Revista Cultura y Ocio

Los sonidos del silencio

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez


Entre el sonido del silencioen los sueños sin descanso caminé solo...
...y tocó el sonido del silencioy en la luz desnuda vidiez mil personas, quizás más, gente hablando sin hablargente oyendo sin escuchar...
Nadie se atrevió a perturbarel sonido del silencio...
Retomo esta vieja entrada inconclusa. Me sorprendo por el título elegido: ¿Los sonidos del silencio? ¿Acaso pretendía comentar en aquel día la bellísima canción de Paul Simon? Decididamente no. El título del artículo se escapa del  pretendido juego de contrastes para describir una cruda ralidad: No existe el silencio para mí: mi mundo no se calla, unos sonidos irritantes ocupan el vacío y lo llenan de algarabía, bulla, alboroto, confusión...
De  pronto siento curiosidad. Escucho de nuevo la canción. La escucho entre el ruido blanco que produciría el estrépito del Universo: oigo su melodía envuelta en el chirrido de un chorro de vapor y, con ayuda de la imaginación y los recuerdos, la recompongo bellísima allá en la corteza temporal, en el lugar del córtex donde se filtran los ruidos y se integran las sensaciones auditivas con los recuerdos sonoros. 
Y presto atención por primera vez a la letra. Una letra que intuía, pero nunca leí. Una letra que habla de noches sin descansos, de gentes que oyen pero no escuchan, de cobardes que no se atreven a luchar contra los sonidos del silencio, contra el fragor insoportable del silencio...   No celebro mi aislamiento. Reconozco mi instinto social. Sé que necesito la convivencia, el intercambio de opiniones, la conversación... Pero, como a muchos otros de la raza no elegida, las barreras que se alzan me obligan a la reclusión interior, a la pobreza de ideas, a la afectividad reducida.  
¡Ah, el sonido del silencio! ¡La real, la física y demostrable ausencia de sensaciones: la nada sonora, el vacío de  ruidos en la antesala del sueño...! Lo recuerdo muy bien. Pero eso antes de que un nuevo compañero de cama y de vida decidiera acompañarme a perpetuidad. El tinnitus llegó para quedarse. Desde entonces vivo acompañado de su cháchara incesante: convivo grillado en su compañía, habito en la cabeza de un boxeador sonado que apenas escucha la campana del ring.
Yo debería haber muerto. Algún tigre dientes de sable me habría devorado al no despertar ante los leves ruidos de su cercanía. Soy producto de una evolución fallida. Tengo un sentido percutido a continuidad, nada resolutivo en los matices. Mi tigre dientes de sable se pasea eternamente a mi alrededor y ya me he acostumbrado: de  hecho me devora continuamente.
Busqué hace tiempo, y encontré, alguna medicina para mi mal. Nada químico, los fármacos no pueden llegar muy lejos: si matas el ruido solo sobreviviría el silencio... para siempre. La medicina pasa por engañar los acúfenos, por distraer al cerebro con ruidos alternativos (en la variedad está el gusto). Mi silencio es llenarme del sonido de la lluvia, del fru-fru del viento, del run-run de los ventiladores, del murmullo del agua... O practicar la desconexión auditiva: hacer "OFF" en el botón neuronal de la atención a este sentido. Aprender a relajarse, centrarse en otros sentidos, en recuerdos, en visualizaciones agradables o simplemente diferentes de las asociadas al estrépito  habitual... Convertirse en un soñador virtual. 
¿Y qué hacer con mi difícil vida social? No acepto la opción de escucha inútil. No me presto al juego del florero decorativo en la conversación. Me apunto, cuando es posible, a la comunicación en las distancias cortas, a las relajadas charlas de café en pequeño grupo. Huyo espantado del bullicio de los bares, me aparto de las conversaciones vocingleras, me deshago de quién me obligan a oír su ininterrumpida verborrea altisonante...  Cultivo la comunicación virtual (esto que ves, amigo mío, es una confesión que te hago, una confidencia que comparto), me abono a la lectura y la escritura, a la correspondencia epistolar... Y en el necesario cuerpo a cuerpo del trabajo diario practico la sabiduría de precepto árabe: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña" y me acerco a mis semajantes para poder conversar. Muchos kilómetros sumando pequeños paseos para conseguir la cobertura necesaria para entenderte.  
Pero no puedo abandonar la sensación de que camino solo por este sendero. Creo que nadie, excepto quienes lo padecen, entiende las dificultades y torpeza de mis pasos: 
"Entre el sonido del silencioen los sueños sin descanso caminé solo..."

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