Revista Cine

Lost in translation: ¡Me siento solo en Tokio!

Publicado el 09 febrero 2018 por Carmelo @carmelogt
Suele ocurrir muy a menudo: encontrarse muy solo entre una muchedumbre. Y la sensación es muy mala, la verdad. Y cuando se produce cuando hay un viaje a otra ciudad, es peor. Creo que casi todos lo hemos experimentado alguna vez. Pues eso es lo que les pasa a los protagonistas de “Lost in translation”, la película de Sofía Coppola de 2003
Las traducciones, desde luego, pierden a Bill Murray (Bob), un actor trasladado a Tokio para rodar un spot sobre un whisky. Resulta que los japoneses dicen una gran frase cuando sólo le están diciendo “gire la cabeza hacia la derecha”, por ejemplo. Lógicamente, esto desorienta a cualquiera, también a Bob, un maduro de unos cincuenta que aparenta estar un poco de vuelta de todo.
El caso es que Bob duerme muy mal, o casi nada, en Japón. Y lo mismo le está pasando a su vecina de hotel Charlotte (Scarlett Johansson). Ambos deambulan por el bar observando a los demás, pero siempre solos. Así que que se junten no es más que cuestión de tiempo.
Este inicio del cuento funciona bastante bien en Lost in translation. Uno ya está adivinando que van a unirse y que se van a llevar bien. Él más experimentado, ella más joven. Ambos casados, pero con su mujer y marido pasando un poco bastante de ellos. El marido de Charlotte, un fotógrafo con mucho trabajo en Tokio, siempre le dice “Te quiero” al abandonar la habitación del hotel, pero casi resulta igual que decirle -recoge tu ropa- por poner el caso, por el tono indiferente con el que lo dice. Y claro, eso a Charlotte le afecta. Igual que le afectan a Bob las conversaciones intrascendentes con su mujer por teléfono desde USA.
Todo esto, unido a unos japoneses que parecen un poco raros, que se rien alocadamente en televisión y resultan un poco estrambóticos, junto con las luces de neón de la ciudad, la inmensidad de la urbe y la pequeñez de un ser humano en ella, desaniman a cualquiera.

La amistad como forma de acabar con la soledad

También hay yankis en el hotel, sí, pero también son un poco superficiales. Así que Bob y Charlotte inician una bonita amistad por la necesidad de paliar esa soledad que les está deprimiendo. Se irán por ahí con unos amigos japoneses de ella, tomarán algunas copas, incluso dormirán juntos en la cama hablando de -profundidades del alma- pero todo de forma muy casta, porque ambos entienden que su diferencia de edad, su situación familiar, etc, no les permiten que la relación sea nada más. Y eso es lo bueno de “Lost in translation”, la relación de amistad que nace entre un hombre y una mujer, separados por la edad ante todo. No es necesario que haya sexo, ni siquiera besos, quizá si unas caricias o un “juntar las manos”
Se ha criticado, por parte de algunos japoneses, lo ridículos que -salen- en la película. Pues sí, quizá tengan razón, pero hay que verlo desde el punto de vista americano, o sea, desde la mirada de unos turistas a los que a veces se les hace complicado entender algunas cosas. No creo que haya intencionalidad.
Y por otra parte, algo de eso debieron entender los críticos y el público, ya que
esta película fue bastante premiada en 2004, con varios premios BAFTA y el Oscar al mejor guión original, entre otros.

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