Revista Cine

M de Mitchum, M de Marlowe

Publicado el 01 octubre 2012 por Josep2010

"Eran cerca de las once de la mañana, a mediados de octubre. El sol no brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba que había llovido. Vestía mi traje azul oscuro con camisa azul oscura, corbata y vistoso pañuelo fuera del bolsillo, zapatos negros y calcetines de lana del mismo color adornados con ribetes azul oscuro. Estaba aseado, limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar cuatro millones de dólares.

El recibidor del chalet de los Sternwood tenía dos pisos. Encima de las puertas de entrada, capaz de permitir el paso de un rebaño de elefantes indios, había un vitral en el que figuraba un caballero con armadura antigua rescatando una dama que se hallaba atada a un árbol, sin más encima que una larga y muy oportuna cabellera. Tenía levantada la visera de su casco, como muestra de sociabilidad, y jugueteaba con las cuerdas que ataban a la dama, al parecer sin resultado alguno. Me detuve un momento y pensé que de vivir yo en esta casa, tarde o temprano tendría que subir allí y ayudarle, ya que parecía que él, realmente, no lo intentaba."
Raymond Chandler sigue siendo pasados más de cincuenta años de su fallecimiento un escritor básico para entender la esencia misma del cine negro, género cinematográfico que, más allá de las adaptaciones de las novelas de Chandler, Hammet, Cain y pocos más, ha ido perdiendo una característica que le distingue: la fatalidad con que el protagonista contempla todo cuanto le acontece.
Esa fatalidad, en ocasiones predestinación asumida, se percibe claramente en los dos párrafos transcritos que son los iniciales de la primera novela de Chandler en que aparece su alter ego, el detective Philip Marlowe, (presentado en el cuento de 1934 "El confidente" ) cuyo título tiene claras resonancias cinematográficas: The Big Sleep, bien traducido como El sueño eterno, en la que Chandler usa el recurso de la narración en primera persona logrando inmediatamente una cercanía con el lector que empatiza con ese personaje desde las primeras líneas sin poder abandonar la lectura, fácil, ágil, irónica y en ocasiones sarcástica de unas aventuras que enganchan tanto por su intriga como por la fuerza de las descripciones escritas por Chandler a golpes de ingenio que rozan el lenguaje coloquial como ocultando adrede un talento de escritor que permanece cuando uno llega al fin de la novela y todo encaja a la perfección y se percibe un retrato realista de una sociedad que trasciende una época, clavadas sus bases en los muchos vicios y escasas virtudes humanas.
La estructura de la narrativa de Chandler, tanto como la temática y su tratamiento, forzosamente tenían que acabar proporcionando material de primerísima calidad a la industria cinematográfica en una época en la que tanto directores como productores eran personas leídas y cultas que no dejaban pasar la oportunidad de llevar a la pantalla lo que además eran grandes éxitos literarios del momento.
Todas las grandes novelas de Chandler -y dos de sus relatos- tienen su protagonista en Philip Marlowe y ello ha provocado que, tan sólo en el cine, ocho hayan sido hasta la fecha los intérpretes que, como vimos el viernes pasado, se ocuparon de representarlo en nueve películas, lo que significa que alguno repitió:
M de Mitchum, M de Marlowe
Ése fue Robert Mitchum, que representó a Philip Marlowe en dos de sus más conocidas novelas llevadas a la pantalla grande, Farewell my Lovely (Adiós muñeca, 1975) y The Big Sleep (Detective privado, 1978), lo que significa que Mitchum representó a Marlowe con 58 y 61 años de edad: resulta curioso dedicar unos minutos a las matemáticas sentada la afirmación que el detective Marlowe, altivo, bebedor, sarcástico, cínico y honrado, es un cóctel en el que Raymond Chandler pretende reflejarse, porque Chandler publica El sueño eterno el año 1939, contando el autor con 51 años de edad y "su" Marlowe asegura contar con 33 años de edad: si uno lee la novela cuando la edad del pavo está ya muy lejana debe hacer un esfuerzo para creer que un tipo de 33 años, alto, fornido y bien parecido alcance a tener experiencia suficiente para mostrarse tan dócil con los infortunios y adversidades que son flecos de una mirada fatalista propia de una madurez desencantada como la que disponía el escritor recién pasado el medio siglo.
Curiosamente es otro actor, Humphrey Bogart, el que reclama en buena parte de la cinefilia la representación de Marlowe incluso desatendiendo el clamor del período clásico que tiene a Dick Powell por el auténtico Marlowe: Bogart lo representó a las órdenes de Hawks en una traslación censurada y modificada en la que inexplicablemente se dedica -el íntérprete- a tirarse constantemente del lóbulo de la oreja como máxima expresión reiterada de las dudas que embargan al detective y Powell no tan sólo lo representó dignamente en el cine sino que en su propio show televisivo se expandió y multiplicó para goce de sus seguidores. Bogart ya tenía 46 años cumplidos y Powell -que fue el primero de todos- contaba con 40 años. La edad de un actor poco importa para su capacidad de representar un personaje, pero es curioso que hallándose Mitchum rozando la treintena en las primeras apariciones de Marlowe en el cine, tuviera que esperar hasta rondar los sesenta para incorporarlo a su cartera personal.
La técnica interpretativa de Robert Mitchum basada en una buena voz y estudiada dicción y alejada del histrionismo más leve reside en el gesto mínimo y la mirada y el control del tiempo ajustado al segundo para dominar la escena sin fallos: un profesional que negaba esfuerzo, capaz de conseguir alabanzas por doquier.
En las dos películas en que intervino Robert Mitchum como Philip Marlowe, Farewell my lovely y The Big Sleep, hay una serie de coincidencias y quizá la que mejor ayuda a la identificación del cinéfilo y lector es la utilización de la voz en off del protagonista que, a modo del escritor, va contando sus pensamientos, cuitas y disquisiciones relativas a todo lo que con él iremos viendo. Sin llegar al extremo de Robert Montgomery en su versión de La dama del lago, con cámara subjetiva, sí resulta un acierto el uso de la voz en off máxime contando con la voz de Mitchum que añade una mirada ajada para rellenar absolutamente de cansancio vital la contemplación de un entorno social moralmente desvencijado, advirtiendo un fatalismo en la sucesión de acontecimientos que sitúa al protagonista en el rincón de los supervivientes, de los que se salvan por los pelos de la podedumbre ética aunque su resumen sea muy manido: pobre pero honrado.
Esas dos películas de Mitchum-Marlowe las puede circunscribir quien suscribe -atinadamente porque las vio de riguroso estreno- dentro del subgénero de "revival" que se dio a mediados-finales de los setenta del siglo pasado buscando la industria cinematográfica la recuperación del interés por el cine emulando un clasicismo que era -y es- inimitable, en una época en la que aparecen una serie de películas en las que el cuidado artístico nos retrotraía a épocas antiguas situadas entre los años veinte y cuarenta y pico del siglo XX, dedicadas muchas piezas al género policial, de intriga e incluso, negro.
M de Mitchum, M de MarloweUnos años en que los productores, que todavía no contaban con los trucos informáticos, invertían sus dineros contratando guionistas e intérpretes acuñando el concepto de cameo y participación amistosa reclamando la participación de elencos formados por grandes secundarios de siempre encabezados por ilustres veteranos e incluso protagonistas bien remunerados para ocuparse de papeles reducidos a pocas escenas, consiguiendo carteles publicitarios de relumbrón con los que atraer a un público de incipiente pereza.
Así, podemos ver que en Adiós muñeca aparecen en el elenco una serie de intérpretes muy conocidos en 1975, como la Rampling y la Miles junto a Ireland, Dean Stanton y Zerbe, con el descubrimiento de O'Halloran como matón de dulce voz y un imberbe Stallone fogueándose, mientras que tres años más tarde ya Mitchum se encuentra rodeado de figuras como Sarah Miles, Richard Boone, Joan Collins o Edward Fox, en una producción dirigida por nuestro ya conocido Michael Winner que, además, se cuida de trasladar a guión la novela The Big Sleep.
Si tuviera que decidir cual de las dos películas es mejor, no sabría manifestarme con sencillez ni rápidamente porque cada una de ellas tiene sus aciertos (y sus defectos): quizás la segunda, dirigida por Winner, tiene más vigor y resulta más vistosa, pero la primera sigue siendo una muy buena muestra de cine negro en el que además la intriga está bien servida: la ambientación y el elenco de la segunda son estupendos, pero el tratamiento visual de la primera quizás sea más adecuado. En ambas, hay una falta de brío notable: tienen ritmo, pero poca fuerza.
En cualquier caso, los diálogos han sido muy cuidados en ambas producciones y en mi opinión Robert Mitchum realiza una actuación estupenda, destilando, sudando casi, esa mezcla de bourbon y fatalismo aderezado de pertinaz voluntad de esclarecer intriga y desvelar misterios con total desprecio al dinero señalándolo como origen y causa de todos los males.
Más allá de mitologías cinéfilas y de posicionamientos propiciados y alimentados por una lógica y natural estima a los productos de la época clásica, creo que estas dos producciones de 1975 y 1978 son, hasta ahora, sin ser en realidad notables de forma global, sí son las mejores traslaciones que he visto de las novelas de Chandler al cine. Lo cual significa que, de momento, todavía estamos a la espera de una adaptación fidedigna y provista de la fuerza necesaria.
Eso sí: el mejor Marlowe, hasta ahora, en mi opinión, es el que compone Mitchum: mientras los otros actores "hacen de Marlowe", Robert Mitchum "es Marlowe".

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