Revista Coaching

Los niveles lógicos del pensamiento

Por Coach2coach @Esther_Roche
(Este post es parte del capítulo Nuestro Sistema Operativo: los Niveles Lógicos de Pensamiento de mi libro sobre el éxito y el ser humano, aún sin terminar. De hecho, aún no tiene título. Debido a que es parte de un libro, el registro de escritura es algo más serio y literario que mis posts, que habitualmente son escritos de forma algo más desenfadada).

[...] Ahora que el lector tiene una visión más amplia de cómo nuestro cerebro realiza representaciones del mundo según la información subjetiva de la que dispone, se dará cuenta de que esos mapas mentales, deben estar formados por diferentes elementos. Elementos tales como conductas, creencias, habilidades y valores. Todos estos componentes y más, que también veremos, son causa y a la vez consecuencia de nuestros pensamientos, que se ordenan de forma estructurada en nuestro inconsciente.

Pese a que Bateson y Dilts, dos de los más altos exponentes y divulgadores de la Programación Neuro-Lingüística, suelen representar estos niveles lógicos sobre la estructura jerárquica de una pirámide, es muy común utilizar también la imagen de iceberg como el que presento a continuación.

Los niveles lógicos del pensamiento

En esta representación, el iceberg que el lector observa es una metáfora de la mente del ser humano.

A medida que, figurativamente, nos vayamos sumergiendo hacia las capas más hondas de ese colosal bloque de hielo, nos adentraremos en la profundidad de nuestros comportamientos, valores e identidad y otros elementos de nuestra individualidad. Pese a que presentaré los niveles lógicos del pensamiento en forma jerárquica, esto no quiere decir que surjan escaladamente unos de otros. De este modelo, organizado en diferentes alturas, se infiere que el ser humano se organiza como un sistema, tanto interna como externamente: es un modelo sistémico en el que todos los subsistemas se influyen recíprocamente. Todos los niveles lógicos del pensamiento están interconectados entre sí y se influyen mutuamente. Cada nivel afecta a todos los que tiene por encima y a todos los que tiene por debajo, no obstante se disponen de forma lógica y ordenada para su mejor comprensión.

Los niveles lógicos del pensamiento inferiores - que en el modelo del iceberg corresponden a los superiores, a los más altos - tienen menos capacidad que los subsecuentes para producir cambios en el sistema total. Permítame el lector que aclare esto. Además de para conocernos un poco mejor a nosotros mismos y lo que tenemos en común todas las personas, este modelo tiene también un propósito práctico: es un elemento clave para el cambio, el aprendizaje y la comunicación. A medida que el lector vaya asimilando los niveles lógicos, se dará cuenta de que modificar tan solo algunas actitudes o comportamientos, posiblemente le llevará a un cambio, pero casi con toda certeza temporal y de menor dimensión que si actuase sobre las creencias que los provocan, por ejemplo. A menudo resulta fácil realizar variaciones en los niveles lógicos del pensamiento más básicos, mientras que hacerlos en los más profundos es una tarea laboriosa aunque mucho más efectiva. En definitiva, para que un proceso de aprendizaje y cambio sea efectivo, tendrá que estar orientado a una modificación en los niveles más profundos, de modo que ésta sea el desencadenante de los cambios en los siguientes niveles - cambios evolutivos -, mientras que si obramos sobre los niveles más exteriores podremos realizar cambios correctivos y generativos.

Cuántas veces habrá escuchado el lector aquello de "y esto es sólo la punta del iceberg", cuando alguien da a entender que, pese a conocerse algún indicio o información, la mayor parte de la misma se mantiene velada, sea por las causas que fuere. Como puede observar el lector en la imagen, el iceberg tiene una parte visible pero la mayor parte permanece oculta. En dependencia de sus características físicas, como las pequeñas burbujas de aire atrapadas en su interior o la salinidad del agua de la que están formados, la proporción media de hielo oculto en los icebergs es de aproximadamente un 10%. En nuestra alegoría del ser humano, esta es una proporción bastante aproximada, es decir, sólo un 10% de nuestra mente se manifiesta exteriormente, mientras que el 90% restante se mantiene oculto, a veces incluso para nosotros mismos[1]. Habitualmente, la parte visible correspondería a nuestra parte consciente y la no visible, a nuestro inconsciente. [...]

[...] Una vez aclarada la relación entre pensamiento - conducta - emoción y la diferencia entre emoción y sentimiento, podemos pasar a conocer los niveles lógicos, en los que hablaremos más detalladamente de estos elementos.

De nuestra parte consciente, en primer lugar observamos en la imagen del iceberg un cielo espléndido, algún que otro cirro y poco más. Esto representaría nuestro entorno. Nuestro entorno puede ser conmutable o no, en dependencia de lo que cada uno considere su entorno. No obstante es incuestionable que nosotros, el iceberg, continuaremos siendo los mismos, sea cual sea nuestro entorno. Se trata de los vínculos que tenemos con el tiempo, el lugar y las personas, es decir, el contexto físico en el que nos desenvolvemos. A este nivel pertenecen los llamados cambios correctivos.

Seguidamente, en la parte visible del iceberg propiamente dicho y que, por lo general, sigue siendo parte de nuestra mente consciente, se encontraría la externalización o manifestación observable de nuestra personalidad, es decir, nuestras actitudes, comportamientos y conductas. Son las acciones, reacciones y actividades externas que se pueden observar (e interpretar). Es importante recalcar que las interpretaciones que cada persona pueda hacer de nuestros actos son ejecutadas a partir de sus propios mapas, que no tienen por qué ser coincidentes con los nuestros. Pongamos como ejemplo una respuesta desmesurada de alguien ante una hormiga o un insecto inofensivo. El interlocutor o un observador, según sus patrones mentales, juzgará esta reacción exagerada, sin tener en cuenta el mapa del protagonista, quien seguramente tiene sus motivos. De hecho, tras toda conducta existe una intención positiva para quien la ejecuta. Incluso aunque nos hagamos daño a nosotros mismos docenas de veces cada día, tras esas conductas nocivas, nuestro inconsciente esconde una intención que nos brinda algún beneficio o quizá lo hacía en el pasado y así, la conducta que un día tuvo una intención positiva, terminó convirtiéndose en un hábito no necesariamente favorable en el presente. Valga como ejemplo la costumbre de calmar a un niño de una rabieta con alimentos, o empezar a fumar con el objetivo de integrarse en un grupo de amigos. Aun a sabiendas de que un exceso de ciertos alimentos o una dieta deficiente nos puede reportar un placer solo pasajero o que el tabaco es perjudicial para nuestra salud, continuamos fumando o comiendo cosas que no debemos, bien porque se ha convertido en un hábito, bien porque sigue estimulando nuestros circuitos de recompensa instantáneos. Si aplicamos cambios en este nivel, serán de carácter generativo.

A nivel del agua, justamente donde rompen las olas, en esa parte del iceberg que a veces se ve, a veces no, se encuentran nuestras aptitudes, habilidades, recursos internos, y talentos. En este punto, realizaré una breve diferenciación entre estos términos. La aptitud es la capacidad o predisposición para el desempeño de una actividad y suele aparecer donde ya existe, es decir, se desarrolla, no se adquiere. Ese sería el caso de una habilidad, que no existe, pero se puede desarrollar. Un recurso interno, lo describo como una caja de herramientas de la que echamos mano cuando se nos presentan obstáculos u oportunidades. Lo califico más como una virtud o cualidad. Y por último, un talento es una aptitud natural extraordinaria o un conjunto de aptitudes que, de ser desarrolladas, conformarán una ejecución sobresaliente y singular. En Coaching se parte de la premisa de que todas las habilidades se pueden aprender. Los posibles cambios que podamos aplicar a nivel de capacidades entrarían en el grupo de de cambios generativos, al igual que el anterior.

Al profundizar un poco más en el iceberg, encontraríamos una serie de elementos relacionados con nuestras opiniones, juicios subjetivos y creencias. Esta parte es prácticamente invisible a los demás y a menudo también lo es para nosotros mismos. Es aquí donde se hallan los puntos ciegos a los que hacía referencia anteriormente y por ello podríamos afirmar que nosotros mismos somos inconscientes de gran parte de esta fracción del iceberg. Nuestras opiniones y juicios subjetivos se basan en experiencias que, de aprobarse y repetirse, se convierten en algo más profundo y potencialmente peligroso: nuestras creencias. Las creencias[2] se validan y, con el paso del tiempo y la repetición, esas validaciones se van reforzando hasta convertirse en sólidos asentamientos en nuestro cerebro, en forma de conexiones neuronales. Se trata de lo que cada uno cree acerca de todo lo que le rodea, incluido de sí mismo. Las opiniones, juicios y creencias entran a formar parte de lo que yo llamo nuestro sistema operativo, al comparar nuestra mente con una computadora, es decir por qué lo hacemos. El sistema operativo es un conjunto de programas que son la base sobre la cual nuestro cerebro opera y gestiona nuestros recursos. De este modo, nuestras creencias formarían parte de una programación sobre la que vamos construyendo y que generan ciertos resultados. Imagínese el lector si esa programación es incorrecta, qué resultados obtendrá su propietario. (FFT). Numerosas creencias tienen su origen en las generalizaciones de las que hablaba antes, por lo que no es difícil deducir, que existen muchas creencias que son simples adaptaciones personales de creencias populares o tradiciones. Existen docenas de ejemplos que son la base de tanto creencias colectivas como personales; entre las primeras podríamos contar desde ciertos cuentos, mitos y fábulas hasta la propia historia de una nación cuyo pasado hace que su futuro se considere inalterable. Son creencias como "en Inglaterra se come fatal" o "siempre habrá dos Españas". Respecto a las creencias individuales, suelen ser típicas, que no generalizadas, las creencias "es demasiado tarde para...", "no puedo hacer nada para cambiar tal cosa", o "nunca seré...". Si logramos aplicar cambios a este nivel, se trataría de cambios evolutivos.

Como ya indicaba anteriormente, los valores son una serie de normas adquiridas que nos guían a través de nuestra vida y, a menudo, por un camino socialmente aceptable. Los valores son lo que nos mueve a hacer ciertas cosas o no hacerlas. También forman parte de nuestro sistema operativo a un nivel algo más profundo que las creencias, ya que responden a la pregunta ¿para qué?, es decir, ¿con qué finalidad hago yo esto? Se refiere a nuestro propósito, a algo que va más allá de los porqués y los cómos, algo que se relaciona con un panorama más amplio de nuestra visión y misión en el mundo. Cuando alguien es consciente de lo que de verdad le importa, su escala de valores le proporciona un poderoso incentivo para el cambio y le motiva para acercarse a la persona que desea llegar a ser. Al actuar sobre nuestros valores es más factible influir sobre los niveles anteriores y alinearlos en pos del éxito que buscamos. Queda patente que tanto los valores como las creencias suelen transcender el entendimiento intelectual puesto que en una proporción muy alta, no somos siquiera conscientes de ellos. Por ejemplo, alguien puede asegurar con toda sinceridad que no es homófobo, y sin embargo siente rechazo ante la posibilidad de que un hijo o hija suyos sean homosexuales. Al igual que en el nivel anterior, los cambios que se aplicasen en este nivel serían de carácter evolutivo.

Nuestra identidad es la parte más profunda del iceberg, a menudo inconsciente. La identidad es lo que define quienes somos, o mejor dicho quienes nosotros creemos que somos. Por lo general nos solemos definir mediante todos los niveles anteriores, pese a que somos mucho más que nuestras actitudes ( "siempre como a deshora"), capacidades ( "es que no puedo controlarme con la comida en reuniones familiares"), valores y creencias ( "necesito comer para sentirme plena y feliz") y por fin, nuestra identidad ( "soy gorda y siempre lo seré"). En este caso, ¿puede imaginar el lector cuánto daño puede estar haciéndose a sí misma esta persona sin siquiera ser consciente de ello? ¿Cree que aplicando un cambio correctivo de conducta únicamente, esta persona logrará algún día sentirse bien con su cuerpo? Solemos etiquetarnos confundiendo nuestras conductas y capacidades con nuestra identidad, lo cual no nos hace ningún bien ya que, habitualmente, lo que creemos que somos es lo que terminamos siendo. Al estar refiriéndonos a nuestra identidad con etiquetas referentes a lo que podemos o no podemos hacer, a nuestras conductas o comportamientos, estamos dando por hecho que hay ciertas habilidades, conductas o comportamientos a los que automáticamente cerramos nuestras posibilidades de actuación. "soy malísimo conduciendo", "soy muy nerviosa", "soy mozo de almacén". Se trata de premisas y presuposiciones estrechamente vinculadas con nuestras creencias y, en la mayoría de los casos, nuestra identidad se va formando a medida que construimos sobre ellas. Si aplicamos cambios a este último nivel, generaremos cambios evolutivos.

El modelo de Bateson y Dilts nos da la oportunidad de reflexionar sobre la forma en que nos comunicamos, no solo con otras personas, sino con nosotros mismos, y el impacto que esos pensamientos, expresados a través del lenguaje, pueden tener en nuestra mente y en la de los demás. La existencia de estos niveles da una explicación alternativa al por qué muchos de nuestros propósitos no se cumplen o por qué ciertas intervenciones no generan el efecto deseado; siguiendo con el ejemplo de esa persona que se identifica con la etiqueta de gorda, quizá esta mujer se propone bajar de peso y sin embargo no lo logra pese a conocer las implicaciones de la obesidad porque está interviniendo en su conducta, mientras que quizá sería más apropiado intervenir en sus creencias e identidad. El análisis transaccional de Eric Berne (ref) avala la noción de que quienes somos es aprendido sobre todo en nuestra infancia. Este aprendizaje proviene de la autoridad superior con la que nos criamos y crecimos, quienes, inconscientemente, condicionan nuestra forma de vivir a través de sus mensajes tanto verbales como no verbales y que nosotros interpretamos como válidos por provenir de ese "ser superior", ya sean nuestros padres, maestros o educadores.

Como he venido señalando a lo largo de los niveles lógicos del pensamiento, si somos conscientes de desear un cambio en nosotros mismos, primero hemos de identificar el nivel de pensamiento al que pertenece lo que deseamos cambiar y después determinar cuál es el nivel más profundo que propulsa esa conducta, comportamiento o creencia. Los cambios ejercidos sobre los niveles menos profundos no suelen ser perdurables ni son garantía de que vayan a terminar afectando a los siguientes. No obstante deberíamos utilizar una estrategia en la que iniciemos intervenciones en varios niveles de modo que podamos alinearlos para generar una transformación en la totalidad del sistema. Llegados a este punto, creo imprescindible aclarar que, pese a pertenecer al nivel de la identidad, de nada sirve repetirnos infinitas veces, por ejemplo, "soy delgada" si no estoy dispuesta a la vez a realizar también un cambio en mi conducta alimentaria, en mis hábitos y creencias, cosas que conllevan un gran esfuerzo. Para que los efectos generados sean perdurables y beneficiosos para el desarrollo del individuo, repito, es necesaria la integración de experiencia en diferentes niveles y alineación de los mismos. Quiero hacer hincapié en esto porque se podría llegar a confundir alguna parte de lo dicho anteriormente con ciertas corrientes ultra liberales de pensamiento positivo que en los últimos años han despertado la curiosidad de algunos y el desprecio de otros. Esas corrientes de pensamiento positivo fomentan y difunden la idea de que los pensamientos influyen en la vida, cosa que es muy cierta, pero llevando este concepto al extremo paroxismo de forma ridícula aunque efectiva, aprovechándose de ciertas debilidades humanas. Según estos movimientos, ideados a base de costosísimas estrategias de marketing y sacando partido de la proliferación de libros de autoayuda, para conseguir exactamente lo que uno quiere solo hay que concentrarse, manifestar esos deseos e voilá. No, ni este libro ni los niveles lógicos de pensamiento se refieren siquiera remotamente a dogmas postulados por este pensamiento positivo ultra-liberal, ni lo comparten.

Si somos capaces de determinar las conductas, comportamientos y creencias que hemos de modificar para eliminar las limitaciones que nos autoimponemos, nos será mucho más fácil poder alcanzar el éxito. Alguien puede proponerse ser el mejor decorador de España y realizar todas las acciones y planificaciones necesarias para conseguirlo, sin embargo, si en su modo de pensamiento están influyendo ciertas creencias como "en España el mundo del interiorismo no tiene futuro", le será extremadamente duro lograr ese éxito tan perfectamente formulado. Si el lector se pone a pensar, seguramente podrá encontrar áreas o momentos de su vida en los que ha tenido éxito. Entonces, ¿por qué en unos aspectos conseguimos el éxito y en otros no? Seguramente la respuesta está en nuestra estrategia para el éxito. Inconscientemente, solemos seguir las mismas pautas conductuales para conseguir diferentes propósitos. Pondré un ejemplo para ilustrar más fácilmente esta explicación [...]

Lo que un hombre piensa de sí mismo, esto es lo que determina, o más bien indica, su destino.

Cuando se trata de aspectos de los que no somos conscientes nosotros mismos, se denominan "puntos ciegos".

[2] Hablaré detalladamente sobre las creencias en el capítulo dedicado a las barreras más adelante. (Esto se refiere al libro, no al blog)


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