Revista Cultura y Ocio

Magia, Herejía y Brujería

Por Manu Perez @revistadehisto

Las prácticas mágicas y supersticiosas han existido siempre, desde los primeros tiempos de la humanidad hasta nuestros días. La reflexión acerca del uso y función de tales prácticas, la debemos buscar en una época remota del pasado. En algunos textos griegos de época antigua, se habla de magia, para referirse a las ceremonias secretas que realizaban pueblos de procedencia extranjera, basadas en la observación de fenómenos astronómicos y remedios para curar enfermedades. Ya en el código jurídico romano del siglo V a. C., conocido como las Doce Tablas, se castigaba determinadas prácticas mágicas.

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Magia, Herejía y Brujería

Existen múltiples referencias en la mitología griega sobre la magia. En la Teogonía (VII a. C.), Hesíodo menciona a Hécate como la patrona de las hechiceras, descendiente de titanes, poseía la capacidad de dominar el mar y la tierra estéril. Con el paso del tiempo, Hécate, comenzaría a ser venerada en diferentes regiones fuera de Grecia, y bajo diferentes ritos y nombres; será asimilada en otras regiones con el nombre de Juno, Bellona y Ramnusia, en Etiopía y Egipto sería asociada al culto de Isis.

En la Ilíada, se narra como Circe, diosa y hechicera de la isla de Eea, ofreció manjares que estaban hechizados a la tripulación de Odiseo, para convertir a éstos en cerdos. Circe es representada como una diosa hechicera, que poseía la capacidad de transformar a sus enemigos en animales haciendo uso de pociones y utilizando su conocimiento del medio natural. También se destaca de Circe, la capacidad que poseía para seducir y retener a los hombres mediante actos sexuales.

Ovidio (43-17 A.c.) representará a Circe, como una diosa enfurecida tras haber sido rechazada en el amor por Glauco; llegado el momento, no dudará en hacer uso de sus conocimientos botánicos y de su poder mágico, para obtener una venganza pasional.

En la antigüedad, otra figura femenina respetada y temida por los hombres es Medea. En algunos relatos aparece como hija de Hécate y sobrina de Circe. Medea, aparece en los relatos de Eurípides y en la obra de Apolonio de Rodas, manipulando ungüentos y pociones mágicas, con el objetivo de producir efectos sobre Jasón. Séneca (4 A.c.-65 D.c.), describe en sus escritos a Medea, como una hechicera experta que practica la necromancia (adivinación por evocación a los muertos), y controla los mares y los vientos. Es presentada con gran poder para hacer el mal, y feliz al conseguir sus objetivos.

Desde época antigua se han vinculado las prácticas mágicas y hechiceras con las mujeres. La mayor proximidad de las mujeres con la naturaleza, junto con sus atributos y cualidades inherentes a su sexo (procreación, fisonomía), algunos de los cuales eran incomprendidos, han causado desde el primer momento sensaciones dispares en los hombres: miedo, veneración, atracción, repulsión, etc.

Magia, Herejía y Brujería

En la tradición judeocristiana no se toleraron las prácticas mágicas ni hechiceras, pues desde el principio se vinculó a la figura demoníaca. En el Antiguo Testamento, cualquier práctica nigromante o adivinatoria, que realizase algún miembro del pueblo judío, implicaba la muerte por lapidación. Existen muchas referencias en el Antiguo Testamento, en las que Yahvéh, ordena que se rechacen por abominables, aquellas prácticas realizadas por pueblos extranjeros basadas en la adivinación, observación de las nubes, hechicería, y actos invocatorios. El relato del Génesis, respecto al proceso de creación y, posteriormente la narración del pecado cometido por Adán y Eva, es importante ya que se utilizará para articular una imagen negativa de la mujer que se proyectará tiempo después. La tradición cristiana determina que fue la mujer, al ser más vulnerable que el hombre, la que sucumbió al engaño del Maligno. Ciertos pensadores cristianos, ayudaron a forjar una imagen de inferioridad de la mujer, es el caso de Tertuliano y San Agustín; éste último expone:

"[ ...] el hombre es, por tanto, plenamente a imagen de Dios, pero no la mujer, que sólo es por su alma, y cuyo cuerpo constituye un obstáculo permanente al ejercicio de su razón. Inferior al hombre, la mujer debe estarle sometida".

SAN AGUSTÍN, citado por DELUMEAU, JEAN, (2002), El miedo..., pg. 481.

El pensamiento de S. Agustín (354-430), es fundamental para entender la demonización de las prácticas hechiceras y mágicas dentro del pensamiento cristiano. Para S. Agustín, son los demonios quienes seducen a los hombres y mujeres, y los llevan a realizar actos y rituales mágicos opuestos a la voluntad de Dios. S. Agustín, en su obra La Ciudad de Dios, considera que la vida de los hombres está en constante lucha: los hombres de buena voluntad, ayudados de ángeles, luchan contra el diablo y sus demonios. Según, S. Agustín, el diablo, utiliza la magia para seducir y corromper a los hombres de bien.

Santo Tomás, consideraba probada la inferioridad del alma de la mujer respecto a la de los hombres, pues, siguiendo las Sagradas Escrituras, fue ésta la que cayó en primer lugar en el engaño. Santo Tomás considera necesario el sometimiento de las mujeres a los hombres, debido a su falta de discernimiento y raciocinio.

Tras convertirse el cristianismo en la religión oficial del imperio romano (Edicto de Tesalónica, 380), se observa una clara persecución de las prácticas mágicas desde un plano legislativo. La iglesia romana inicia un proceso de eliminación de todas las prácticas paganas vinculadas a la magia, que no fueron posibles de asimilar. Comienzan a surgir guías y manuales para sacerdotes, a modo de herramientas, para luchar contra aquellas creencias populares basadas en tradiciones paganas y mágicas.

Al igual que la magia y la superstición, aquellas prácticas religiosas que se alejaban de la ortodoxia romana, eran susceptibles de ser eliminadas. Desde el punto de vista del cristianismo, la primera vez que se habla de herejía, es en la I Epístola de San Pablo a los Corintios:

"Es necesario que entre vosotros haya herejías, parcialidades".

En principio, las disidencias doctrinales que surgieron entre la postura general romana y otros sectores, no siempre terminaban en cisma y en ruptura. Roma y el poder papal, podían considerar tras intensos debates y concilios, que los nuevos planteamientos podían reforzar su posición, de tal manera que podían ser asimiladas, produciendo un movimiento de reforma interna (Ej. Reforma Gregoriana). Por tanto, no todas las disidencias doctrinales terminaron siendo declaradas heréticas.

A lo largo de la Edad Media, el concepto de herejía fue abarcando un mayor cúmulo de circunstancias. La brujería, junto con todos aquellos adversarios o rivales de la autoridad papal, fueron declarados herejes y por tanto, enemigos de Dios. El aumento del número de herejías fue un proceso paralelo al fortalecimiento del poder papal. A partir de la reforma gregoriana, se observa una multiplicación de las disidencias religiosas que terminarán siendo heréticas.

Actualmente entendemos por herejía, la negación pertinaz, después de recibir el bautismo, de una verdad que ha de creerse desde la fe divina y católica. En la Edad Media y en época posterior, el hereje era toda persona desobediente a la autoridad papal y a los dictados de Roma. En la bula Unam Sanctam (1302), Bonifacio VIII, establece que la condición indispensable para la salvación de cualquier hombre es obedecer los dictados de Roma:

"Además, declaramos, proclamamos y definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al romano pontífice"

En 1179, en el III Concilio de Letrán, la iglesia insta a perseguir a los herejes y a luchar contra ellos. Todo aquel que muriese en la lucha contra la herejía, recibiría el perdón de los pecados y la vida eterna. Poco tiempo después, en el Sínodo de Verona, se establece que los herejes debían ser conducidos ante los tribunales seculares para ser castigados. Las manifestaciones espirituales consideradas heréticas por la iglesia, cuestionaban a ésta desde el punto de vista doctrinal y social, y arraigaron con fuerza en el ámbito rural.

Fueron múltiples las herejías perseguidas, algunas de éstas destacaron porque se convirtieron en un verdadero desafío al poder papal; otras terminaron siendo anuladas sin mayor problema. Los movimientos de pobreza voluntaria, personas que predicaron la necesidad de vivir en pobreza, como única fórmula de rechazo de la corrupción, fueron declarados herejes. Estos movimientos promovieron, dentro del bautismo y de la fe cristiana, la pobreza al margen de la estructura eclesiástica. Arnaldo de Brescia, discípulo de Pedro Abelardo, criticó duramente a la iglesia y exigía a ésta que renunciase a las riquezas y a su poder. Propuso la formación de una nueva estructura eclesiástica desprovista de toda riqueza; sería ejecutado en 1155. Los seguidores de Pedro Valdo (más tarde conocidos como valdenses), predicaron a favor de una vida en pobreza, basada en la oración y en el conocimiento de las escrituras. Para los valdenses, la palabra de Dios, podía y debía ser predicada por laicos; éste aspecto fue condenado en el III Concilio de Letrán. Los valdenses, terminaron predicando la inexistencia del purgatorio, al mismo tiempo que cuestionaban la validez de las indulgencias; esto les hizo ganarse la condena formal por parte del papa, en 1184.

De los movimientos heréticos, quizás el que supuso un mayor reto para la iglesia romana, fue el cátaro (se extendió por el sur de Francia, la actual Cataluña y Lombardía). Los cátaros, también llamados albigenses, proponían un nuevo planteamiento teológico basado en la defensa de un dualismo: Dios como representante del Bien, Satanás como representante del Mal. Según los cátaros, esta realidad es la que existía en el universo y la que terminaba imponiéndose en cada individuo. El hombre, según los cátaros, sólo podía obtener una victoria frente al diablo a través de una liberación del espíritu, y esto solamente se podría alcanzar, librando a la jerarquía eclesiástica de toda corrupción. Los cátaros proponen dos vías para llegar a la perfección espiritual: aquellas personas fuertes de espíritu, podrían recibir el consolamentum (imposición de manos por parte de una persona desprendida de todo mal), y seguir viviendo en pobreza, castidad y obediencia hasta su muerte; respecto a los débiles de espíritu, sólo les quedaba predicar esta doctrina en vida, para recibir el consolamentum al final de sus días. Los cátaros rechazaron los sacramentos, porque según ellos no servían para vivir una vida virtuosa y no creyeron en la resurrección de los muertos. La herejía cátara se convirtió en un verdadero reto para la iglesia romana: en el siglo XIII, los cátaros crearon en la zona del Languedoc toda una estructura eclesiástica paralela e independiente a la oficial.

La iglesia católica durante el pontificado de Inocencio III (1198-1216), afianzará notablemente su doctrina frente a los movimientos que la cuestionaban. Este proceso de fortalecimiento doctrinal se consiguió a través de las órdenes mendicantes, la Inquisición y las bases del IV Concilio de Letrán. Las conclusiones acordadas en el IV Concilio de Letrán (1215), se utilizarán en la lucha contra la herejía:

  • Toda predicación carente de consentimiento episcopal, será causa de excomunión. En caso de no arrepentimiento, se declarará el asunto como herejía.
  • Confiscación de los bienes de los herejes que no fuesen miembros de la iglesia; aquellos que sí fuesen eclesiásticos, tendrían que devolver los bienes a sus respectivas iglesias.
  • Los sospechosos de herejía deberán demostrar su limpieza espiritual; en caso de no poderlo hacer, serán excomulgados y pasado un año en esta situación, serán declarados herejes.
  • Todas las autoridades seculares (príncipes, reyes, señores), deberán perseguir la herejía con eficacia. En caso contrario, pasarán a ser excomulgados y sus vasallos quedarían libres del juramento de fidelidad por el que estaban vinculados.
  • Aquellos católicos que se dedicasen a exterminar la herejía, gozarán de las mismas indulgencias que los cruzados.

A través de las órdenes mendicantes (dominicos, franciscanos, carmelitas y agustinos), la iglesia conseguirá satisfacer las crecientes necesidades espirituales, intelectuales y los deseos de reformas de la nueva sociedad urbana. Las órdenes mendicantes actuaron como instituciones autorizadas por el papa, para transmitir el mensaje doctrinal deseado. Domingo de Guzmán, miembro de la nobleza castellana, comenzaría a predicar contra los cátaros a partir de 1203, consiguiendo el apoyo de algunos cruzados para tal fin en 1213. Con el apoyo de los cruzados fundó la orden de los dominicos; más tarde, con el respaldo del papa Inocencio III y por el sucesor Honorio III, la orden comenzó a crecer.

Francisco de Asís, miembro de una importante familia de comerciantes, comenzaría desde su juventud a buscar una vida en pobreza. Pronto conseguiría una multitud de seguidores, pero a diferencia del caso anterior, tardaría en madurar la orden que llevará su nombre.

A raíz de la importante difusión que la herejía cátara estaba planteando en el sureste francés, la iglesia romana decidió crear una institución que controlase de cerca cualquier desviación de la ortodoxia; esta institución sería la Inquisición. La Inquisición tendría como objetivo la preservación de la pureza espiritual. En origen sería una institución que a través de la investigación de cualquier situación sospechosa de herejía, podría entregar a los implicados a los tribunales seculares para ser castigados. Inicialmente se decidió que la tarea inquisitorial (investigación y búsqueda de pesquisas), estuviesen dirigidas por un dominico. La Inquisición comenzó a actuar en Francia, Flandes, norte de Italia, Alemania y en la Corona de Aragón (1232).

A comienzos del siglo XV, la magia y prácticas vinculadas a ésta, comienzan a ser tratadas por la iglesia romana como herejía. El papa Martín V (1417-1431), reprimirá toda doctrina o enseñanza que pusiera en tela de juicio la doctrina oficial. Cualquier comportamiento no controlado directamente por el papa, se convierte en una amenaza. Las creencias locales paganas relacionadas con mitos, tradiciones y creencias mágicas, comienzan a ser vistas como prácticas de brujería relacionadas con el demonio. La brujería se convierte en una herejía en la que convergen todas las perversidades existentes, centrada en tres aspectos:

  • Desviación de la doctrina oficial.
  • Apostasía: desistimiento de la fe cristiana en favor de una nueva fe en el demonio.
  • Blasfemia: ofensa a Dios.

Inocencio VIII, promulgará en 1484 la bula Summis Desiderantes Affectibus por la que se concede todo el poder a los inquisidores para combatir la brujería:

"Recientemente ha venido a nuestro conocimiento, no sin que hayamos pasado por un gran dolor, que en algunas partes de la alta Alemania, en las provincias, villas, territorios, localidades y diócesis de Mayenza, Colonia, Treves, Salzburgo y Brema, cierto número de personas del uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los demonios íncubos y súcubos, y por sus encantos, hechizos, conjuros, sortilegios, crímenes y actos infames, destruyen y matan el fruto en el vientre de las mujeres, ganados y otros animales de especies diferentes; destruyen las cosechas, las vides, los huertos, los prados y pastos, los trigos, los granos y otras plantas y legumbres de la tierra; afligen y atormentan con dolores y males atroces, tanto interiores como exteriores, a estos mismos hombres, mujeres y bestias, rebaños y animales, e impiden que los hombres puedan engendrar y las mujeres concebir y que los maridos cumplan con el deber conyugal con sus mujeres y las mujeres con sus maridos; con boca sacrílega reniegan de la fe que han recibido en el santo bautismo; no temen cometer y perpetrar, a instigación del enemigo del género humano, otros muchos excesos y crímenes abominables con peligro de sus almas, desprecio de la Divina Majestad y peligroso escándalo de muchos".

Bula Summis Desiderantes Affectibus, promulgada por el papa Inocencio VIII en 1484.

Inocencio VIII consideró necesario crear un tribunal de la inquisición en Germania para atajar numerosos casos de hechicería y magia. Enrique Institoris y Jacobo Sprenger, dos miembros de la orden de los dominicos, serían los encargados de llevar a cabo las investigaciones. Tres años después, ambos publicarían el Malleus Maleficarum (el Martillo de Brujas), a modo de guía o manual para facilitar a otros inquisidores la detección de casos de brujería.

La persecución de la brujería se basó en el método inquisitorial; todo el proceso comenzaba cuando el inquisidor recibía una denuncia. En origen, y sobre la base del derecho canónico, el sistema inquisitorial se basó en la técnica de las ordalías (hasta el siglo XIII, se realizaron dictámenes a partir de hechos visibles). A partir del siglo XIII, el sistema se basó en el método de la purificación canónica; en este caso el acusado debía probar su inocencia mediante un juramento ante Dios y, dependiendo del número de personas que avalasen dicho juramento, se tendría por cierto o no. De forma paralela a los tribunales inquisitoriales, también actuaron tribunales pertenecientes a la jurisdicción secular.

En la Europa de finales del siglo XV, y en el ámbito rural, muchas rivalidades personales y deseos de venganza, terminaron desembocando en denuncias ante los tribunales de la Inquisición. Para los denunciantes era una forma sencilla de saldar rivalidades, pues sólo tenía que hacer recaer la sospecha sobre otra persona, sin tener que hacer uso de prueba alguna.

El Malleus Maleficarum fue redactado en forma de manual para la detección de casos de brujería. Este libro se convertirá con el paso del tiempo, en una referencia para todos los investigadores, y un modelo a seguir para posteriores investigaciones sobre demonología. Fue escrito en una época de profundos cambios sociales y políticos, en dónde imperaban verdaderos problemas: epidemias, guerras, hambrunas. Los inquisidores lo tenían claro: las desgracias eran producto de la actuación del diablo a través de las brujas. En el siglo XVI se consideraba que la brujería era la causa de todos los males. Para los Inquisidores, las brujas eran las responsables de las malas cosechas, las tormentas, los abortos y las malformaciones, entre otras muchas desgracias.

Para comprender el contexto en el que se desarrolla la denominada caza de brujas, hay que analizar el proceso de reforma religiosa y la ruptura de la cristiandad occidental. Los reformadores como Calvino, Lutero y Zwinglio, abogaron por una nueva religión más directa entre Dios y los hombres, en el que no tenían sentido las indulgencias ni la jerarquía eclesiástica. En este proceso, tanto para los reformadores como para Roma, una gran preocupación era que la brujería, pudiera ser una práctica idolátrica que restase adeptos para sus respectivas causas. Además se creía, que la actuación del diablo en la sociedad, era claramente más visible que en otras épocas históricas.

Entre el siglo XV y XVIII, importantes personalidades, juristas, médicos e intelectuales, como Nicolás Remy, Pierre De L´Ancre, Juan Bodino, entre muchos otros, justificaron en sus escritos la tendencia de las mujeres a la hechicería y magia. Según estos pensadores, las mujeres eran más frágiles y susceptibles de ser engañadas por el diablo que los hombres. En multitud de escritos (teología, medicina, derecho), se afirmaba que las mujeres tendían fácilmente a la credulidad, maldad y charlatanería. Desde el punto de vista del ámbito jurídico, prevalecieron dos posiciones: por un lado juristas que veían los crímenes de brujería, como actos cometidos por personas carentes de raciocinio (por lo que eran partidarios de aplicar castigos más laxos); por otro, aquellos partidarios de no aplicar ningún tipo de atenuante, en los casos de brujería.

En el siglo XVI, las autoridades eclesiásticas y seculares, creían en la existencia de dos tipos de magia: la benéfica y la maléfica. La primera era aceptada socialmente al ser desarrollada por eruditos, sabios e intelectuales, y sobre todo, por tener el fin de ayudar a terceras personas; se trataba de unas prácticas que recaían en el ámbito de la masculinidad y gozaban de la protección y el respaldo de reyes y príncipes. La segunda, como su nombre indica, tenía el objetivo de perjudicar, dañar, alterar la situación existente, mediante hechizos y encantamientos. Este tipo de magia, estaba generalmente asociado a la mujer, y a un ámbito social bajo; se realizaban estas prácticas a través de frases y procedimientos sencillos.

Desde el siglo XVI, en toda Europa y con distinta intensidad, podemos hablar de una verdadera persecución de la brujería: en Italia, Venecia, España (aunque prevalecieron los casos contra los judíos), etc. En la Europa Central, los Pirineos y los Alpes, el número de ejecuciones fue muy elevado. Como ejemplo decir que, en Alemania Suroccidental, entre 1560 y 1670, fueron ejecutadas por brujería unas 3000 personas.

En la mayoría de los casos siempre se repetían las mismas pautas: la mujer acusada de brujería terminaba confesando haber celebrado un pacto con el demonio. También se decía que las brujas se reunían en asambleas (sabbath/aquelarre), para realizar rituales anticristianos y mantener relaciones sexuales con el demonio. En ningún caso se han obtenido pruebas materiales de la celebración de estas asambleas de brujas; las pruebas sobre dichas reuniones se obtuvieron mediante la confesión del acusado.

En el siglo XVI el método inquisitorial hizo uso frecuente de la tortura para obtener una confesión directa. El objetivo de los inquisidores (el uso de la violencia se empleó según el inquisidor que estuviera llevando a cabo la investigación), era conseguir que la supuesta bruja confesara haber realizado un pacto/contrato con el mismo diablo (en realidad en la mayoría de las ejecuciones las supuestas brujas no sabían leer ni escribir). El pacto consistía en el establecimiento de un acuerdo recíproco entre la bruja y el diablo: la bruja se ponía al servicio del diablo, le entregaba su alma y a cambio recibía compensaciones materiales (dinero y riquezas) y poderes mágicos para ser utilizados contra alguien o algo.

En el Malleus Maleficarum se establecen dos clases de pactos entre las brujas y el demonio:

  • Pactos privados: Se establecen entre una bruja y una mujer que desea establecer una conexión con el diablo. La bruja actuaría como representante del diablo.
  • Pactos públicos solemnes: Es un ceremonial en el que se realiza una serie de pasos para establecer el contrato con el diablo:
  1. Negación de la fe cristiana.
  2. Nuevo bautismo y adopción de un nuevo nombre.
  3. Juramento de fidelidad al diablo.
  4. Promesa de realizar sacrificios de niños en nombre del diablo.
  5. La mujer se convertía en bruja; era marcada con una señal del diablo, éstas podían ser visibles (una simple cicatriz o marca de nacimiento podía ser interpretada como marcas del diablo), o invisibles.

Los inquisidores afirmaron que era muy difícil conseguir pruebas materiales de la celebración de estos contratos, ya que el demonio siempre se encargaba de eliminar las pruebas.

La gran persecución de quienes practicaban la magia y la hechicería, luego englobados en actos de brujería, se produce entre los siglos XVI y XVIII. La iglesia romana, desde el siglo XVI, trató de reforzar aún más su poder controlando el sistema de creencias. Desde el siglo XIII, la iglesia consideró que, determinadas creencias populares típicas de espacios rurales, podría competir con sus propias ideas y creencias; fue necesario desplegar un gran esfuerzo para construir un entramado legislativo/jurídico, que sirviese para contener dichas amenazas.

Autor: Daniel Cortés Gómez para revistadehistoria.es desde http://www.unpocodetodo.hol.es/

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