Revista Cultura y Ocio

Los nombres de santa Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Los nombres de santa TeresaUnos la llaman Teresa Sánchez de Cepeda, otros, Teresa de Ávila. En Wikipedia leemos que "se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada". En fin, no hace falta ir muy lejos para constatar que no se encuentra una manera fija de llamar a la famosa santa castellana. Vamos a intentar acercarnos a este tema, dejando constancia de los datos históricos y las razones que han llevado a esta plural denominación.

Partimos del trabajo del P. Juan Bosco de Jesús, titulado "Identidad literaria de una española: "Teresa de Ávila" o "Teresa de Jesús"", de 1984. El estudioso carmelita se sorprende de lo que él llama la "desidentificación nominal" de esta escritora de primer rango, algo que considera fuera de lo común en nuestras letras, y contra lo que arremete enérgicamente:

"Es el caso de una autora española femenina, patrimonio no solo de las Letras Hispánicas, sino de las universales, llamada en vida y siglos tras su muerte TERESA DE JESÚS, a quien hoy amplias áreas del mundo literario y cultural, el extrahispánico en general, y por mimetismos muy característicos no pocos autores del mundo hispano, denominan con el nombre irreal y apócrifo de Teresa de Ávila. "Teresa de Ávila" es una invención humana; nadie conoció a tal mujer viviente entre los años 1515 y 1582, nadie preguntó nunca por ella, nadie la siguió ni la persiguió, no aparece en ni una sola línea de una sola fuente histórica de su tiempo. "Teresa de Ávila" resulta ser un personaje inexistente y de ficción"¹.

Según el P. Juan Bosco, en el siglo XIX se empezó a dar este nombre a la Madre Teresa de Jesús, pero eran casos aislados hasta que, en la década de los veinte del siglo pasado, cuando santa Teresita, la santa francesa, fue beatificada y canonizada, se empezó a presentar el binomio Teresa de Lisieux/Teresa de Ávila. Sobre todo, la denominación se extendió en Francia, desde donde comenzó a hacerse popular el nombre de "santa Teresa de Ávila" o simplemente "Teresa de Ávila" para la escritora española. Y cundió hasta tal punto que pasó incluso a los textos litúrgicos oficiales de la Iglesia. En su estudio, el P. Juan Bosco hace referencia a una solicitud presenta al papa Juan Pablo II -y aceptada por el pontífice-, en la que numerosas instituciones culturales y religiosas de nuestro país pedían que restituyera a la santa el nombre con el que la propia Iglesia la canonizó: "Santa Teresa de Jesús".

No obstante, un paseo por la página web del Vaticano es suficiente para comprobar que el mencionado apelativo "santa Teresa de Ávila", ha seguido usándose después de esa restitución - junto con el de Teresa de Jesús-, en distintas intervenciones y mensajes por parte de los últimos papas, Juan Pablo II incluido.

Fuera del entorno eclesial, en el ámbito de las letras y la cultura, sobre todo anglosajón, pero no únicamente, ha hecho fortuna el nombre de Teresa de Ávila, y se ha arraigado de tal modo que parece que ya no tiene vuelta atrás.

Pasemos ahora a la cuestión del apellido familiar de la santa: ¿cómo la hemos de llamar? ¿Teresa de Cepeda o Teresa de Ahumada? ¿o Teresa de Cepeda y Ahumada?

Conviene saber que el sistema de los apellidos en España no era en el siglo XVI como es en la actualidad. El problema viene cuando hacemos un calco de nuestro modelo de apellidos actual y lo extrapolamos, de manera anacrónica, al tiempo de la santa, asignándole, por ejemplo, el apellido del padre seguido del de la madre como si tuviese obligación de llamarse así.

Jaime de Salazar y Acha, pronunció el 26 de mayo de 1991 su discurso de ingreso en la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía titulado Génesis y evolución histórica del apellido en España. A propósito de la práctica seguida entre los siglos XIV y XVI, señala este experto lo siguiente:

"Podemos decir que cada familia disfruta de un cierto patrimonio onomástico, que consiste en el conjunto de los nombres que han utilizado sus padres, sus abuelos y sus tíos, tanto por línea paterna como materna. Cada uno de estos familiares ha usado en su tiempo un patronímico, de carácter todavía filiatorio o no. Pues bien, la familia utilizará para bautizar a los suyos, únicamente, salvo rarísimas excepciones, los nombres de este acervo onomástico familiar, imponiendo a sus hijos no solamente el nombre de sus antepasados sino también el patronímico que aquellos usaron. [...] Durante esta época, salvo las masas iletradas que dependían en cierta manera del nombre que les quisieran imponer los curas o los empadronadores en su caso, podían al contrario tomar el apellido con la más absoluta libertad [...]. El hombre del Siglo de Oro, y me refiero sobre todo al hidalgo con pretensiones, escoge a su gusto entre los apellidos de sus mayores, y no se plantea dudas al elegir el de una bisabuela si este es más ilustre o sonoro que el de su padre"².

Solo a partir del siglo XVII, comienza a fijarse el sistema de apellidos en la forma que ahora tenemos.

Queda claro, por tanto, que los apellidos se podían elegir dentro de ese acervo familiar. Teresa y el resto de hijos de Alonso Sánchez de Cepeda no van a continuar con el apellido del abuelo paterno (Sánchez). A ese respecto, señala Francisco Márquez Villanueva:

"Si en Santa Teresa y sus hermanos se extinguía y abandonaba el patronímico Sánchez, que lógicamente les correspondía, no era, como opina Homero Serís, por ser demasiado común, sino por lo que venía a constituir práctica habitual cuando el apellido llevaba consigo malos y peligrosos recuerdos"³.

Como es sabido, Juan Sánchez de Toledo, próspero mercader converso, abuelo de Teresa, judaizó, fue condenado y reconciliado por la Inquisición junto con sus hijos, y el sambenito con su nombre colgaba para perpetua infamia en la colación (parroquia) de Santa Leocadia de Toledo. De ahí que se mudaran a vivir a Ávila en 1493, buscando no ser conocidos y emparentar con familias pudientes de la sociedad abulense. En 1500, Juan Sánchez adquirió una ejecutoria de hidalguía, que de algún modo garantizaba nobleza y limpieza de sangre. Su hijo Alonso Sánchez, padre de la futura santa, se casó en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada. Los hijos de ambos van a alternar los apellidos: "de Cepeda" (Lorenzo, Rodrigo y Jerónimo), y "de Ahumada", los siete restantes. Desaparece toda conexión con el abuelo (Juan Sánchez).

Para ilustrar la libertad con que se toman los apellidos, podemos considerar el caso de un hermano de Alonso Sánchez de Cepeda, llamado Francisco Álvarez de Cepeda. Este tío de la santa se casó con María de Ahumada, y de los hijos del matrimonio, tres llevan el apellido Cepeda, tres llevan Tapia, uno Ahumada, y otro Álvarez Cimbrón. Cuatro modalidades para ocho hermanos.

Teresa nunca se llamó "de Cepeda", de la misma manera que, por ejemplo, su hermano Lorenzo, nunca fue "de Ahumada". La santa se llamó doña "Teresa de Ahumada" y firmó con ese nombre documentos durante la mayor parte de su vida, hasta que, con la fundación de San José de Ávila, en 1562, abandona el título de "doña" y el apellido familiar, para tomar el nombre religioso de "Teresa de Jesús", que conservaría durante los veinte años restantes. Desde entonces, esa será su única denominación, y así firmará, por ejemplo, toda su correspondencia.

Después de todo lo dicho, resumimos diciendo que los nombres históricamente utilizados por ella y por quienes la trataron, fueron únicamente estos dos: Teresa de Ahumada, hasta 1562 y Teresa de Jesús, a partir de esa fecha.

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¹DE JESÚS, Juan Bosco, "Identidad literaria de una española: "Teresa de Ávila" o "Teresa de Jesús"", en CRIADO DEL VAL, Manuel (Ed.), Actas del Congreso Santa Teresa y la literatura mística hispánica, Madrid: EDI-6, 1984, p. 117.

² Disponible online en " Génesis y evolución histórica del apellido en España " [http://www.asociacion-aiam.es/aiam-archivos-abierto/aiam/documentos/doc_interesantes/T_-_Jaime_de_Salazar_y_Acha_-_Genesis_y_Evolucion_historica_del_Apellido_en_Espa%C3%B1a.pdf]. Acceso diciembre 2016. El subrayado es nuestro.

³MÁRQUEZ VILLANUEVA, Francisco, Espiritualidad y literatura en el siglo XVI, Alfaguara, Barcelona-Madrid, 1968, p. 147.


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