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Los sueños, las promesas y el destino: 'Susurros del corazón' cumple 20 años

Publicado el 15 julio 2015 por Alvaro
La película de Yoshifumi Kondô marcó un antes y un después en Studio Ghibli
El mundo está repleto de diamantes en bruto, en cuyo interior hay pequeñas piedras preciosas de valor incalculable. Solamente hay que tratar de pulirlas y, con el tiempo, estas mostrarán al mundo toda su belleza y potencial. Esta es, por lo menos, la filosofía del abuelo de Seiji Amasawa, un sabio artesano que repara relojes en una pequeña pero mágica tienda en un lugar cualquiera, con la paciencia y el tesón que solo la experiencia y la vejez son capaces de valorar con suficiente perspectiva.

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Pero tras esa humildad y devoción reparando relojes y otros objetos artesanales, no solo el esplendor de esas obras de arte pueden ser el único consuelo del artista, del artesano. Es exactamente igual de importante transmitir esos conocimientos y esa filosofía del trabajo duro pero gratificante a las mentes más jóvenes, a los diamantes aún por pulir. Esa es, realmente, la base de Susurros del corazón, la película del Studio Ghibli que hoy cumple 20 años desde su estreno, un 15 de julio de 1995.

Los sueños, las promesas y el destino: 'Susurros del corazón' cumple 20 años
Es la historia de todos los jóvenes soñadores, y de los que aún no saben qué es lo que realmente deberían soñar poder hacer. Es la historia de cada adolescente de ayer, de hoy, y del futuro, en esa etapa de nuestra vida en la que aún no se es un adulto y se siguen haciendo chiquilladas e ingenuidades, pero en la que ya tampoco se es un niño y ya se empiezan a vislumbrar ciertas responsabilidades y, con lo cual, hay tendencia a cometer errores. Es la historia de cada gran artista de la historia que comenzó a muy temprana edad a desarrollar su talento o por lo menos buscarlo para poder llegar a lo que es hoy en día. Es la historia del que ya lo fue en su momento y, echando la vista atrás, se da cuenta de sus aciertos y sus errores. Y entre esos errores está, inevitablemente, el de las promesas incumplidas.

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El Barón, ese ser enigmático que resulta ser el tesoro del abuelo de Seiji, no lo es solo por su innegable belleza artística. Lo es porque representa, en su totalidad, la vida de su dueño, lo mejor y lo peor que ha dado al mundo. Esa figura altiva y de mirada serena y enigmática es la personificación, en forma de gato antropomorfo, de la esperanza por el reencuentro, del triunfo del amor, de los corazones separados que al final acaban unidos por algo muy profundo.

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Pero también representa la incómoda realidad de las promesas incumplidas, de esos dos amantes que, en aquel viaje a Alemania, no volvieron a reencontrarse por culpa de la guerra y permanecerán separados, quizá para siempre. Es una realidad desoladora y triste, pero el abuelo de Seiji, entre siestas tras el duro trabajo, sueña con el día en que finalmente la promesa se cumplirá y el Barón y su prometida vivirán felices, sin que las vicisitudes del destino ni el pertenecer a mundos diferentes (como el rey de los enanos y la princesa-oveja de la historia del reloj) pueda impedirlo.

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Y quién le puede culpar... tanto si se empieza a ser artista en la carrera de la vida como si se es una persona anciana que lo ha vivido ya todo, nunca es tarde ni innecesario soñar con lo que se anhela. Por suerte, un diamante en bruto que aún no sabe que lo es llamado Shizuku Tsukishima un día, por casualidad, entre lo mundano y lo cotidiano, se cruzará con su tienda gracias a su decisión de, aunque solo sea por una vez, no seguir la rutina y cometer la ingenuidad de seguir a cierto gato llamado Moon.

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Incluso Moon es un personaje valioso en la película. Más allá de ser un gato antipático que se dedica a molestar a los perros del barrio, es quien desencadena realmente la serie de acontecimientos que harán que Shizuku conozca la tienda artesanal y al abuelo de Seiji. De no ser por un simple gato, Shizuku seguramente habría tenido la vida de una adolescente mediocre incapaz de valorar su potencial interior. Pero no fue así. Desde el primer momento de la película, con ese misterioso nombre de "Seiji Amasawa" acaparando todos los libros que Shizuku lee en la biblioteca, hasta que Moon entra en la misteriosa tienda, como si de un portal a un nuevo mundo se tratase (y, de hecho, así lo percibe ella antes de entrar al taller de luthier de Seiji), estaba claro que Shizuku estaba siendo llamada a conocerse mejor a sí misma y hacer algo grande.

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Pero no era el "destino", pues ese término es demasiado ambiguo y poco profundo para definir la película. En ese sentido, es inevitable recordar la ya famosa frase de uno de los principales artífices de la película (Hayao Miyazaki, por supuesto), quien dijo una vez: "Me gusta la expresión "posibilidades perdidas". Nacer significa estar obligado a elegir una época, un lugar y una vida. Existir aquí, ahora, significa perder la posibilidad de ser otras innumerables personalidades potenciales". Es un punto de vista interesante que pudo influenciar en su momento al desarrollo del guion de la película. Lo que está claro es que el abuelo de Seiji es feliz y ve como una oportunidad el continuar su legado filosófico en dos mentes jóvenes y despiertas aún por pulir: su nieto Seiji, aprendiz de luthier, y la futura aprendiz de escritora Shizuku.

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El director de la película fue Yoshifumi Kondô, genio detrás de algunas de las primeras películas de Ghibli que, con Susurros del corazón, debutaba por primera y última vez como director. Nunca sabremos cómo se habría desarrollado su carrera o ni tan siquiera si hubiese superado a los mismísimos Miyazaki y Takahata, pues falleció de un aneurisma en 1998, tras la durísima producción de La Princesa Mononoke. Una triste pérdida demasiado temprana para el cine de animación japonés tan solo comparable con la del genial Satoshi Kon en 2010. Ambos tenían una carrera muy larga y fructífera por delante y muchas historias que contar al mundo con sus enormes talentos.

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Pero la muerte impidió que continuasen. Por eso es importante seguir adelante cuando se trata del arte o de cualquier modo de superarnos a nosotros mismos. No es tan importante llegar a una hipotética meta en la vida y envejecer con mucha experiencia como el abuelo de Seiji (aunque eso también resulte, en cierta manera, gratificante) como el hecho de empezar desde ya a ser Seiji o Shizuku, vivir el momento y comenzar el camino cuando aún se está a tiempo.

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Como ya dije en su momento, siempre habrá jóvenes que no tengan ambiciones de salvar al mundo, como los héroes de muchas películas, pero que se encuentren de frente con el mayor reto de sus vidas, la madurez, un proceso por el cual todos hemos pasado (o pasaremos) y que no hay que menospreciar, pues puede resultar extremadamente difícil, pero siempre nos quedará el apoyo incondicional (que no salvamento) de nuestros más fieles seres queridos para afrontar ese gran reto y convertirnos en adultos.

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Y algunos de esos jóvenes querrán madurar y hacerse personas completas a través del arte, siguiendo los pasos de terceros con admiración, ya sea fabricando y tocando violines, traduciendo canciones extranjeras, reparando relojes antiguos, escribiendo libros sobre gatos llamados Humbert Von Jikkingen, o de cualquier otra forma. Pero hay que hacerlo, tomar la iniciativa y no irse por los laureles. De lo contrario luego, quizá, sea demasiado tarde. Todos los artistas que admira la persona que esté leyendo este artículo empezaron siendo diamantes en bruto, solo necesitaron creer en sí mismos y conocer a la gente adecuada para demostrar su valía, y mejor tarde que nunca. Yoshifumi Kondô, al igual que Hayao Miyazaki o cualquier otro artista, trabajó muy duro para llegar hasta donde llegó, y aunque la muerte le impidió continuar, la meta que alcanzó, ya es de por sí brillante e inigualable: una sola película debut que ha acabado convirtiéndose en posiblemente la mejor de Ghibli no dirigida por Miyazaki ni Takahata.

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Lo más fascinante de la película, aparte del obvio mensaje de superación personal que se saca de ella, es la afición que ha suscitado por sí sola sin ser dirigida por el omnipresente Hayao Miyazaki. En lo personal, creo que una de las claves del éxito que tuvo Susurros del corazón y de que este siga aún vigente, 20 años después de su estreno, es el contar una historia totalmente costumbrista pero de un modo mágico, 100% genuinamente Ghibli. Por mucho que podamos empatizar con unas niñas que conozcan a un ser mágico llamado Totoro o con un joven guerrero que desea liberar al Espíritu del Bosque, son historias de fantasía que se alejan de nuestro entorno, y es mucho más sencillo ponernos en la piel de Shizuku, la estudiante de secundaria que busca desesperadamente un hueco en el mundo de los soñadores, o de Seiji, que ya sabe lo que quiere hacer pero le falta experiencia.

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Más que con la heroína que pulula el Bosque de Putrefacción en un mundo post-apocalítpico, es mucho más sencillo empatizar con la jovencita enamorada de un chico de su clase, o con la que se ha propuesto a sí misma leer 20 libros en un verano, o con el jugador de béisbol que sorprende con una inesperada confesión de amor, con la hermana mayor que al fin un buen día decide independizarse e irse a vivir sola, con la madre que ha decidido en edad madura ser estudiante para auto-exigirse un compromiso, o incluso con algo tan mundano como los jóvenes que hacen tonterías en clase y hacen "chinchar" a una compañera (aunque no siempre sea con maldad, sino muchas veces desde la confianza).

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Es increíble la cantidad de escenas bonitas de esta película que podrían haber sido una pastelada empalagosa y cursi, pero que en su lugar optan por narrar la historia alejándose de clichés, melodramas y sentimentalismo barato, y prefieren mostrar personajes auténticos, honestos, tiernos y sinceros. En otras palabras, personajes totalmente Ghibli. Podría considerarse una película de "fantasía" en la medida en que parece que hoy día por desgracia ningún joven de la edad de Shizuku parece mostrar interés por ir a la biblioteca a leer libros, o escribir y traducir canciones como se solía hacer antes. Susurros del corazón es realismo mágico en estado puro.

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Desde las escenas que entremezclan los mundos oníricos pintados por Naohisa Inoue con el trepidante correr por las escaleras de Shizuku en dirección hacia la ciudad y hacia sus sueños, hasta esa entrañable y famosísima escena de Seiji tocando con el violín "Country Roads" mientras Shizuku canta ruborizada la letra que ella misma ha compuesto, y se unen el abuelo y sus compañeros músicos. Estoy seguro de que, al igual que a mí me pasa, esas están entre las escenas preferidas de muchos fans de Ghibli. Son sencillamente mágicas, y no les sobra ni les falta nada. Ese realismo mágico, que posteriormente se vislumbraría en otras escenas míticas de Ghibli como el silencioso viaje en tren de Chihiro, es el tipo de sentimiento que hoy en día escasea mucho en el cine, y que hace falta recuperar.

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Esto no es una exageración: en más de una ocasión, cuando la fuerza de voluntad escaseaba y dejaba de vislumbrar un horizonte de esperanza para mi futuro a nivel profesional y personal, mi medicina ha sido esta película. Pienso, con total sinceridad, que es una de las mejores películas de superación personal, ya no de Ghibli, sino del cine moderno en general. Especialmente para quienes somos jóvenes, pero a cualquier edad, es bueno recordarnos, una vez más, que nuestras vidas no son insignificantes sino que vale la pena luchar por encontrar la piedra preciosa que se encuentra en nuestro interior y brilla con la misma intensidad que la mirada del Barón.

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Shizuku lo tuvo claro, y por eso defendió su obra, "Susurros del corazón: la historia que me contó el Barón". Esa historia que escribió sobre la búsqueda del lapislázuli y las piedras preciosas (intercambiables en la vida real por otras fuentes de inspiración igual de respetables) es como esta película: quizá no sea perfecta, pero como toda relación que merece la pena, es inevitable enamorarnos de ella y rendirnos frente a su belleza. Y aunque no sea perfecta, como no lo es nunca el primer trabajo de un artista, siempre hay tiempo para pulirla. 20 años después, y por mucho tiempo más, Shizuku, Seiji y su abuelo, nos lo seguirán recordando.

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