Revista Opinión

Los partidos políticos son el peor cáncer de nuestro tiempo

Publicado el 26 febrero 2017 por Franky
Casos recientes de injusticia, abuso y corrupción, como las sentencias a Urdangarín, Blesa, Rato y otros muchos delincuentes, junto con la purga de los fiscales más combativos y otros muchos escándalos no sólo demuestran que la Justicia española es arbitraria y desigual, dura con los débiles y blanda con los poderosos, sino que el país está podrido y necesitado de urgente regeneración. Los viejos partidos españoles, el PP y el PSOE y los nacionalistas, atiborrados de vicios antidemocráticos y corrupción, indignan a los ciudadanos con sus escándalos y abusos de poder y llenan los juzgados de imputados, procesados y condenados, mientras los ciudadanos, asqueados, comprueban que los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, están fabricados con la misma pasta corrupta y adicta al abuso. Los partidos políticos son ya, junto con ETA, las asociaciones que acumulan más delitos y miembros encarcelados. Ante ese drama, millones de españoles empiezan a pensar que los partidos políticos son los principales culpables de la situación de España, un país injusto, desigual, sin democracia, liderazgo y decencia, y que la regeneración y la verdadera democracia sólo se lograrán si los partidos políticos desaparecen y son sustituidas por algo más digno, decente y eficaz. --- Los partidos políticos son el peor cáncer de nuestro tiempo Muchos creemos que los partidos políticos son hoy los principales culpables del deterioro de la política, del creciente divorcio entre políticos y ciudadanos y el obstáculo que cierra el paso no solo a la deseada regeneración democrática, sino también al progreso de la sociedad, el avance económico y la mejora de la convivencia.

Muchos rechazamos la existencia de partidos, que en modo alguno son necesarios en democracia, pero la mayoría de los indignados solo quieren que cumplan con el cometido para el que fueron creados, se sometan a las normas de la democracia, antepongan el bien común a sus propios intereses y faciliten la participación de los ciudadanos en la política, misiones que hoy han dejado de cumplir al convertirse en instrumentos exclusivos de poder, en herramientas de deterioro moral y en fuerzas negras, contaminantes, corruptoras y antidemocráticas, más que en vías abiertas de participación y en factores de civilización, justicia y progreso.

Cuanta razón tenía Kafka al afirmar que ”Un cretino es un cretino. Dos cretinos son dos cretinos. Diez mil cretinos son un partido político.”

Kafka, como muchos demócratas, creía que los partidos políticos eran una buena fábrica de cretinos y una pésima fábrica de líderes. Nosotros estamos convencidos, además, que los partidos políticos, en nuestros tiempos, son el peor cáncer existente en la sociedad, la peor pesadilla para la verdadera ciudadanía y los peores enemigos de la democracia, la igualdad, la Justicia y la vigencia de los valores.

La vida interna de los partidos, donde la obsesión por medrar y escalar puestos siempre ha sido la constante dominante, macera a grandes mediocres alienados, que ni conocen ni aman el mundo exterior. Dentro de los partidos, la gente se somete, se humilla y renuncia a pensar y a expresarse con libertad, siempre sometiéndose al que manda, sin otro objeto que escalar posiciones y convertirse en dirigente.

Pese a sus grandes carencias y defectos, el principal de los cuales es que cercenan la libertad y toda expresión creativa, los partidos políticos son hoy la mayor fuerza viva existente en las sociedades, las más sofisticadas maquinarias de dominio creadas por el hombre. Sin embargo, su fuerza extraordinaria no proviene de la inteligencia, ni de la imaginación, ni de la disciplina, sino de algo mucho más simple y vulgar: son gente organizada que siempre se enfrenta y derrota a gente desorganizada, grupos compactos que consiguen imponerse y dominar a ciudadanos aislados y solitarios.

La fortaleza actual de los partidos políticos no es el triunfo de la inteligencia ni de la razón ni del bien, sino únicamente la vulgar victoria de muchos frente a pocos y la constatación de que muchos mediocres y cretinos unidos pueden imponerse a muchos seres virtuosos, decentes y nobles desorganizados.

Cuando los cretinos que se han cocinado en los hornos autoritarios y verticales de los partidos políticos llegan al poder, son cualquier cosa menos demócratas. Su obsesión es ya vivir de la política, defender las posiciones que han conquistado, mantenerse en el poder y muchas veces también enriquecerse y atiborrarse de dinero, ventajas y privilegios.

La consecuencia del dominio de los partidos es la que todos observamos: paises que no funcionan, injusticia, abuso de poder, impuestos abusivos, ineficacia, despilfarro, endeudamiento imparable, mentira, opacidad, divorcio entre políticos y ciudadanos y un mundo dominado por partidos que han dinamitado los controles y frenos democráticos, adueñándose del Estado y organizaciones perversas que promueven la corrupción, el abuso de poder y la marginación de unos ciudadanos que, por definición, deberían ser los soberanos de la democracia.

La presencia de esos partidos en la vida diaria es un cáncer para las naciones que los padecen. Si fueran sustituidos por agrupaciones de ciudadanos decentes, con valores, preparados y capaces de servir, muy pronto surgirían la prosperidad, la justicia, la equidad, la honradez, la unidad, la misma democracia y otros muchos valores que los actuales políticos han desterrado o aniquilado.

Por todo esto, la primera misión de un demócrata hoy es rechazar a esos partidos y a sus políticos en todos los frentes, afeándoles su comportamiento en la vida social y con la crítica, al mismo tiempo que se les niegan esos votos que cada vez que se depositan en las urnas están aprobando la corrupción y el abuso.

El programa más urgente de la verdadera regeneración consiste en debilitar y demoler, en primer lugar, la estructura perversa y nociva que los políticos han creado para, una vez debilitada hasta el extremo, sustituirla por estructuras democráticas y regida por valores y principios.

Francisco Rubiales


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