Revista Arte

Los mundos de Rigoletto

Por Felipe Santos

Conferencia pronunciada el 16 de noviembre de 2010 en la Fundación Juan March de Madrid dentro del ciclo Siete óperas y un reto.

Si hubiese que decir algo, muy breve, sobre Rigoletto, habría que decir que ésta no es una historia alegre. No termina bien. Hay buenos y malos, pero demasiado buenos y demasiado malos como para ser verosímiles del todo. En medio, un bufón que quiere vivir en serio.

Hace algunos meses, el escritor Claudio Magris decía en una entrevista que el problema del hombre moderno no era la felicidad, sino que corría el riesgo “de no ser capaz de desear la felicidad (…) ya no se trata de ser amado sino de algo más trágico: no ser capaz de amar”. En cierto modo, de esta incapacidad está enhebrada esta ópera famosísima, un verdadero clásico cuando nos permite volver la vista hacia ella y reconocer entre sus versos cantados la voz de un hombre por el que no parece haber pasado el tiempo. No es difícil sentir la cercanía de unos personajes que, a pesar de su hiperbólico comportamiento teatral, nadan en el mar de nuestra cultura.

Tan cercano a la experiencia humana como lejano en el escenario encontramos, por ejemplo, al Rigoletto del acto II, abatido por la desaparición de su hija Gilda, pero que debe continuar con el ingrato trabajo de entretener y hacer reír a la corte de Mantua. La música de Verdi nos guía entre la rabia estéril de un bufón burlado (en los versos “Cortigiani, vil razza dannata”) y su patética petición de clemencia (en “Ebben, piango”) hasta llegar al dúo estremecedor entre el padre y su hija mancillada (“Tutte le feste”). Veremos esta tarde este pasaje con detenimiento, luego me referiré a él. En todas las notas que componen este acto central, se cruzan por fin los dos mundos que el cómico jorobado pugna por separar en esta ópera: su vida ordenada con su hija, a la que separa del mundo real y quiere educar en la virtud, y la disoluta y cruel al servicio del duque.

Esta conferencia, que se titula Los mundos de Rigoletto, es un viaje, una reflexión compartida por esas esferas contrapuestas que anidan en el centro de uno de los grandes clásicos del repertorio operístico. Una dualidad que se proyecta hacia el tiempo histórico en que se concibió, hacia la personalidad y las circunstancias biográficas de su compositor, y hacia el espectador que la escucha y contempla hoy. Encontraremos en otras artes historias paralelas que nos ayudarán a acercar más esta ópera a nuestro tiempo.

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Foto: El bufón Calabacillas, de Diego de Silva y Velázquez (Museo del Prado)

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