Revista Opinión

Lost in network

Publicado el 04 septiembre 2010 por Rbesonias
Lost in network
Ya no es suficiente reducir los objetivos educativos a la mera adquisición de las clásicas competencias (leer, escribir, contar). La irrupción de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestra vida, pública o privada, hace necesaria una nueva alfabetización: la digital. Esta alfabetización permite comprender y dominar el nuevo entorno sobre el que se asientan la mayor parte de la información y los conocimientos que adquirimos en nuestro día a día. Asumir este estado de cosas, no implica, sin embargo, obviar sus limitaciones y efectos perversos. No sólo estamos obligados a ejercitarnos en el uso de las nuevas tecnologías, sino que también debemos ser conscientes de sus implicaciones sobre nuestra vida cotidiana y críticos ante su imposición mediática y su venta como la solución a todos los males de la educación y del progreso económico. No debemos olvidar que las tecnologías de la comunicación son meros vehículos de transmisión de información y que nunca pueden confundirse con los contenidos que las enriquecen o las pervierten.
No es extraño escuchar en numerosos medios, algunos de ellos incluso especializados, que las nuevas tecnologías pueden y deben sustituir a las formas clásicas de aprendizaje por la sencilla razón de que son el medio mejor y más idóneo de adquisición de conocimientos, atractivo, rápido, interactivo, audiovisual y socializador. Este optimismo ingenuo se pone al servicio de las empresas multinacionales de la comunicación, que en no más de una década han hecho su agosto conectando -al principio por ocio o curiosidad, después por necesidad inducida- a millones de seres humanos a través de múltiples dispositivos. No hay, sin embargo, un sistema de evaluación serio y contrastado sobre el uso de las nuevas tecnologías que demuestre sus bondades. Por el contrario, sí podemos leer cada vez más estudios científicos que describen empíricamente el efecto que estas tecnologías provocan sobre nuestra forma de procesar y asimilar la información, así como reconfiguran nuestra forma de comunicarnos e interactuar con otros seres humanos.

Debemos ser conscientes que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han reformulado el modelo clásico de adquisición de conocimientos, basado en la escritura y en una lectura lineal de los textos. Este modelo es el que aún pervive, pese a la revolución tecnológica actual, en buena parte de los aprendizajes en la enseñanza formal: lectura de textos escritos sobre formato en celulosa, con un discurso cerrado, ligado a la argumentación de su autor y a la comprensión y el análisis de los lectores. Hasta ahora nuestra forma de conocer se vehiculaba a través de este formato de información. Sin embargo, las nuevas tecnologías han mutado la lectura y la escritura lineales por un modelo digital que sustituye el papel (libro, periódico, folleto, cartel, revista) por la pantalla (del ordenador, el móvil, la tableta electrónica, el televisor multimedia, el ebook). Ya no leemos, navegamos sobre una red de textos interrelacionados (o no) a través de múltiples nodos o nexos. Es lo que se denomina hipertexto

La navegación hipertextual (browsing) ya no se reduce a la lectura de signos escritos, acompañados si acaso por imágenes que ilustren el texto. Ahora podemos navegar a través de múltiples formatos interrelacionados (textos, vídeos, imágenes, audios). Nuestro cerebro, hasta ahora acostumbrado a comprender y analizar textos lineales, debe ahora realizar el esfuerzo de destejer una tupida red de significaciones no ligada por un discurso final concluyente. En la red no se sabe nunca dónde acabaremos ni a dónde nos llevará la información. Además, como sucede en la televisión, donde una noticia sobre una guerra se entremezcla sin pudor con el anuncio del último aftershave, en la red los discursos se multiplican sin sentido ni orden, a la espera de que el atribulado internauta llegue con suerte a buen puerto. En un contexto educativo, el docente puede quizá hacer de timonel que dirija la ruta, pero fuera de un entorno formal la navegación depende del buen criterio, la capacidad crítica y la voluntad del internauta. Por otro lado, nunca podemos estar seguros de que la información que recibimos ha sido probada o contrastada o que proviene realmente del usuario que escribe o habla al otro lado de la telaraña. Esto no evita que se esté generalizando la creencia según la cual si está en la red, entonces debe ser cierto. Google se ha convertido en la nueva biblioteca universal, con más crédito popular que el mejor especialista. De hecho, en la red no existe, salvo en textos lineales rubricados con la firma del escritor, una autoría fija ni determinada. La figura del autor se diluye o desaparece.

El internauta, a diferencia del lector clásico, más acostumbrado a enfrentarse al texto o claudicar ante él, no lee, picotea, clickea, navega cual holandés errante, muchas veces desorientado por el excesivo volumen de información, por su heterogeneidad o por el desorden de significantes, trabados por múltiples intereses o voces discordantes. La supuesta libertad de elección que procura la red posee un doble filo. Es cierto que Internet contiene gran cantidad y variedad de contenidos, atractivos por su presentación multimedia e interactiva, pero también puede provocar desorientación en el descuidado e ingenuo navegante, ya que no existen itinerarios prefijados, hojas de ruta ni destino.
La dispersión provocada por esta navegación errante disminuye nuestra capacidad de atención y memoria. La sobrecarga de información, sumada a la inmediatez, la rapidez y el minimalismo narrativo de los contenidos, dificulta que nuestro cerebro no solo procese, sino mucho menos asimile y comprenda los códigos cruzados de información que aparecen ante sus ojos. Cuantos más links tengamos que procesar, menos posibilidades de comprensión y análisis conseguiremos. La navegación hipertextual a través de la red requiere más tiempo de asimilación y comprensión del que necesitaríamos para leer y analizar un texto lineal (por ejemplo, un artículo periodístico). Buena parte de las razones por las que esto sucede en Internet se deben a que la red se ha convertido fundamentalmente en una fuente de entretenimiento, más que de acceso al conocimiento. Esto provoca que la mayoría de sus contenidos sean rápidos, inmediatos, con un atractivo visual impactante y una retórica popular, accesible, cercana.
Ni siquiera las redes sociales procuran un modelo de comunicación estable entre seres humanos. Pueden propiciar el intercambio de información o servir de detonante para conocer en vivo nuevas personas afines a nuestros intereses, pero en ningún caso sustituyen la riqueza comunicativa y emocional de una relación cara a cara.
A no ser que quiera zozobrar, el internauta debe ser siempre quien dirija la navegación.
Donde hay capitán no manda marinero.

Ramón Besonías Román


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