundo exterior por su cuenta y riesgo.
Si proyectamos lo anterior sobre la nación, ya tenemos la política radical del ala derecha, mal llamada «conservadora». Los buenos ciudadanos son los disciplinados —aquellos que ya se han hecho ricos o por lo menos autosuficientes— o los que están en vías de conseguirlo. Los programas sociales «envician» a la gente, porque les dan cosas que no se han ganado y hacen que continúen siendo dependientes. Son, por tanto, malos y hay que suprimirlos. El gobierno está ahí únicamente para proteger a la nación, para mantener el orden, para administrar justicia (castigos) y para garantizar el comportamiento ordenado y la promoción de los negocios. Los negocios (el mercado) son el mecanismo mediante el cual las personas disciplinadas llegan a ser autosuficientes, y la riqueza es la medida de la disciplina. Los impuestos que exceden el mínimo necesario para esa forma de gobernar son castigos que privan a los buenos y disciplinados de las recompensas que se han ganado, para gastarlo en quienes no se lo han ganado.
En los asuntos internacionales el gobierno debería mantener su soberanía e imponer su autoridad moral donde fuera posible, además de perseguir su propio interés (el interés de las corporaciones y la fuerza militar).
El libro del autor está lleno de ejemplo de cómo se construyen los marcos conceptuales en política conforme a los modelos familiares, tradicionales o protectores. 
Perfil George Lakoff

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