Revista Cocina

"Los maté porque eran míos"

Por Luistovar

El pasado mes de agosto se difundió la noticia de que unos cerdos rescatados de morir en un incendio terminaron convertidos salchichas en una cena de los mismos bomberos que los habían rescatado. Curiosamente, vi a mucha gente en los foros mostrándose extrañada e incluso escandalizada. A mí no me extrañó lo más mínimo.
Lo que sí me extrañó un poco, aunque quizás no debería, es que alguien pueda creer que proteger circunstancialmente a los animales equivale a tener consideración moral por ellos. No es así. Actuar para proteger a los animales puede tener motivaciones puramente egoístas y nada altruistas. Aquí vemos un ejemplo de tantos. Si los cerdos se hubieran quemado en el incendio entonces los humanos no habrían podido beneficiarse de usarlos para comida. Por eso los salvaron.
Los cerdos fueron rescatados del incendio igual que hubieran sido rescatados unos televisores o unos automóviles o cualquier otra propiedad considerada especialmente valiosa. Todas las actuales iniciativas que afirman "proteger" a los animales —como es el caso de la posición del "Bienestar Animal"— sólo pretenden proteger la propiedad animal en beneficio de sus propietarios: los humanos. Cualquier supuesta protección de los intereses de los animales en el contexto presente es en realidad una protección derivada del interés humano en el valor instrumental de estos animales. Dado que nuestra sociedad no reconoce que los animales posean un valor inherente, el trato que les otorgamos depende siempre del valor económico o sentimental que ellos tengan para nosotros y no del valor intrínseco que tienen sus propias vidas para ellos.
Tal y como explica en su trabajo el profesor Gary Francione, el hecho de que los animales estén sometidos al estatus de propiedad significa que sus intereses, incluso sus intereses más fundamentales, estarán siempre supeditados al beneficio que los humanos puedan obtener al vulnerarlos. Lo que les sucedió a esos cerdos es consecuencia directa de esa visión instrumentalista que rige nuestra relación con los animales. Millones de animales son esclavizados y masacrados cada día para servir de alimento, de vestimento, de entrenimiento, de transporte, de sujetos forzados en experimentos. Los hemos cosificado como productos para nuestro consumo.
Éste es el problema principal: los animales no humanos son propiedad de los seres humanos. Todos los animales son considerados de alguna manera como medios para los fines humanos y así es cómo nos relacionamos con ellos. El problema no es que exista en sí misma la noción de propiedad sino que el error moral reside en el hecho de que sea aplicada a los animales. Aplicar el concepto de propiedad sobre los seres humanos es una situación que denominamos como esclavitud. ¿Si la esclavitud es injusta sobre seres humanos por qué no lo sería igualmente sobre los otros animales? La especie no es un criterio moralmente más relevante de lo que sería la raza o el sexo.
Esa visión de los animales no humanos como esclavos de los humanos es una herencia cultural que hemos recibido del pasado remoto y que nos inculcan desde la infancia, generación tras generación. La práctica de utilizar a los animales es un hábito que adquirimos en la medida en que asimilamos la ideas y las costumbres propias de la sociedad en la que crecemos. Por esto, explotar a los animales nos parece tan "natural" como respirar. De ahí que a menudo nos resulte tan difícil reflexionar y evaluar esta situación con un mínimo de imparcialidad. Si bien, aquello que ha sido adquirido a través la educación puede también ser modificado mediante la propia educación.
En esta línea de análisis, me gustaría recordar de nuevo unas esclarecedoras palabras del filósofo Tom Regan acerca del error central que reside en nuestra actual relación con los demás animales:
«Lo que está mal —fundamentalmente mal— en la forma en que se trata a los animales no son los detalles que varían en uno y otro caso. Es todo el sistema. La desolación del ternero es patética, desgarradora; el dolor palpitante del chimpancé con electrodos profundamente plantados en su cerebro es repulsivo; la muerte lenta, tortuosa, del mapache atrapado en el cepo es angustiosa. Pero lo que está mal no es el dolor, no es el sufrimiento, no es la privación. Esto se combina con lo que está mal. A veces —a menudo— hacen que el mal sea mucho, mucho peor. Pero no son el mal fundamental. 
El mal fundamental es el sistema que permite ver a los animales como nuestros recursos, como para nuestro uso —para ser comidos, o manipulados quirúrgicamente, o explotados deportiva o económicamente. Una vez que es aceptada esta manera de ver a los animales —como nuestros recursos— el resto es tan predecible como lamentable. ¿Por qué preocuparnos por su salud, su dolor, su muerte? Desde el momento en que los animales existen para nosotros, para beneficiarnos de una u otra forma, lo que a ellos les dañe no tiene verdadera importancia —o importa sólo si empieza a molestarnos, como cuando comernos nuestro escalope de ternera nos hace sentir incómodos, por ejemplo. Entonces sí, libremos al ternero de su confinamiento solitario, démosle más espacio, un poco de paja, algunos compañeros. Pero sigamos con nuestro escalope de ternera.»
La situación de los animales no va a cambiar significamente mientras sigamos creyendo que ellos son nuestra propiedad. Por esto, un movimiento de Derechos Animales que aspire a un cambio significativo debería centrarse en reivindicar para todos los animales el derecho básico a no ser tratados como propiedad. Y el reconocimiento de este derecho comienza necesariamente en el veganismo. No es posible que los animales dejen de ser tratados como propiedades si antes no dejamos de tratarlos como recursos, de utilizarlos y consumirlos en nuestro día a día.
¿Recuerdan aquella conocida expresión machista de "la maté porque era mía" que algunos asesinos alegaban como un intento de justificar su crimen? Esa expresión refleja el mismo pensamiento esclavista que aplicamos a los animales. Consideramos que ellos son "nuestros", que nos pertenecen, que son nuestra propiedad, y por eso los utilizamos de comida, de vestimenta, de mascotas. De aquella forma de pensar proviene la violencia que sistemáticamente infligimos contra ellos.
Sin embargo, para una gran parte de la población humana podría resultar dificultoso o casi imposible de asimilar la idea de lo que los animales tienen un derecho fundamental de no ser propiedad si antes no comprende una serie de ideas básicas: [1] que los animales son seres conscientes, [2] que no está bien hacerles daño sin una razón que lo justifique y [3] que el uso de animales es intrínsecamente dañino y [4] no necesitamos utilizar a los animales para satisfacer nuestras necesidades y tener una buena calidad de vida.
No vale sólo con oponerse y denunciar la explotación de los animales si al mismo tiempo no centramos nuestros esfuerzos en una labor pedagógica que erradique esa mentalidad especista que nos ha sido inculcada y que determina nuestras creencias y costumbres actuales.

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