Revista Cultura y Ocio

Madurito interesante – @KalviNox

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Noto los primeros ruidos de la ciudad. Abro los ojos y le busco con mis manos entre las sábanas, palpo sus hombros, su espalda, su pelo…

Me llamo Sonia, tengo 27 años y no sé si estoy o he despertado en un sueño.

Le miro, aún duerme, sonrío, cierro los ojos y suspiro hondo pensando en meses atrás entre el alboroto y las prisas de clase, mis cafés con el reloj siempre tras de mí, cuando el comentario de una de mis amigas de clase que con cierta picardía me dijo: mírale.

Él.

Al principio no le di demasiada importancia, seguí a lo mío, a mis prisas, a todo a contrareloj. Llevaba todo el curso yendo a aquélla cafetería y siempre me había atendido una muchacha muy simpática, no había cruzado una palabra con él nunca, y sinceramente, tampoco me paraba a pensar demasiado en hombres. Demasiados desengaños llevaba ya a cuestas.

Una mañana, entre café y apuntes levanté la vista hacia la barra y allí estaba, él, durante unos segundos, mirándome fijamente mientras secaba unas copas. Me extrañó que se fijase en mí con tanta gente como había allí. Seguí a lo mío pero algo extraño sucedía en mi cabeza, intentando descifrar el significado de esa mirada de unos segundos que me dedicó aquél hombre antes de bajar la vista y seguir con sus cosas. Pensé en aquél momento unas veinte mil veces.

Al día siguiente, en el mismo sitio, la misma rutina. Prisas, apuntes, y desayunar rápido para no llegar tarde a clase. Mientras ordenaba unos papeles pude sentir un “buenos días” que me paró en seco.

Levanté la mirada y allí estaba él, un hombre moreno, alto, de bonita sonrisa, mirándome mientras pensaba qué iba a decirle. Me quedé en blanco.

¿Café?, preguntó con una mirada y una sonrisa que no podré olvidar jamás.

-Sí, por favor, le dije al volver de mi aturdimiento.

Ahora sí que me fijé bien en él. Y francamente, cuando se dio la vuelta, también. Me pareció un madurito interesante.

Era un hombre unos quince años mayor que yo, de manos grandes, fuerte según lo que insinuaba su camiseta ajustada, de cabello oscuro, ojos negros bastante bonitos y por supuesto con una sonrisa capaz de iluminar, de hacer que algo despertase en mí y no era precisamente curiosidad.

Pasaban los días y a la misma hora de siempre, casi como una cita sin serlo, allí estábamos entre miradas furtivas que me gustaban cada vez más.

Sabía que le gustaba, porque el final de esos tres segundos, cuatro, cinco, mirándonos podía ver como sonreía agachando la cabeza para no hacerse notar. En mí sí que lo hacía. Y me volvía loca.

Ese día, de camino a casa después de clase le vi a lo lejos sentado en el parque, leyendo. No lo pude evitar, mi corazón se aceleraba por momentos, pero tenía que acercarme.

Se sorprendió al verme tanto como yo de ver a alguien como él leyendo un libro en un parque. Me invitó a sentarme y hablamos de libros, de poesía, y era curioso, porque yo le escuchaba, pero no le oía. Miraba su boca, sus ojos y su media sonrisa al notar que daba igual lo que me estuviese diciendo, sabía que no estaba en eso.

Esa tarde me invitó a salir, después de trabajar y cuando vino a buscarme, al verle, ya salí con esa sonrisa tonta que se te pone cuando alguien te gusta de verdad. Tenía mil dudas, mil preguntas, y cada una de ellas las hizo desaparecer con su manera de ser, de estar, de tratarme.

Como a una reina.

Me estaba enamorando de ese hombre y no podía, no quería evitarlo. Era todo lo contrario a los chicos que había conocido, sus modales, su educación, su respeto, esa forma de agradecerme con una sonrisa el estar allí con él, esa manera de escucharme y comprenderme…

Quería besarle, y lo quería ya.

Llevo en mis manos el recuerdo del roce con las suyas mientras caminábamos por la ciudad, como si el mundo a nuestro alrededor no importase, solo estábamos él y yo, descubriéndonos con miradas cómplices aquello de lo que estábamos seguros.

Y  fueron cada día de miradas, cada tarde de paseos, una aventura llena de emociones que me llenaron y allí, en la parada del autobús, mientras nos mirábamos delante de todo el mundo fue cuando acarició mi mejilla y me besó. ¡Dios!, habría dejado escapar todos los autobuses de la parada por seguir besándole allí mismo.

No dejamos de hacerlo en toda la noche, no puedo decir que fuera sexo desenfrenado, lo que sí puedo decir es que por primera vez en mi vida sentí que me hicieron el amor.

Del amor pasamos a la pasión, de su boca contra la mía, de deseos de mirar cada uno de mis gemidos cuando le sentía una y otra vez dentro de mí. Me sentí viva, me sentí volar, enloquecer por aquél hombre. Caricias. Los besos del después.

No se me va de la mente su cara, acariciando la mía, besándome, buscando mi boca cada momento.

Y así seguimos cada día, cada “te quiero” en sus mensajes, cada abrazo cuando nos tenemos cerca. Me ha hecho escribir sueños en el espejo del baño cuando se empaña, porque a su lado, cada día es primavera.

Luchamos contra todo y contra todos, tenemos mil batallas que contar, esas que nos suspiramos cuando estamos juntos. Le quiero, me quiere, nos sentimos.

Ay, se está despertando, ahí viene mi primera sonrisa del día.

Buenos días, guapo.

-Buenos días, mi amor.

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