Revista Cultura y Ocio

Luis Alberto de Cuenca: historia y poesía

Por Agora

Luis Alberto de Cuenca: historia y poesía
Luis Alberto de Cuenca y Prado ingresó un domingo día 6 de febrero de 2011 en la Real Academia de la Historia, para cubrir la vacante de la medalla número 28, que ocupaba el historiador recientemente desaparecido Manuel Fernández Álvarez. Contestaba a su discurso el filólogo y maestro de filólogos Francisco Rodríguez Adrados. Había sido elegido el viernes 8 de octubre del año anterior y escogió como asunto de su discurso en el acto de recepción pública un interesante texto ensayístico lacónicamente titulado Historia y poesía.
¿Qué podía decir un poeta consagrado y excelente a los señores historiadores? Pues, sin duda muchas cosas, dado que Luis Alberto de Cuenca también es historiador, pero historiador de la literatura desde su ángulo de filólogo clásico, especialista en textos antiguos pero lector y críticos de literaturas muy diversas, en el marco de esa ansiada literatura universal tan difícil de conseguir y dominar, y a la que se ha de referir a lo largo de su disertación. La comenzó, como no podía ser de otro modo, citando un pasaje de la Poética de Aristóteles absolutamente convincente de las relaciones existentes entre Historia y Poesía, que el filósofo griego dilucida en el capítulo 9 de su magna obra: el objetivo del poeta no es tanto contar las cosas que realmente han sucedido cuanto narrar aquellas cosas que podrían haber sucedido y las cosas que son posibles de acuerdo con la verosimilitud o la necesidad. En efecto, el poeta y el historiador no se diferencian por el hecho de escribir sus narraciones uno en verso y otro en prosa […] si no que se distinguen en que el historiador cuenta los sucesos que realmente han acaecido y el poeta los que podrían suceder. Por eso la Poesía es más filosófica que la Historia y tiene un carácter más elevado que ella, ya que la Poesía cuenta sobre todo lo general, y la Historia lo particular.Las palabras de Aristóteles merecen una primera aclaración por parte del filólogo y es que ha de tenerse en cuenta que la auténtica Poesía, para los antiguos, era la Épica, algo distinto de los que sucede hoy mismo ya que se entiende por Poesía únicamente la Lírica. Y De Cuenca, sin embargo se muestra absolutamente de acuerdo con aquéllos en su identificación de la «verdadera» Poesía con la Épica, ya que viene directamente de lo que los románticos alemanes llamaban Volksgeist, esa palabra iluminada e iluminadora donde las haya y, como señala, no sin ironía, «prohibida actualmente por el Santo Oficio de la corrección política», lo mismo, más ironía aún, que sucede con palabras como Lérida, vascuence, La Coruña o Hispanidad, que a él le gusta utilizar cuando habla en español.Recuerda también a Platón y a sus invectivas contra los poetas, y en particular contra Homero, en especial por su presunta actitud, compartida con los poetas cíclicos, a favor de «la mentira y en contra de la verdad postulada por los filósofos». Por ello le parece maravilloso que Aristóteles advierta que «Filosofía y Poesía no son en absoluto enemigas, ni tan siquiera contradictorias, y que la Poesía se sitúa en el plano de lo general y se acoge en su actuación a categorías normativas como la verosimilitud y la necesidad». Pero De Cuenca actualiza esta reflexión y aprovecha gustoso para censurar comportamientos contemporáneos, de hace tan sólo un siglo, y en concreto el de las vanguardias, que «han negado a la Poesía, ubicándola en el limbo gratuito de lo absurdo y lo prescindible, y, por si fuera poco, tiñéndola de un tinte metafísico que la aleja de la realidad, que es donde habita y debe habitar, codo con codo con la Historia». Las reflexiones se suceden con rigor, especialmente, cuando se plantea De Cuenca la relación entre la realidad y el poeta, que tanto interesó a escritores anteriores, como a Pedro Salinas. Y es que entre Historia y Poesía no hay mucha diferencia realmente. El poeta hace su propia historia, finge y crea un personaje, pero finalmente da testimonio fehaciente «de su biografía más recóndita» y ofrece «una información preciosa y fidedigna» sobre alguien que «es real en la medida en que representa, simboliza o encarna las reacciones psicológicas, los miedos, los afectos o los rechazos que experimenta el grupo humano». Son muchas y muy valiosas las reflexiones que contiene el magnífico discurso de Luis Alberto de Cuenca, en el que suceden apreciaciones y valoraciones para tener muy en cuenta como lo son los párrafos que dedica a la Introducción a la historia, de Marc Bloch, libro que considera indispensable porque trata los temas esenciales que aborda la Historia: relaciones humanas y temporales, el tiempo histórico, los límites entre lo actual y lo inactual, la comprensión del presente por el pasado, la observación histórica, el valor y la transmisión de los testimonios, la historia y lógica del método crítico, el análisis histórico, etc. O cuando citando a Nietzsche otorga a las Conversaciones de Goethe con Eckermann la condición de «mejor libro alemán que existe», lo que resulta muy cierto porque las reflexiones sobre arte y literatura son de la más alta inteligencia, ya que Goethe la prodigaba y a la altura de Homero, Dante, Cervantes y Shakespeare. Y buena prueba de ello es la condición de Historia atribuida a la esencia del hombre. «Y que frente a las historias locales hay que aspirar a la Historia Universal, la Weltgeschichte», en relación con lo que Goethe dijo a Eckermann un 31 de enero de 1827:Cada vez me doy más cuenta de que la Poesía es un bien común a la Humanidad que se manifiesta en todos los lugares y épocas. […] Hoy día la Literatura Nacional ya no quiere decir gran cosa. Ha llegado la época de la Literatura Universal (Weltliteratur) y cada cual debe poner algo de su parte para que se acelere su advenimiento.De Terencio y de su famosa frase del Heautontimorúmenos (Homo sum et nihil a me alienum puto), de Boticelli, de Howard Hawks y de John Ford, entre otros, habla a continuación parta mostrar que somos Historia y Geografía y que la Cultura reúne en las páginas atlas el tiempo y el espacio de la Humanidad en general y de cada uno en particular porque todos constituimos el mundo. «Cultura es completar la ficha de cada hombre en el tiempo y el espacio». Y para mostrar las letras grandes se sirve, y así cierra brillantemente su alocución, de tres momentos irrepetibles en el devenir de la Weltliteratur goetheana, tres ejemplos en los que Poesía e Historia dialogan de una forma especialmente subyugante: la Epopeya de Gilgamesh, suma y síntesis de la cultura mesopotámica, y dos poemas contemporáneos, Esperando a los bárbaros, del alejandrino Constantino Cavafis (1863-1933), y Lepanto, de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), el poema más alto que produjo «la más alta ocasión que vieron los siglos», en palabras de Cervantes. Destaca la epopeya mesopotámica porque en ella «está prefigurada toda la literatura posterior» y sus doce tablillas inauguran la literatura y trasladan a la posteridad la estética y la imaginación de la civilización que las creó. El poema de Cavafis continúa vigente tras el derrumbe de las utopías totalitarias, porque «es, sin duda, uno de las más hermosas muestras de la poesía de Cavafis y confirma de modo contundente el enorme interés que suscitaba en el poeta alejandrino la Historia». Y fue Chesterton el que habría de escribir «el más vibrante, intenso y emotivo de todos los escritos sobre la batalla de Lepanto». Pero en sus versos «pocas veces la realidad histórica y la ficción literaria se funden de manera tan armoniosa […] a mayor gloria de la Poesía y de la Historia». Y así concluye Luis Alberto de Cuenca que Clío y Calíope, que dieron vida a la Historia y a la Poesía, vuelven a hermanarse en su discurso como hermanadas han estado a lo largo de su vida y como lo van a estar en el futuro «dentro de mí, durante el tiempo que me quede de vida», que desde estas páginas de homenaje le deseamos larga y venturosa.Francisco Javier Díez de Revenga

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