Revista Religión

LOS MÁRTIRES DEL PERENÉ: Franciscanos Fray Jerónimo Jiménez y fray Cristóbal Larios (1637)

Por Joseantoniobenito

LOS MÁRTIRES DEL PERENÉ: Franciscanos Fray Jerónimo Jiménez y fray Cristóbal Larios (1637)

LOS MÁRTIRES DEL PERENÉ: Franciscanos Fray Jerónimo Jiménez y fray Cristóbal Larios (1637)

LOS MÁRTIRES DEL PERENÉ: Franciscanos Fray Jerónimo Jiménez y fray Cristóbal Larios (1637)

LOS MÁRTIRES DEL PERENÉ: Franciscanos Fray Jerónimo Jiménez y fray Cristóbal Larios (1637)

 

Perú tiene todavía una deuda con sus mártires. Lo peor que podemos hacer con un mártir es olvidarlo es como re-matarlo, volver a matarlo, así como suena.Re-cordarlo es volver a pasarlo por el corazón para que se convierta –en frase de Tertuliano- en "semilla de nuevos cristianos". Les presento la bella historia de los primeros mártires de la selva en el vicariato de San Ramón: Fr. Jerónimo Jiménez y Fr. Cristóbal Larios. El primero era limeño y religioso del convento de los Descalzos, que, descolgándose de las Pampas de Junín, alcanza la porción de la selva, y, atravesando los valles de Huancabamba y Chorobamba, por sendas desconocidas, llega al famoso CERRO DE LA SAL, paraje donde concurrían los indios desde las más remotas comarcas para proveerse de dicho condimento. Funda allí la primera conversión, o misión dedicada a la evangelización de los nativos, y luego prosigue su misión evangelizadora hacia el valle de Chanchamayo, donde establece la conversión de San Buenaventura de Quimiri, vecina a la actual ciudad de La Merced. A los dos años, por descubrir nuevos mundos, halla la muerte en las márgenes del Perené con su compañero el Padre Cristóbal Larios, natural de Ica y el primero en entrar por Tarma, flechados por los nativos campas.

El año 1937, con motivo de los 300 años de su martirio tuvieron lugar en Chanchamayo las extraordinarias misiones predicadas por un selecto grupo de misioneros que recorrieron en gira religiosa los pueblos, haciendas y caseríos de los distritos de San Ramón y La Merced, Oxapampa, Chorobamba y Huancabamba, recogiendo abundante fruto espiritual. El Gobierno Peruano reconociendo los méritos de los misioneros franciscanos, decretó que los dos centros escolares de San Ramón y La Merced llevaran los nombres de "Fr. Jerónimo Jiménez y Padre Cristóbal Larios". En la casa misión de San Ramón existe una lápida de bronce, con la siguiente leyenda:

"LA NACION PERUANA HONRA AQUÍ LA MEMORIA DE LOS HEROICOS MISIONEROS NACIONALES DE LA ORDEN DE SAN FRANCISCO, DESCUBRIDORES, EVANGELIZADORES Y PROTOMÁRTIRES DE LA REGIÓN DE CHANCHAMAYO Y EL PERENÉ: PADRE CRISTÓBAL LARIOS Y FR. GERÓNIMO JIMÉNEZ EN EL TRICENTENARIO DE SU GLOROSA MUERTE.

SE INAUGURÓ ESTE MONUMENTO SIENDO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EL GENERAL DE DIVISIÓN DON OSCAR R. BENAVIDES".[1]

Les comparto la relación de su martirio tomado de la reciente obra del P. ALFONSO TAPIA: HISTORIA DE LA PARROQUIA DE SAN RAMÓN (San Ramón 2014) pp.182-188 y que lo ha transcrito íntegramente de la obra clásica Izaguirre B., Sáiz F., Historia de las Misiones Franciscanas en el Oriente del Perú, volumen I (1619-1767), Lima 2002, 193-199.

1.   El cacique Andrés Zampati

Al frente de los indios de Quimiri estaba a la sazón el cacique Andrés Zampati. Este había recibido el bautismo en una salida que hizo a tierra de cristianos, a que daban lugar algunos comerciantes de Tarma y Acobamba, que contrataban con los salvajes del valle de Chanchamayo.

Contando con la venia de este cacique, levantó fray Jerónimo Jiménez una iglesia en aquel pueblo; dedicándola al glorioso doctor San Buenaventura: iglesia que decoró con devotas imágenes, particularmente con una grande de Nuestra Señora, con los gloriosos patriarcas Santo Domingo y San Francisco a los lados.

No descuidó fray Jerónimo durante el año 1636 la enseñanza de la doctrina cristiana, en lengua campa, que aprendió con expedición y gran gusto de los indios.

Estos a su vez le labraron casa, le cultivaron una huerta, le procuraron legumbres; llegando además a respetarlo con cariño filial, de suerte que antes de irse a sus faenas del campo, le pedían por las mañanas diariamente su bendición.

Todo iba viento en popa, menos la conducta del cacique, quien prevaliéndose del poderío que ejercía, no solo en Quimiri y Nijandáris, sino también en Perené, hasta la región de los Andes, dejó entrar el orgullo en su pecho aún salvaje y tras de esto dio rienda suelta a sus concupiscencias poco reprimidas. Hízose con tres mujeres y una de ellas arrebató injustamente a un criado suyo Gamaitillo.

El venerable misionero no pudo menos de advertirle su descamino, y decirle que siendo cristiano no podía tener sino una sola mujer. Irritóse el hombre con la amonestación, pero dejó las mujeres y se redujo a vivir con una.

Su ira mal reprimida daba a entender que pronto se desfogaría para tomar venganza de lo que creía agravio.

El amor que tuvo al misionero se convirtió en odio mortal.

2.   El Padre Cristóbal Larios

Fray Jerónimo no se acobardó. Veía prosperar su obra; veía que muchos conocían y adoraban a Dios y con muy buena voluntad empezaban a guardar la inmaculada ley del Señor. No siendo sacerdote, por cartas envió a decir al P. Cristóbal Larios, que residía en Huánuco, viniese a darle la mano y a perfeccionar la obra que tenía tan adelantada.

Fray Jerónimo conocía al P. Cristóbal, y a uno y otro conoció el padre Diego de Córdoba y Salinas. "Yo conocí, dice, mucho del espíritu celestial con que el P. Fray Jerónimo Ximénez se ocupaba en solicitar las conversiones de infieles, expuesto a derramar la sangre de sus venas, que muy de antemano tenía ofrecido a Dios… Y no menos el santo celo del P. Cristóbal Larios, que yo hallé en el noviciado de Lima, cuando entré a ser Maestro de Novicios, religioso de reconocida virtud".  Del padre Cristóbal añade que "era de condición, es decir, naturaleza mansa y apacible".

Acudió presuroso el Padre Cristóbal a dar la mano a fray Jerónimo, recibiéndole los indios con grande alegría. Díjoles misa y entabló la administración de sacramentos, mientras fray Jerónimo se dedicaba incansable a instruirlos en el catecismo.

Parece cierto, además, que ambos santos religiosos se aprestaron para el último combate, conocidas como tenían las intenciones del cacique Zampati.

3.   Primera tentativa de asesinato

El cacique urdió una treta contra los misioneros: les indujo a que se adelantaran a convertir a los indios Antis, que también reconocían su autoridad del cacique, y que se extendían por todo el Perené, hasta la confluencia del Pangoa: que allí también podrían levantar iglesias, enseñar la doctrina y bautizar; que él les favorecería y con su apoyo no era difícil la empresa.

Creyéronle los misioneros y de hecho salieron de Quimiri camino de Perené. Mientras tanto el indio cristiano fiscal de la doctrina de Quimiri no pudo ocultar a los Padre los planes del malhadado cacique.

Movíale a ello no sólo su honrada conciencia, sino el sentimiento que no podía ocultar de que el cacique quiso quitarle su mujer legítima. Les descubrió las intenciones, las emboscadas prevenidas, todo el plan malévolo para acabar con los misioneros y con la evangelización de aquellas regiones.

Los misioneros disimularon los motivos ante Zampati, pero prudentes se volvieron a Quimiri, no creyendo llegado el momento oportuno para dejarse en manos de aquel hombre que a mansalva intentaba realizar su crimen, lejos del poblado de Quimiri, donde no dejaba de tener reparo, por la buena opinión de que gozaban los misioneros, y donde era abiertamente reprobada su conducta libertina.

4.   El domínico Padre Chávez y una compañía de treinta soldados españoles

Así se iban las cosas, cuando llegó a Quimiri una compañía de treinta españoles, trayendo consigo un Padre de la Orden de Santo Domingo, fray Tomás de Chávez. Movióle al P. Chávez a juntarse con los soldados, su celo por conversión de los infieles de aquellas comarcas, aunque no se ve claro si su entrada obedecía a un plan suficientemente maduro. En cuanto a la partida de militares, era gente de bien y de orden, pero según se colige de los hechos, sólo buscaban dinero con aquella aventura.

La indiada toda del Perené se emboscó y retrajo con la presencia de los milicianos, que ostentaban flamantes armas. Es grande el terror que produce en el ánimo del indio, cuando por primera vez le sorprende el siniestro mecanismo de una arma de fuego.

Quien estaba muy animado era Zampati. Ninguna mejor ocasión para levantar el espíritu de los campas del Perené contra aquella expedición armada, envolviendo en la matanza a los misioneros.

Dijo que fácil era entrar en balsas al Perené, visitar aquellas tierras, convidar a tantas numerosas tribus a entrar en el gremio de la santa Iglesia; que el P. Chávez hallaría allí buena acogida y cosecharía muy abundantes frutos; que los misioneros le podrían acompañar en aquella entrada como más conocidos en la tierra, y con su manejo la evangelización de aquellas regiones tan pobladas pronto sería una hermosa realidad.

Así convinieron a hacerlo, no porque los Padres ignorasen la perfidia del cacique, sino porque no quisieron que el Padre dominicano interpretase su abstención a falta de caridad y envidia disimulada, y porque anhelaban ardientemente la palma del martirio; por la cual el buen lego Fray Jerónimo Jiménez había suspirado desde muchos años.

Se trataba de hacer un recorrido de cincuenta lenguas, poco más o menos.

5.   Entrada al Perené

Para el caso se formaron dos partidas, una por tierra otra por agua. La una partida, que iría por el río, se componía del padre fray Tomás, de fray Jerónimo, cinco soldados españoles y el cacique don Andrés.

El padre dominicano Tomás, a los dos días de navegación, se enfermó de gravedad, quedose en una estancia de las márgenes y, cuando pudo, volvióse a Quimiri. Con lo cual ya estaba descartado el buen dominicano de la trágica escena que pronto se realizaría.

En los puntos de descanso, el P. Cristóbal enseñaba la doctrina a los infieles que hallaba, y hacía que los españoles rezasen juntos y en voz alta; con lo cual lograba que los infieles tuviesen en mucho el rezar y orar.

6.   Muerte de Fray Jerónimo y del P. Cristóbal

La caravana en que iba fray Jerónimo río abajo por el Perené, con los cinco militares, algunos muchachos de servicio, Zampati, su mujer, e indios balseros, llegó a un punto, a lo que parece, próximo a las Cascadas, donde el agua hierve detenida en su rápido curso por las peñas que abundan en el lecho del mismo río. De repente sintieron el silbido de las flechas, que con puntería certera caían sobre los soldados españoles, no descubriéndose el punto de donde partían.

El cacique, su mujer y los balseros, según convenio, se desnudaron con ligereza, saltaron al agua y, a nado, ganaron la orilla. Llovían las flechas sobre los españoles, hasta que murieron, menos un joven de catorce años, que mal herido pudo escapar y salvarse.

El cacique ya en tierra, notó que los indios perdonaban la vida a Fray Jerónimo. Irritóse el bárbaro y mandó que le flechasen. Su mujer se esforzó por impedirlo. Es mucha la elocuencia de la mujer india cuando su corazón palpita de veras y las lágrimas acuden a sus mejillas. Con mirada lastimosa y suplicante, dijo a su marido, que aquel Padre le había enseñado las oraciones, y su compañero le había bautizado: que ningún mal le había hecho aquel religioso y no había razón para que muriese. El cacique, ciego de furor, dio a su mujer tan recio golpe, que ésta cayó en tierra, casi privada de sentido y con señales de mortal angustia. Intimó de nuevo a los indios que flechasen al fraile. Los indios debían de tener notable cariño y amor a Fray Jerónimo, pues no se animaban a ejecutar las órdenes del cacique. Dijerónle que ya habían muerto los españoles de pantalón y armas que eran de temer; pero que aquel se vestía como mujer, que estaba desarmado, que era inofensivo y bueno, y no había por qué matarle.

Era esto cantar melodías al tigre: y a voces destempladas les volvió  a mandar que de una vez lo matasen. Dos de los indios obedecieron: las dos saetas le dieron en el pecho, pero ninguna en el corazón. El siervo de Dios viéndose herido, se puso de rodillas sobre los palos de la balsa: tomó en las manos el Santo Cristo, le miró con toda la ternura que le inspiraba su ardiente amor, lo estrechó a su pecho con dulces lágrimas de júbilo por la dicha del martirio; luego con el crucifijo entre las manos, levantó los ojos al cielo, su patria, a donde iba a volar su alma; y quedó en aquella postura en coloquios dulces y ardientes con Dios y con María Santísima, su tierna madre.

Los indios no quisieron tirarle más flechas. Zampati, empero, mostrando un loco furor, arrojando espuma por la boca, prorrumpiendo en imprecaciones salvajes, se arrojó en persona al río, llegó a la balsa, tomó uno de los remos, y con él le dio dos golpes en la cabeza y lo dejó tendido y muerto. Hizo otro tanto con otro de los niños que por su tierna edad no pudo escapar.

Hizo arrancar la túnica que vestía el religioso, para tener con qué pagar a los flecheros. Díjose públicamente, que luego, para aliento en aquella cristiandad, se dejó ver en el aire una hermosa palma toda luminosa y resplandeciente.

Esto sucedía el día 8 de diciembre de 1637: luego dio órdenes para que un buen número de indios, bien surtidos de flechas, buscase al Padre Larios y sus compañeros y los matasen. Que procediesen con cautela y los esperasen en lugar en que no les valiesen sus armas. En asegurarse pasaron cosa de tres días. Los esperaron emboscados en una cuesta en donde no se podía subir sino valiéndose de ambos manos. Flecharon a la primera avanzada. Notándolo el P. Larios, se adelantó a voces, suplicando que no los matasen; la respuesta fue una lluvia de flechas, de suerte que mortalmente herido, cayó rodando cuesta abajo, hasta llegar a los pies de Juan de Vargas Valdés, que dejándole cadáver, huyó con Juan de Miranda. Estos dos soldados anduvieron errantes por las chacras de los indios, pero lograron escapar con vida y pudieron relatar lo acaecido. Escaparon cuatro más, pero dos de ellos murieron de hambre y de penuria.

A todos los muertos dejaron completamente desnudos despojándolos de todos sus vestidos, que Zampati repartió a los indios de la facción. Repartió asimismo los vasos sagrados que llevaba el padre Larios, incluso el cáliz.

La muerte del Padre Larios sucedió el día once o doce de diciembre de 1637



[1] Ibíd., 557.


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