Íñigo Errejón, Pablo Manuel Iglesias y Juan Carlos Monedero no necesitaron calentar mucho el cerebro en sus viajes a Venezuela para convencer a Nicolás Maduro de que si se presenta como candidato a la presidencia del Gobierno español terminará ganando el Palacio de La Moncloa en lugar de Pedro Sánchez, Pablo Casado o Albert Rivera.
Maduro acaba de advertir en Caracas con tono medio jocoso, pero creyéndoselo en el fondo, que “Si hay algún lugar en el mundo donde nos conocen es allí, donde si yo fuera y me postulara ganaría por mayoría absoluta (…) Estoy pensando en presentarme a las elecciones de España”.
No podrá hacerlo ya en las elecciones del 28 de abril por carecer de la nacionalidad, pero en otras próximas quizás sí tras demostrar que un abuelo suyo fue español, como afirmó este miércoles tras ese anuncio ante seguidores internacionales.
La fe en su éxito se debe a que los podemitas españoles y sus compadres de Ecuador, Argentina, Brasil, Colombia o Panamá, lo han halagado tanto que lo convencieron con sus halagos de que podría dirigir cualquiera de sus países; claro que a cambio cobraron --y cobran-- sustanciosas subvenciones para extender el chavismo, tan maduro que pudrió.
Según el líder del régimen más corrupto y empobrecido de la golpista historia de tantos países americanos, “yo ganaría para en España para darle una revolcada a la clase política de una élite corrupta y diría sin dudar ¡fuera corruptos!”; como Iglesias antes de Galapagar.
Esta mezcla de ceguera voluntaria al hambre de su moribundo, enfermo y empobrecido país, con soberbia e ingenuidad, fue cultivada por su propia tradición caudillista y petrolera, pero también, o sobre todo, por esas mareas de profesores auxiliares, visitantes españoles muy listos, que le pían consignas revolucionarias y cobran en rico alpiste.
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