Revista Arte

Los ocultos senderos de la mente o la necesidad, a veces, de enajenar el juicio.

Por Artepoesia

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En los años oscuros del medievo surgieron, sin embargo, algunos hombres lúcidos y destacados, fue el caso del italiano Tomás de Aquino (1224-1274). Entre sus muchos escritos señaló en una ocasión con respecto a la estupidez humana:  Se trata de una percepción de la realidad. Es como en las cosas del sabor. Para discernir un sabor de otro preguntamos a quienes tienen un paladar sensible. Lo que de hecho es amargo o dulce, parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición del gusto, pero no para aquellos que tienen el gusto deformado. Cada cual se deleita en lo que ama. A los que en ocasiones padecen de fiebres se les corrompe el gusto, y no encuentran dulces las cosas que en verdad lo son.
Una de las cosas que el filósofo Tomás de Aquino destaca es la especial característica del estulto, del necio; ésta, afirma, consiste en ignorar la conexión existente entre medios y fines. Y -sigue indicando el sabio medieval-, debemos distinguir entre la estupidez especulativa de la práctica, ésta última es peor. Es decir, no debemos confundir inteligencia  -propiamente dicha-  con resultados:  hay personas limitadas en su inteligencia que saben actuar muy bien, sin embargo las hay muy inteligentes que son verdaderamente estúpidas en actuar. Es, por tanto, que debe existir otro componente que añadir al entendimiento:  La sensibilidad.
Continúa diciendo Tomás de Aquino: Otra de las características de la estulticia es la parálisis. El estúpido adquiere una forma de incapacidad motriz parecida a la catatonia. Esta parálisis proviene del estupor, del asombro, de la sorpresa ante la nueva disquisición sobrevenida de pronto. Lo contrario al estupor en este caso es la admiración. Ésta, la admiración, es una actitud positiva, que al final obtiene la disquisición lúcida, porque la busca, la persigue. Aquéllo, el estupor, la impide, la desprecia incluso. Además de la parálisis, prosigue el sabio filósofo, otro factor importante en la caracterización de la estupidez es la falta de sensibilidad. Para esto, Tomás de Aquino distingue entre estúpido (estulto) y fatuo. La fatuidad es la total carencia de juicio. El estulto, a diferencia, tiene juicio, pero lo tiene embotado (que es muchísimo peor). Es por ello que la estulticia es contraria a la sensibilidad, que proviene de la sabiduría, cuya palabra procede a su vez de saber, de sabor. Así como el gusto discierne, distingue, los sabores, la sabiduría distingue las cosas y sus causas. A lo obtuso se opone la sutileza, la perspicacia, la sensibilidad. 
El Art Nouveau surgió a finales del siglo XIX como un revulsivo contra todo lo establecido como Arte entonces. Fue el también conocido como Modernismo. Ya se había iniciado una tendencia general a romper fronteras para ir más allá en los conceptos artísticos con los escritos del crítico inglés John Ruskin (1819-1900). Aunque éste se rebeló ya contra el entumecimiento estético y los efectos perniciosos de la Revolución Industrial formulando una teoría esencialmente espiritual y gótica (medieval), postulaba la democratización de la belleza. En concreto, se trataba ahora de que hasta los objetos más cotinianos llegaran a tener valor estético y fuesen accesible a toda la población, aunque sin utilizar las nuevas técnicas de producción masiva. Este movimiento revolucionario en el Arte comprendía todas las manifestaciones habidas en la actividad humana, no sólo las Artes mayores, también en el mobiliario y en los objetos propios del diseño decorativo.
En Austria, en la Viena de 1897, se fundó una tendencia artística modernista, como sucediera en los otros países europeos, que acabó sin embargo aquí denominándose Secesión de Viena. A diferencia de las otras, la Secesión vienesa culminó gracias a la rigidez política y social que el por entonces Imperio Austro-Húngaro obligaba a una burguesía ansiosa de poder e influencia. Esta burguesía liberal se centró, entonces, en la literatura, la ciencia y el Arte, de este modo acabó apoyando a los jóvenes creadores que propiciaban aquel movimiento lleno de rebeldía. Cuando en la busca de la elegancia diferente, además, se incluyen ya rasgos de una formalidad aún más severa; cuando se traspasa incluso la sobriedad formal que caracterizaba al modernismo en general; cuando se transgrede además, se alcanza entonces ya lo que se terminó por denominar el Expresionismo.
Aquí, en esta nueva tendencia, aparece el gran y original creador austríaco que fue Egon Schiele (1890-1918).  Con una personalidad absolutamente irreverente, escandalosa, se enfrentó decidido a la inflexible y lastrante moralidad de su época. Por mantener una relación con su adolescente modelo acabó, brevemente, por ser encerrado en una prisión imperial. Las contradicciones de su obra y de su vida llegaron incluso hasta en su forma irónica de morir. Cuando, en los inicios de la Primera Guerra mundial (1914-1918), todos los jóvenes austríacos debían ser llamados a filas para servir al emperador, el ya por entonces afamado artista Egon Schiele fue excluído por pertenecer a tan especial élite intelectual. Sin embargo, a pesar de ser salvado por el Arte, no pudo impedir que los efectos mortíferos de la contienda mundial acabaran con su vida en 1918. La gripe, llamada errónea y mediáticamente española, surgida y extendida además gracias al movimiento de las tropas, consiguió malograr una de las carreras artísticas más prometedoras del siglo XX, cuando acabó con la vida del expresionista pintor Egon Schiele a los veintiocho años de edad.
Así es como a veces, también, tenemos que enfrentarnos con la estupidez humana, que se prodiga abundante por todos los lugares de la Tierra. Enfrentarse a ella, a la inteligente estupidez, obliga, al que no quiere claudicarse a ella, a el uso del sarcasmo, de la ironía y, sobre todo, del cinismo. Pocos términos han podido llegar a ser tan confusos por la ambivalencia adquirida por el mal uso, o la costumbre, o la estupidez... Cuando surgió, en la Grecia de la Antigüedad, el cinismo hacía referencia a una escuela filosófica fundada por Antístenes en el siglo IV a.C. Posteriormente, el racionalismo la vistió de una definición antropológica necesaria. Así, el cinismo moderno se entiende como una disposición a no creer en la sinceridad o bondad humana, una actitud crítica despiadada, pero, ha de reconocerse, un buen principio a veces para empezar. Luego, ya veremos. Aunque, verdaderamente, fue un gran humanista, Erasmo de Rotterdam (1466-1536), el que tuvo que hacer uso de ello, del elogio a la locura, para enseñarnos, magistralmente, ¿qué sería el mundo sin una mínima gota de locura?
La locura es sabiduría mundana, resignación, tolerancia. Continúa el humanista Erasmo: El motor necesario de toda acción humana es el amor propio, hermana de la locura. El que no se complace a sí mismo consigue poco. Si ésto se elimina, la palabra del orador se enfría; el poeta cosecha burlas y el artista se desvanece. La locura bajo el aspecto de orgullo, vanidad y vanagloria es la fuente oculta de todo lo elevado y grande. Prosigue el humanista diciendo, La sabiduría es a la locura, como la razón es a la pasión. Y en el mundo hay mucha más pasión que razón. Lo que mantiene al mundo en movimiento, la fuente de la vida, es la locura. Hay dos clases de locuras. Una fomentada por la furia que se engendra en el infierno. Otra, muy distinta, que es pura, inocente e ingenua. La primera es pasión de la guerra, avaricia, sacrilegio. La otra es diferente, y no corresponde nada más que a un cierto alegre extravío -consciente- de la razón. La locura aporta felicidad y alegría al corazón, despreocupación y hermosura al alma, que oculta e ignora los problemas, penas y todo sufrimiento que ésta no sería capaz de soportar sin aquélla. Gracias a la locura, que endulza la existencia, es que el mundo no está totalmente acabado.
¿Podremos, de este modo, utilizarla -la locura- sin desfallecer o sin caer, injustamente, en la cárcel auspiciada desde la estupidez? Este es el reto. En la creatividad artística se consiguió con el Modernismo exacerbado y neoexpresionista. A veces, algunas obras fueron y son censuradas  -pocas hoy-, y generalmente su publicidad hace de eficaz defensora de ellas en la mayoría de los casos. Pero, ¿y en los demás, cuando, solos, nos enfrentamos a la estulticia?  Ésta no se demuestra así de fácil, descubierta y frágil, no, se enarbola vanidosa detrás de un rostro seguro de sí mismo. Es aquí donde el cinismo adquiere ahora su otra dimensión más conocida, más vulgar y utilitarista. Es donde la estupidez se viste ahora de cinismo para ahuyentar así a los espíritus sinceros que se atreven, con su locura salvadora, a dirimir una estrategia para neutralizarlos. Es también ahí el peligro. Aquí, ahora, no hay publicidad, no hay testigos, la creatividad enajenada puede volverse, como un afilado cuchillo, contra la mano virtuosa y desafiante que lo sostiene frente a la estupidez descarada, abundante, enmascarada, engañosa y lacerante.
(Detalle del óleo Extracción de la piedra de la locura, 1480, del pintor holandés El Bosco; Cuadro del pintor barroco italiano Luca Giordano, siglo XVII, Filósofo Cínico; Imagen de la obra del pintor expresionista austríaco Egon Schiele, Moa, 1911; Obra Muchacha arrodillada sancando la falda por la cabeza, 1910, Egon Schiele; Autorretrato masturbándose, 1911, Egon Schiele; Óleo del pintor español del barroco Zurbarán, Apoteosis de Tomás de Aquino, 1631, Museo Bellas Artes de Sevilla; Cuadro Erasmo de Rotterdam, 1517, del pintor Quentin Massys; Cuadro La muerte y la muchacha, 1916, Egon Schiele; Cuadro Caricia de cardenal y monja, 1911, Egon Schiele; Cuadro Mujer sentada, 1917, Egon Schiele; Cuadro Resistiré tenazmente por el Arte y mis amores, 1912, Egon Schiele; Cuadro de Egon Schiele, Muchacha acostada con vestido oscuro, 1910; Fotografía del pintor expresionista Egon Schiele, 1915.)


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