Revista Diario

Los últimos días

Por Chak

Los últimos días Estos últimos días, los días en los que no tomé mis pastillas, los días en los que me sentí tan mal, esos días que tanto me aquejaron y me hicieron sentir como una rata de laboratorio asustada; esos, también fueron mis mejores días.
Por ese lapso de un par de semanas de nuevo tuve la oportunidad de ponerme muy en contacto con mis sentimientos, con mis pensamientos, con esa voz interna que me dicta, me regaña, me anima y me patea.
Durante esos días en los que la presión del trabajo y mi falta de control químico me pusieron en jaque, de nuevo me escuchaba a mí mismo decirme una cantidad de estupideces como hacía mucho no lo hacía. No son voces del exterior, no estoy tan mal de la cabeza. Simplemente es ese diálogo interno que se apaga una vez que estoy tranquilo, con la cabeza bien puesta sobre los hombros, con los pensamientos mejor ordenados sin esa maldita angustia de que en cualquier momento un piano me va a caer encima, como en las caricaturas.
Entonces recordé que antes podía escribir sin detenerme durante horas, como en una especie de trance sobrenatural. Era esa voz interna, a veces dolida y perdida, a veces eufórica y prendida, que me incitaba a escribir sin parar, a reflexionar a lo largo de páginas y páginas. Ahora, entre el trabajo, las obligaciones diarias y la ausencia de ese impulso primigenio, estoy casi a la deriva.
Es como si ese diálogo interno se hubiera detenido porque estoy más ocupado tratando de sobrevivir a diario, con los compañeros de trabajo, en el metro, en la calle, en la casa con mi esposa, con mi madre y mi familia, conmigo mismo que no me decido a nada, que le tengo miedo a prácticamente todo lo que se mueva...
Y de pronto vienen esas ventanas de angustia e infelicidad, pero también de un río que parece inagotable de ideas, de sentimientos que aunque sean negativos, funcionan igual de bien al momento de escribir. Por esas razones a veces me dan ganas de volver a dejar las pastillas, a dejarme llevar por esa parte imbécil en exceso que no piensa, que se olvida de sí mismo por el más mínimo sentimiento, ya sea bueno o malo, positivo o negativo. Cualquier cosa que se deje llamar pasión es bienvenida. Bajas o altas pasiones dan igual. Para cuando me doy cuenta, estoy en medio de la corriente y escribiendo como loco (ja).
Luego recuerdo todo lo mal que me sentí, pero sobre todo lo mal que me veía como un zombie, como un perro asustado, como un imbécil que se deja afectar por cualquier cosa... Pero sobre todo me acuerdo de todo lo que hice sufrir a la persona que más amo: a mi esposa.
Y decido permanecer en control (o al menos intentarlo hasta donde es posible). Los límites los pongo yo y no mi otro yo que se aloca a la menor provocación.
Recurro entonces a lo que supongo que es mi capacidad normal para articular un discurso, para escribir cosas con una mediana coherencia, con un sentido y si me va bien, hasta con un estilo. Pero lo hago bajo control, sin la premura de una voz, de una musa que me dicta desde alguna parte del cerebro lo que debo escribir. No, esto lo escribo y suscribo yo y no mi otro yo.

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