Revista Opinión

¡Machacar a Jerez! (Expo 92: Crónicas de la verdad-7)

Publicado el 13 junio 2017 por Franky
La política, en su peor dimensión, la arbitrariedad y el abuso de poder se cebaron con la ciudad de Jerez de la Frontera, que participaba en la Expo 92 con un gran pabellón, el de Tierras del Jerez, que fue intensamente maltratado por la Sociedad Estatal organizadora de la Expo 92, sin otro motivo que la pertenencia de su promotor y líder, el alcalde jerezano Pedro Pacheco, al Partido Andalucísta, abierto enemigo del PSOE, y por haberse convertido en un político "maldito" por haber declarado una frase llena de verdad que por entonces se hizo famosa en toda España: "La Justicia es un cachondeo". El acoso a Jerez no fue, ni mucho menos, un acontecimiento destacado en la historia y el balance de la Expo 92, pero merece ser narrado y conocido porque fue un símbolo claro de que la política ya estaba podrida en aquellos tiempos y que la arbitrariedad y la bajeza del poder también funcionaban a pleno pulmón en aquellos años jóvenes de la falsa democracia española. --- ¡Machacar a Jerez! (Expo 92: Crónicas de la verdad-7) El acoso a la participación de Tierras del Jerez en Expo 92 fue uno de los capítulos mas vergonzosos e injustos de aquel gran evento. La ciudad de Jerez había creado una gran corporación, en las que participaron las grandes empresas vinícolas y otras de la localidad, para participar en la Exposición, demostrando una fe grande en aquel evento y una ejemplar iniciativa emprendedora. Jerez se convirtió en un participante corporativo que cumplió escrupulosamente sus deberes, pagando las mismas tarifas que grandes participantes como Fujitsu o Siemens, muy elevadas para aquellos tiempos, y construyendo un pabellón de éxito, que resultó ser el mas visitado de toda la Exposición, donde se exhibían caballos de pura raza española, domados y cuidados por la Yeguada Militar, enganches de gran calidad, un robot con logrados rasgos humanoides, que promocionaba el vino de Jerez utilizando frases de Shakespeare, un bólido campeón de Fórmula Uno, espectáculos de primeras figuras españolas e internacionales del folclore y de la música y una decena de restaurantes que ofrecían a los visitantes una gastronomía de alta calidad, basada en la tapa y en los vinos jerezanos.

Yo fui el director de ese pabellón, que además de ser el pabellón mas visitado de todos, también fue el que mejor conectaba con la esencia de la Exposición, que era el concepto de "Fiesta". Pero, a pesar de aportar esos valores a la Muestra Universal, el pabellón fue acosado por los organizadores e la Exposición, capitaneados por Jacinto Pellón, que les negaba, en contra de los reglamentos del BIE y después de haberle cobrado su cuota de participante corporativo, algunos de los derechos y privilegios que le correspondían. Se le negaron las entradas al recinto a que tenía derecho, se les excluyó de las rutas de visitas y hasta se le amenazó con privarle del derecho a que la Exposición celebrara el "Día Oficial de Tierras del Jerez".

Ante la falta de reconocimiento y frente a la hostilidad oficial, el pabellón recibió el cariño de sus millones de visitantes, se convirtió en centro de comidas de negocios y transaciones comerciales y su logotipo fue premiado como el mejor de toda la Expo 92.

La mayor agresión al pabellón fue colocarle a escasos metros la plaza de los jóvenes, con el Yumbotrón, un especio desde el que emitía música con un nivel de decibelios que superaba con creces el máximo permitido por las ordenanzas municipales de Sevilla y que impedían al pabellón jerezano desarrollar con brillantez su ambicioso programa de exhibiciones musicales, que incluyeron conciertos de Alejandro Sanz, Lola Flores y muchos otros interpretes de primer nivel.

La reina de España, demostrando tacto y quizás para compensar las injusticias que el pabellón padecía, lo visitó en dos ocasiones, como también lo hicieron otros personajes, entre ellos el por entonces ministro de defensa, Suarez Pertierra, que, mientras comía en uno de sus restaurantes, comentó: "Ojalá Pellón no se entere de que he estado aquí", demostrando de ese modo la animadversión oficial al pabellón jerezano.

A mediados del periodo de apertura de la Expo, después de que Jerez amenazó públicamente con interponer demandas judiciales contra la organización, algo que finalmente hizo, las cosas se fueron enderezando: el espacio festivo Plaza Sony limitó sus decibelios agresivos y al pabellón le fueron concedidos dos de sus derechos negados: la celebración del día oficial de Jerez, que se hizo el 21 de septiembre, y le fueron entregadas las entradas gratis que le correspondían, aunque por desgracia tarde, sin que hubiera podido realizarse el plan previsto de visitas de colegiales y estudiantes jerezanos al pabellón, porque ya estaban de vacaciones.

En todo el proceso de acoso a Jerez, conocido por las autoridades porque la prensa lo reflejaba en sus páginas, el mundo oficial español guardó un silencio vergonzoso y fue cómplice de la injusticia.

El pabellón se sentía sólo en aquella lucha contra el inmenso poder de la cúpula de la Exposición, pero siempre pudo contar con el apoyo explícito de la oficina del Comisario Olivencia, que no debia estar de acuerdo con la línea de marginación y acoso desplegada por la Sociedad Estatal. Para demostrar ese apoyo, el comisario Olivencia se desplazó al pabellón, donde se hizo ver ante los medios y conversó con el alcalde de Jerez.
La más triste, absurda e injusta de las afrentas al pabellón quizás fue excluirlo del programa de visitas oficiales. Ninguno de los visitantes destacados internacionales fue llevado al pabellón, a pesar de que era el más visitado por el publico en el recinto y de que ofrecía, con calidad y altura, un programa ambicioso y lleno de españolidad y valores culturales propios, como la exhibición de caballos de pura raza española y una oferta de gastronomía basada en el vino y la tapa, que pocos años después se pondría de moda y triunfaría en todo el mundo.

Aunque hoy, en una España acostumbrada a las injusticias, abusos y estafas del poder, lo ocurrido a Jerez en la Expo 92 parezca casi normal, entonces resultaba insólito, doloroso e incomprensible en una España democrática que creíamos que existía, pero que ya estaba muerta.

Francisco Rubiales

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