Los niños y la muerte

Tengo un niño de cinco años que a veces me parece un filósofo a lo Sócrates. Me encanta ver como su pequeña cabecita ya es capaz de darme argumentos de lógica aplastante y ofrecerme grandes lecciones de vida. Pero a veces sus palabras e incluso sus pensamientos son demasiado prematuros para sus sentimientos de niño y me da pena que él mismo se hace daño.Seguro que no soy la única que con un niño de esta edad, e incluso más pequeños, empiece a tener que lidiar con conversaciones metafísicas de lo más complicadas. Si para un adulto esto de la muerte no acaba de cuadrar mucho, para un niño, que aprende que dos y dos son cuatro, sin excepciones, y cree sólo en lo que ve, como Santo Tomás, toparse con semejante paradoja vital es un tanto complicado.Con mi pequeño gran hombre tenemos conversaciones de todo tipo relacionadas con la muerte. Algunas macabramente graciosas. Por ejemplo: mamá, cuando vayamos al cielo, tendremos que tener cuidado con los aviones, no sea que nos atropellen (pausa dramática) aunque... bueno, da igual, si ya estamos muertos. Otra: Mamá, yo no quiero viajar en avión, que estaremos muy cerca del cielo y nos podremos quedar ahí. Y la mejor: Cuando me muera, me iré al cielo volando como Peter Pan (con gestos grandilocuentes, cual pajarillo aprendiendo a volar).Hasta aquí, lo gracioso. Pero claro, su cabecita sigue dando vueltas hasta que un día se percata que si te vas al cielo, desapareces de la tierra. Y ahí es cuando llega la angustia porque cuando se muera mamá (de verdad que me da una manía cada vez que me lo dice) sí, te irás al cielo, pero yo no te veré!!!! Y los lagrimones de desconsuelo son de cómic de Manga como mínimo.Cuando preguntas a otras personas qué hacer en estas situaciones, siempre te dicen que actúes con naturalidad y sentido común. Con los primeros comentarios más "graciosos" es fácil quitar importancia, pero con los segundos... es otro tema.