Revista Ciencia

Los últimos días de Friedrich Nietzsche

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22
Los últimos días de Friedrich Nietzsche

A partir de la lectura de dos biografías recientes, Friedrich Nietzsche. El águila angustiada de Werner Rosss (Paidós) y Nietzsche en Turín de Lesley Cbamberlain (Gedisa), José Carlos Castañeda llega a la última estación del filósofo nihilista.

Nietzsche llegó a Turín a principios de abril de 1888. Esa fue su última residencia antes del silencio; entonces medía alrededor de 1.65 metros de altura y pesaba cerca de 60 kilos. Ahí se hospedó en una pensión y llevó una vida rutinaria. Despertaba temprano. se lavaba con agua fría, desayunaba y después leía o escribía cartas. Su enfermedad le daba pocos días laborables, así que aprovechaba cada momento para su trabajo. En 1880, Nietzsche se compró una máquina de escribir, pero nunca la usó. Prefería escribir a mano. Estos años fueron muy fructíferos.

Escribió dos de los libros más radicales en su crítica de la cultura moderna y el cristianismo: El crepúsculo de los ídolos y El Anticristo. También pertenecen a esta época las dos críticas a Wagner: El caso Wagner y Nietzsche contra Wagner. y su ensayo autobiográfico Ecce Homo. Muchas veces se ha pretendido descalificar o desdeñar las últimas obras o los escritos inconclusos y fragmentarios del último Nietzsche. Se dice que son textos excesivos o disparatados. Se recuerdan los primeros síntomas de la locura.

Pero antes de desecharlos, deberíamos preguntar: ¿de qué modo aparece la enfermedad en esos días? El perfil del filósofo nietzscheano se asemeja al del médico que elabora un diagnóstico. Su investigación consiste en "observar como enfermo conceptos más sanos, valores más sanos, luego, a la inversa, desde lo alto de una vida rica, sobreabundante y segura de sí, hundir la mirada en el trabajo secreto del instinto de decadencia".

La lectura de la filosofía de Nietzsche siempre ha provocado polémica. Algunos críticos sostienen que sus ideas gestaron el origen de la ideología nazi; en cambio, para otros, su pensamiento intempestivo detonó la protesta del posmodernismo. Sus ensayos suelen ser una trampa para el lector. Su prosa es clara pero invita al desconcierto y el malentendido.

A primera vista es un filósofo libre de toda jerga filosófica. A diferencia de sus antecesores, Kant o Hegel, Nietzsche es un pensador literario, como escribió José María Pérez Gay, "sus lectores se preguntan ahora lo mismo que se preguntaron hace unos cien años: ¿es un gran filósofo o un poeta imperfecto? Si lo comparamos con Aristóteles y Hegel es un diletante apasionado. Si lo comparamos con Goethe y Hölderlin las parábolas de Así habló Zaratustra parecen los disfraces retóricos de un discurso filosófico". Sus libros sólo son comparables con el estilo y la prosa de los ensayos de Montaigne.

Lejos de la terminología oscura y del lenguaje espinoso de la filosofía tradicional, Nietzsche pasa por ser un autor accesible, pero no lo es. Diversos equívocos se alimentan de su aparente claridad. Si leer a Nietzsche puede ser una tarea sencilla, esclarecer sus insinuaciones precisa paciencia. Con frecuencia, la lectura de sus últimos escritos conduce a un callejón sin salida. Nadie ha defendido tanto la sospecha de que no existe una lectura única o absoluta de un texto como Nietzsche. Para él sólo existen interpretaciones. Pero las interpretaciones de su obra son un ejemplo de que no toda lectura es razonable. Quizá no es posible definir una lectura correcta o definitiva, pero es fácil reconocer los equívocos de una interpretación anodina.

El caso de la noción de voluntad de poder (o de poderío, traducen mal algunas ediciones) ejemplifica un tipo de imprecisión muy difundida. Ningún concepto es más importante para comprender la filosofía nietzscheana, y sin embargo con facilidad se confunde voluntad de poder con voluntad de dominio, dando lugar a una interpretación errada. Voluntad de poder es una idea- clave para estudiar su crítica del pensamiento moderno. Si se identifica voluntad de poder con el anhelo de alcanzar poder, el fondo de la reflexión nietzscheana queda anulado por completo. La noción moderna de voluntad tiene una historia que se remonta, al menos, hasta Kant, pero que adquiere su sentido radical en la filosofía de Schopenhauer.

En el lenguaje común y para la tradición filosófica, la noción de voluntad se asocia con la de intención. Querer algo presupone que tengo una representación de lo que deseo. Pero esta acepción está intelectualizada; reduce la idea de voluntad a la imagen de un combustible que se necesita cuando ya hemos hecho planes. Schopenhauer transformó esta concepción de voluntad. Su visión se asemeja más a nuestra noción psicoanalítica de deseo (la pulsión freudiana). Se trata de un impulso insaciable, insondable, ininteligible, que carece de fin y de sentido, ciego e inagotable. En esencia, la voluntad sólo consiste en la repetición del apetecer. Desea desear. No elige objetos ni tiene capacidad de deliberar. Nunca se guía por una razón o una finalidad.

Contra Schopenhauer. Nietzsche plantea una crítica del sinsentido de la voluntad. Para él, la voluntad de poder nada tiene que ver con ambición de poder. Tampoco significa deseo de tomar el poder. La voluntad de poder no consiste en codiciar o tomar algo, tampoco busca conquistar el gobierno. No tiene una meta ni propósito. No busca nada que se asemeje a la hegemonía política. Sólo es el deseo de crear más deseo. El poder, comentó Gilíes Deleuze, como voluntad de poder, no es lo que la voluntad quiere, sino lo que quiere en la voluntad. La voluntad de poder no busca el sentido, lo crea. Su dinámica es creativa. Más que responder al modelo del guerrero y a la imagen de la conquista, ofrece la figura del artista y el ideal de hacer de uno mismo una obra de arte.

El último nihilista:

EL último Nietzsche es el autor de una crítica del nihilismo europeo y un incisivo antagonista del pesimismo de su maestro Schopenhauer, a quien acusaba de inventar un nihilismo pasivo. En sus escritos postumos describió al nihilista como un hombre "que, del mundo tal como es, juzga que no debería ser y que, del mundo tal como debería ser, juzga que no existe. En consecuencia, la existencia (actuar, sufrir, querer. sentir) no tiene sentido; el pathos del 'en vano' es el pathos del nihilista". La figura del nihilismo proviene de un psicólogo, Paul Bourget. Sus ensayos sobre psicología contemporánea definieron una actitud espiritual que se esparcía en el ambiente de la época a través de autores como Flaubert, Baudelaire, Renan o los Goncourt.

Ese ánimo cultural provocó una gran enfermedad. cuyos síntomas eran "un mortal cansancio de vivir, una tétrica percepción de la vanidad de todo esfuerzo". El final del siglo XIX abrigó un sentimiento de desesperanza y tedio que en francés se llamó ennui (esa tenue vacuidad de sentir el hastío de vivir). Una generación de artistas desembocó en la bohemia movida por la atmósfera sombría de la desilusión. En el corazón de esa cultura nihilista, que Nietzsche en gran parte compartió, sus libros lanzaron una diatriba contra el pesimismo. Su protesta es una reacción contra el sinsentido de la vida y comparte una ambigüedad existencial: ser parte de ese pasado nihilista y querer superarlo.

En busca de un pensamiento independiente de los sistemas filosóficos, la prosa nietzscheana rompió con la tradición de los grandes relatos y el modelo del tratado metafísico. Sus ensayos recuperan el aforismo y la poesía como medios de expresión para la filosofía. Aunque es justo precisar que su crítica de los espejismos filosóficos tiene más que ver con una refutación de las certidumbres que paralizan el pensamiento, como explicó José María Pérez Gay, "no combate la unidad metódica de los sistemas filosóficos, la que crea 'la voluntad fundamental del conocimiento', sino más bien el mundo imaginario que estos sistemas engendran —la certidumbre protectora de sus principios, el poder infalible de sus dogmas—. Por miedo ante la realidad, los filósofos de los sistemas se cierran ante el horizonte abierto de las preguntas y los proyectos".

La obra final de Nietzsche lo coloca del lado de los sofistas griegos. Su vocación de cuestionar la moral cristiana y buscar una transvaloración de todos los valores se basa en una concepción pluralista de la ética. Los sofistas pensaban que los valores no correspondían con un ideal absoluto, sólo respondían a "una fluctuante convención humana". Su origen no radicaba en la intervención de la divinidad. pero tampoco estaba arraigado en la naturaleza humana. Los valores son demasiado humanos, lo que quiere decir que son arbitrarios y relativos. No parten de un más allá de la existencia. No trascienden el devenir de la historia porque están anclados en las dudas de los individuos.

Para Nietzsche decir que la ética está más allá del bien y del mal significa pensar que los valores tienen una historia y sobre todo tienen una genealogía; surgen de un conflicto humano y no de un decálogo divino o absoluto. Pensar la moral después de la crítica nietzscheana significa que hace falta imaginar una nueva forma de valoración para nuestra existencia más allá de la trascendencia y después de la muerte de Dios.

Nietzsche, como Spinoza, se preguntó ¿por qué no sabemos lo que puede el cuerpo?, "¿acaso toda la filosofía no ha interpretado mal el cuerpo?". Su debate era contra Kant y su moral racionalista. Los valores se han puesto por encima de la vida. Y en lugar de encontrar la unidad de la vida activa y el pensamiento afirmativo, como decía Deleuze, el pensamiento se da como tarea juzgar la vida, oponerla a valores pretendidamente superiores. Mide la vida con esos valores, la limita y la condena. Y así la existencia se deprecia. La invención del más allá de los valores sirvió para condenar y castigar la vida.

"Esa es una lamentable historia: el hombre busca un principio a partir del cual poder despreciar al hombre. Inventa un mundo para poder denigrar y ensuciar este mundo: en realidad, siempre echa mano de la nada y erige esa nada en Dios', e inevitablemente en juez y condenador de este ser". Antes de Nietzsche, el ideal moral del cristianismo parecía inatacable, después de él, la idea de la ética se encuentra en un momento de crítica y examen de conciencia.

¿Qué pueden los valores?, ¿de dónde viene su fuerza para cambiar a los individuos?, ¿cuál es su génesis?, ¿cuál es el valor de los valores?, ¿cómo se crea su valoración?

Para entender la crítica nietzscheana de los valores hace falta revisar La genealogía de la moral como un ensayo en contra del hombre del resentimiento, que concluye con un diagnóstico de la condición humana del nihilismo: cuando el hombre prefiere querer la nada a no querer. La vida toma un valor de la nada siempre que se la niega y se la desprecia. Pero para Nietzsche, el camino del nihilismo no conduce al desprecio de la vida ni a la voluntad de la nada. Hace falta dejar atrás esa etapa para recocer que el único misterio es que haya quien piense que hay misterio, porque no se encuentra en las cosas nada más que lo que uno mismo ha introducido en ellas.

La noche del lunes 7 de enero de 1889, su amigo Overbeck llegó a Turín. Varios signos de alarma anunciaban el colapso del silencio. La locura ya había tomado la casa. En la correspondencia de esos últimos días, Nietzsche expresaba los síntomas de la fase terciaria de la sífilis. A medida que el cerebro pierde masa, la conciencia parece entrar en ebullición y suele azuzar la megalomanía.

Autor: José Carlos Castañeda Escritor. Editor de Nexos.

C. Marco


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