Revista Política

Mad Max, Madame Staël y la democracia vía @redblogscomp

Publicado el 28 julio 2015 por Vicente Jiménez @Parnasillo
El cine de ficción con películas emblemáticas como Mad Max nos plantea un delicioso problema: la vuelta a una Edad Media brutal, salvaje e incivilizada que sobrevive con los medios que aportan los restos de una edad remota y tecnológica cuya destrucción vino tras un desastre provocado precisamente por el mal uso de esa tecnología punta. En Mad Max la única ley que impera es la del más fuerte Los fotogramas de restos apocalípticos de ciudades derruidas y personajes que sobreviven entre la suciedad y la chatarra tecnológica suceden a escenas de una  violencia brutal donde impera la ley del más fuerte. 

Mad Max, Madame  Staël y la democracia vía @redblogscomp

Anne-Louise Germaine Necker Fuente Wilkipedia

Como contraste a esta ficción distópica, hubo un tiempo histórico en el S XVIII donde se llevaron a cabo tertulias cuyo altísimo nivel   intelectual contribuyó a cambiar el mundo; nada que ver con el deprimente nivel inane de las tertulias políticas actuales. La organizadora de una de los más famosos círculos de París fue una mujer que podríamos comparar con Hipátia por su cultura, formación e inteligencia; hija del también genial Necker; el ministro de finanzas que solucionó las finanzas de Luís XVI, fue expulsado por ello y prendió la chispa, sin quererlo, de la Revolución Francesa. Me estoy refiriendo a toda una Madame De Staël, la mujer que supo concentrar en aquellas selectas reuniones a los grandes cerebros de la la Ilustración. Personajes de la talla de Voltaire, Diderot, Holbach, Helvétius, d’Alembert, Gibbon, Hume, o Walpole. Es decir, de los grandes pensadores, filósofos, científicos, literatos, etc, que contribuyeron a forjar la edad contemporánea de la sociedad libre y moderna.
Y todo hay que decirlo, después del mantra empalagoso y constante de materialismo histórico y de pseudomarxixmo encorsetante, leer a la Madame De Staël, historiadora de los sucesos de la Revolución Francesa, es como quitarse un abrigo sucio y raído lleno de pulgas para disfrutar de una ducha bajo una paradisíaca catarata de agua cristalina.
El sello de genialidad de quien tuvo la inteligencia de imaginar un salto en el tiempo de tres o cuatro siglos, y desde esa perspectiva interpretar acontecimientos históricos de la Revolución Francesa, de los que ella mismo fue testigo trae un aire fresco que te desintoxica del bombardeo mediático socialdemócrata. Leer su inteligente perspectiva histórica resulta una verdadera liberación: una tabula rasa para recomponer, desde el principio, cómo hemos llegado hasta aquí; puesto que los europeos del mundo denominado libre somos hijos de la Revolución Francesa.
Y se preguntarán qué tiene que ver un personaje como Mad Max inmerso en una completa distopía  con el personaje histórico de Madame De Staël: diré que son radios de la misma rueda. Mientras la Staël epitoma los principios de la Revolución Francesa y analiza, desbordando inteligencia, los motivos del fracaso de la libertad colectiva en Europa Mad Max alegoriza el presente fracaso social. Los europeos seguimos viviendo de la chatarra de la Revolución Francesa en un mundo gobernado por oligarquías deshumanizadas e incivilizadas que pueden temer a la justicia de la misma forma que lo podrían hacer las tribus salvajes que aparecen en la película. Para muestra un botón: las dos guerras mundiales, o la guerra de Bosnia y Kosovo, por ejemplo, son la prueba palpable del fracaso de una Europa a la que han tenido que venir a sacarles las castañas del fuego siempre los ejércitos extranjeros de EE UU. Y como el vencedor impone las condiciones, y ante el peligro inminente de contagio comunista en Europa, durante la Guerra Fría el gigante volvió a colocar de jefes a los mismos viejos y mediocres fracasados que habían creado el conflicto, porque tras la guerra todo aquello quedó arrasado y los generales americanos tuvieron que sacarse a alguien urgentemente de la manga y ponerlos al frente de aquellos países; verdaderos peleles a las órdenes de los vencedores en una Europa carente de  libertad política inmersa en un sistema que el tribunal de Bon reconoció como partidos de Estado. Era el escudo protector anticomunista que los vencedores impusieron.
El problema es que se impuso un sistema de partidos, de aparente democracia, que  incrustados en el Estado no pertenecían a la sociedad civil, pues formaban parte delEstado; por ello, al no pertenecer a la sociedad civil no fueron partidos civilizados y continúan siendo incivilizados. Carentes de toda representación de la sociedad civil y separación de poderes, la corrupción desbocada de las oligarquía se tornó y continúa siendo inevitable y endémica: por ello, el rescate de Grecia, el peligro ya manifiesto de la resurrección de los fascismos (aspirantes al poder absoluto solo por el poder y carentes de toda ideología) son fenómenos presentes que se manifiestan cada vez con más intensidad. 

Quedan prometidas futuras pinceladas en el blog sobre la visión histórica de la Staël respecto a ese periodo tan transcendental para nosotros como fue la Revolución Francesa pues en Europa somos hijos de esos acontecimientos y lo que vino después.
Vicente Jiménez

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