Revista Educación

Los monstruos

Por Siempreenmedio @Siempreblog

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Hay tres tipos de personas que no soporto: los que comen con la boca abierta, los que van a la playa con un altavoz a toda leche y los que no saben conducir en las rotondas. Sé que es mucha gente, sí. Es más, el último grupo ya comprende al 98% de la humanidad. También sé que he llegado a expresar en voz alta que, sin esta gente, el mundo sería un poquito mejor (quizá un día con alioli en el menú, o viento en la playa, o después de un sustito en una rotonda especialmente delicada). He llegado incluso a ofrecerme voluntario para deshacerme de ellos con mis propias manos. Ha pasado.

Pero también sé, y puede que sea la única certeza que he logrado construir, que sería absolutamente incapaz de llevar estos deseos a la práctica. Aunque les oiga masticar, aunque taladren con electrolatino, aunque no usen intermitentes.

Desconozco los mecanismos que me gobiernan, los que me indignan y los que me frenan, los millones de engranajes que regulan finamente los sudores fríos y los rubores, la mala leche y la desgana o la calma aleatoria.

Mohamed Lahouaiej Bouhlel, Muhammad RiayadOmar Siddique Mateen y Anders Breivik, entre tantos (¡mierda!) otros, sí dieron el paso. Si soy incapaz de saber cómo funciono aquí dentro, ¿cómo puedo imaginar qué les pasaba por la cabeza a ellos? ¿Qué pequeño clic nos diferencia? ¿Qué ruedecilla se salió del eje o perdió el ritmo? ¿Qué evento en sus vidas les marcó para siempre? ¿Y cuál a mí? ¿Hasta dónde llegaba su infelicidad? ¿Qué profunda desgracia les impedía disfrutar de una mínima alegría en su vida? ¿Qué presencias soportan? ¿Qué ausencias ignoran? ¿Y cuáles yo? Además, ¿qué mierdas sé yo?

Porque otra opción sería calificarlos de locos, de monstruos. Que solo pueda ser eso: una locura, una monstruosidad. Eso sería bastante más sencillo. Y no suele ser así.


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