Debería asombrarnos saber que Steve Jobs, el fundador de Apple y vanguardista de la tecnología informática, murió por entregarse a la magia mística de los movimientos “new age” californianos, herederos de la vieja brujería que vuelve a renacer entre nosotros.
Un enjambre de supersticiones reavivadas que invaden nuestro mundo y que alcanzan el poder para trufarlo de ignorancias: Leire Pajín, actual ministra de Sanidad, usaba una pulsera que emitía, según creía, sortilegios con cargas positivas de auras paranormales.
Ya hay blogs dedicados a ridiculizar estas magonias y nigromancias con adivinos y brujas que la sociedad ilustrada había abandonado conforme avanzaba la ciencia para explicar los secretos de la naturaleza.
Steve Jobs, que acaba de fallecer con 56 años, supo cuando tenía 48 que padecía un cáncer de páncreas en estado inicial, fácil de curar entonces.
Llevado por sus tendencias magónicas, propias del mundo hippy que conoció de muy joven, se entregó a diversas purificaciones.
Bebía extractos de zumos exóticos, pedía cocina macrobiótica y se aplicaba paramedicina homeopática. Se depuraba sin proteínas animales, y escuchaba atentamente las revelaciones de los místicos, especialmente indios.
El tipo que creó Apple actuaba como esos seres ingenuos y angustiados que llaman por las noches a los atrabiliarios taumaturgos de los canales de TDT. Una práctica que arruina y mata a bastante gente ingenua.
Los magos, sus ensalmos y su vegetarianismo pusieron de color verde a Jobs, lo avejentaron prematuramente, y retrasaron su cirugía, quimioterapia y radioterapia nueve meses, los suficientes como para que luego la medicina sólo pudiera demorar al máximo su muerte, tontamente adelantada.
Muchos ciudadanos entre nosotros rechazan ahora vacunas, medicinas, tratamientos científicos y cambian la ciencia por las pulseras mágicas de Pajín.
Curarlos después sale mucho más caro, y terminan muriendo antes de tiempo, como Steve Jobs.
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