Revista Diario

Los peligros de los magos

Por Ragonzalez

Los peligros de los magosReconozco que cuandoveo a los niños azorados, llorosos o risueños en las rodillas de figurantes barbudos y con capas ribeteadas de falsoarmiño, en las puertas de los grandes almacenes o de los ayuntamientos, sientosensaciones extrañas, una leve incomodidad perturbadora.  Observo a padres o abuelos nerviosos tratandode animar a que los chiquillos vergonzosos les cuenten todos los regalos quedesean,  mientras les echan fotos ograban en video el gran momento.  Suelorecordar que esas criaturas llevan casi un mes viendo anuncios incesantes portelevisión que les animan a desear todo tipo de videojuegos, el maletín Nancyestudio de peinados o el peluche Gogo. También recuerdo esa sensación infantilde cierto resentimiento o incomprensión cuando al día siguiente,  al buscar ávidamente en los zapatos, sedescubría que los magos no habían dejado la lista entera y siempre faltaba elanhelado Scalectrix  o la bici decarreras, a pesar de todos los  esfuerzosde bondad que se habían hecho.  Sensaciónque  aumentaba  al salir a la calle  y ver que los magos habían sido bastante másgenerosos en otras casas del vecindario, justo donde vivían las familias másacomodadas. Sin embargo parecehaber un acuerdo social sobre la bondad de crear estas ilusiones y se montancabalgatas con camellos y pajes y se niega, mientras se puede, que los reyesmagos sean los padres e, incluso, muchos recuerdan la expectación de la nochede reyes, cuando ya son  mayores,  como una de las mejores experiencias de su vida. Se aduce la importancia deimplantar,en la inocencia de la infancia, la fe en el poder de la ilusión, la creencia en los milagros  de lafortuna más o menos inducidos por todo tipo de rituales o bolas de cristal,como algo fundamental para soportar las inclemencias reales de la vida.  La creencia enutopias quizá se ancle  en esta capacidadque tiene el ser humano en distorsionar la realidad cuando le conviene. Esclaro que para intentar salir de una situación inclemente hay que procurarimaginar otra mejor yaspirar acercarse a ella.  Pero hay quetener cuidado  con la ideología que seconstruye  porque, como ha demostrado elsiglo XX, detrás de discursos elocuentes o bellas intenciones de igualdad,  prosperidad o felicidad se han ocultado infiernos aún peores que los que sepretendían superar. Cualquier idea de mejora por muy bonita que quede en unpapel debería pasar la prueba de la realidad, el experimento de observar sifunciona con la gente real en el momento presente antes de implantarla de formageneralizada. Pero suele ocurrir que las utopias cerradas llevan adosada unaideología de la sospecha. Y cualquier persona que cuestione alguno de susaspectos se convierte de inmediato en sospechosa de justificar el   injusto y execrable estado de cosas que sepretende superar. Lo que ha  conllevado, casi de manera automática, infaustas consecuencias. Una utopia quizá es siempreuna distopia todavía no realizada.Decía Borges aquellotan bonito de que "...un libro es una cosa entre  las cosas, un volumen perdido entre losvolúmenes que pueblan el indiferente universo hasta que da con su lector con elhombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamadabelleza , ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica..." Y ultimamente he sentido esasensación, no tanto de belleza sino de fascinación por la lucidez delconocimiento que muestra, al descubrir 8 años más tarde de haber sidopublicado  (lo que me obligará a buscarlos cambios científicos que hayan podido producirse en este tiempo)  "Latabula rasa" de StevePinker. En otras entradasexploraré algunas de las implicaciones que propone  este libro que cuestiona algunos de los mitossobre los que se ha basado el pensamiento moderno:  la noción de "tabula rasa", lapresunción  de que el ser humano nace sinmente, sin instintos y todo es potencialmente educable hasta convertirnos eniguales;  "el mito del buensalvaje" según el cual el ser humano nace con tendencias siempre benignasy es la sociedad la que le incita a la violencia y la maldad; el concepto del"fastasma de la máquina" según la cual hay un espíritu donde residenuestra identidad que actua al margen de las condiciones y cualidades físicasde nuestro cerebro.  La tesis de Pinkeres que basar buenas deseables intenciones de reforma social o personal  en mitos no sostenibles desde el punto devista de la investigación científica, como negar el concepto de naturalezahumana puede llevar paradójicamente a hacerlas sumamente frágiles o a conseguirefectos indeseados.Hubo un tiempo queme sentí fascinado por ese discurso de basar el sistema sanitario de unpais  en la idea de salud según la OMS("estado de perfecto bienestar físico, psíquico y social, y no sólo laausencia de lesión o enfermedad").  Parecía obvio que era preferiblela idea positiva (salud) sobre la negativa (enfermedad). Parecía evidente quelo importante era invertir en  medidaspreventivas, en educación sanitaria, enuna intervención comunitaria que estimulara cambios  que llevaran a una sociedad justa y por tanto saludable, donde todo el mundo fuerafeliz. Hice cursos donde me hablaban de sistemas nacionales de salud perfectos,como Rusia o Cuba o Chile, donde se hacían programas de salud que torpementeintentabamos reproducir en ejercicios simulados.  Estuve de acuerdo  con una reforma sanitaria que asumiera que laatención primaria se tenía que basar sobre todo en la prevención y en lapromoción de la salud más que en el diagnóstico y el tratamiento de losenfermos ( con lo que perdimos el prestigio clínico y el acceso a pruebasdiagnósticas quizá para siempre). Me creí la película del trabajo interdisciplinar y de los equipos de salud queiban a resolver todas las carencias históricas que había arrastrado la medicinageneral a la que había que cambiarle hasta el nombre . Pero  la realidad, treinta años después, no ha sidoexactamente la que esperábamos. Los paraisos de los que nos hablaban no loeran  en absoluto. Los iluminados  que parecían conocer todos los secretos seconvirtieron en torpes gestores que, salvo excepciones,  nunca supieron gestionar más que su propia ytriste supervivencia.  La prevención seha convertido en una gran negocio de medicalización y control social  para todo tipo de  grupos económicos que intuyeron un nicho denegocio o influencia sumamente rentable y fácil de publicitar a una poblaciónfascinada por el consumo. Y que, a día de hoy, cada vez hay más datos de quepuede haber producido más mal que bien. La salud se ha convertido en la legitimación de cualquier moralina más omenos bien intencionada pero insoportable en sus medios y en su estética  para ciudadanos libres e inteligentes de unpais democrático.Paradójicamente (laatención primaria iba a ser la base del sistema sanitario) la formación de losmédicos se ha sesgado progresivamente hacia la especialización y los recursoshan migrado hacia la atención hospitalaria, lo que conlleva generalmente una atencióncon recursos máximos y por tanto la necesidad de  pedir múltiples y caras pruebascomplementarias para solucionar los problemas más banales,  lo que a su vez alimenta las expectativas dela población (en un sistema gratuito) en hacerselas para cualquier malestarmínimo "no sea que vaya a ser algo malo".  La capacidad de curar se ha desplazado a loshospitales y a las máquinas, como de continuo publicitan todas las pantallas delas televisiones que nos rodean, cuando se suponía que iba a ocurrir locontrario y la relación asistencial con el médico de familia iba a ser la basepara estimular unos autocuidados inteligentes. Cada especialista prescribe, deforma casi automática, el mayor número de farmacos posibles para cualquierpatología, convirtiendo la polifarmacia probablemente en el mayor problema desalud con el que ahora nos encontramos y que por cierto nadie está estudiandoen serio en condiciones naturalistas, al igual que la iatrogenia de lasintervenciones diagnósticas invasivas injustificadas.  El sistema sanitario español aparecefragmentado en múltiples subsistemas autonómicos que apenas comparten datosfiables, ni en muchos casos igualdad de prestaciones. Lo mejor es que todavíaofrece una atención gratuita   para todoslos españoles y es muy eficaz para resolver enfermedades agudas o complicaciones de las crónicas que precisenintervenciones especializadas. Podría seguir perome canso y noto que me pongo quizá demasiado tremendista y por tanto me alejode la realidad y se me va el hilo de lo que quería argumentar. Las causassiempre son complejas pero creo que el haber montado un sistema basado en unautopía y con un discurso tan débil tiene algo que ver en lo que estaocurriendo. La demanda se ha disparado y no se valora el coste de losservicios;  las listas de espera soneternas y no discriminan entre lo banal y lo grave;   la capacidad de autocuidado ha disminuido envez de aumentar y se atienden catarros en los hospitales o se demanda unpsicologo o un "fisio" para cualquier tropezón vital.  Y lo que es peor, esto hace que  patologías frecuentes potencialmente  graves se vean demoradas injusticada ypeligrosamente y que, a pesar de la propaganda, los ciudadanos sigamos sintener  la atención adecuada para una muertecon el menor sufrimiento y dolor posibles. Es decir se ha producido locontrario de lo que se pretendía. Y encima ahora la crisis económica puedellevarselo por delante  porque cada vezhay más datos de que la fragmentación del sistema va a posibilitar una mayor facilidadpara el desmantelamiento y la privatización de lo que hasta ahora hemoscomocido, con lo que es posible que en poco tiempo una parte importante de lapoblación pierda el acceso a  unoscuidados sanitarios de calidad. Es decir el discurso de la sanidad públicagratuita ha puesto las cosas muy sencillas a los que siempre quisieron  privatizarla. Una nueva paradoja.Quizá alguientendría que haber explicado a tiempo que un sistema sanitario tiene quecentrarse en atender con la mayor eficacia las enfermedades de ciertaimportancia y solo intentar prevenir lo que esté muy claro que pueda y debaintentar ser prevenido porque vivir siempre tendrá riegos y es un riesgo mucho mayor el querer vivir sin ninguno. Y que es un privilegio que eso sea gratuito en un país, porque es muy caro y hay que cuidarlo mucho,  porque puede convertirse facilmenteen no sostenible si se abusa de él. Lo demás es un problema de buena educacióny de buena politica que procure ciudades más habitables; trabajos concondiciones más amables; códigos culturales menos alienantes; condiciones sociales que posibiliten la promoción de las más inteligentes y honestas cabezas que  comprendan y sean capaces de aplicar el método cientifico para la toma de las decisiones más diversas, intentando superar cualquier tipo de de sectarismo.  Por todo eso merecela pena seguir trabajando porque, como dice David S Landes en "Riquezay pobreza de las naciones",otro libro que quizá conviene releer enestos tiempos:"Las personasque viven para trabajar (…y ven la felicidad como un producto derivado) son unélite pequeña y abierta al mundo, que surge espontáneamente  y está compuesta por gentes que tienden a verel lado positivo de las cosas. En este mundo los optimistas se llevan el gatoal agua, no porque siempre tengan razón , sino porque son positivos. Inclusocuando están equivocados son positivos, y esa es la senda que conduce a laacción, a su enmienda, a su mejoría y al éxito. El optimismo educado y despierto recompensa; el pesimismo solo puedeofrcer el triste consuelo de tener razón. La gran lección que  puede sacarsede lo dicho es que es necesario no cejar en el empeño. Los milagros no existen.La perfección es inalcanzable . No hay milenarismos. Ni apocalipsis. Hay quecultivar una fe escéptica, evitar los dogmas, saber escuchar y mirar, tratar dedespejar y fijar los fines para poder escoger mejor los medios"

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