Revista Cultura y Ocio

Los objetos perfectos

Por Calvodemora
Los objetos perfectos
En cierto modo fui educado con este disco. A la luz de ese disco, conformado a su esencia, crecí y me relacioné con los demás. Escuchado hoy, contemplado veinticinco años después, entiendo que así fuese. No sé qué mal alivió o cuál cura ahora. K. dice que Maximizing the audience es una obra terapéutica, un bálsamo, un refugio, uno de esos discos medicinales que uno se pone en el cielo de la boca y va masticando, en la creencia de que algo hermoso subsistirá en el deglutido, de que la belleza extraña que tutela invadirá la pequeña tristeza con la que se consume. No hay nada fiable a lo que encomendarse en él. Seduce porque de alguna forma te anula como oyente. Jamás una música de apariencia tan fría alcanza un rango de calidez tan alto. K. no comprendía mi adhesión, el sencillo hecho de que una música tan distinta a la que habitualmente escuchaba (Bowie, la ELO, Queen, Genesis, cantautores, algo de jazz)  me pudiera absorber de ese fascinante modo.
Pienso ahora en el imborrable Ramón Trecet, que puso en órbita a este caballero en España. Pienso en mi amigo Safo, en cómo circulaban los discos de Mertens de su casa a la mía, en cómo adorábamos la irreprimible sensación de lujuria sonora de esas melodías atípicas. Pienso en todo lo que sucedió entonces y en lo que está sucediendo ahora. Mertens sigue publicando a tutiplén. No veo al Safo. Trecet no sé dónde anda. Menos mal que tengo el disco del amigo Wim en tres -cada uno a su modo- lujuriosos formatos. La primigenia cinta de cassette, el vinilo y el CD escoltan el minimalismo, maximizado, lo conservan a refugio de mí mismo incluso. Piensa uno en todos esos libros y en esos discos a salvo del tiempo, ambarizados, alojados en un limbo precioso de objetos perfectos. Todos tenemos alguno, algunos tenemos cientos. Los míos son invariablemente libros, películas, discos o fotografías. Todos exhiben la rara perfección de mis vicios. A todos les encomiendo la posibilidad de que mi alma se salve del horror que la circunda. Y anoche, pillado del spotify, a pesar de tenerlo en tres honrosos recipientes, volví a escuchar entero (sin omitir una nota, por muy repetidas que parezcan) el imprescindible disco de Mertens, el clásico entre los muchos clásicos. Me acosté tardísimo, completo de una manera que no podría registrar en palabras ahora.

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