Revista Opinión

Making a murderer, el poder incontrolable

Publicado el 16 enero 2016 por Miguel García Vega @in_albis68
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makingamurderer-netflixEste es un post de urgencia, solo para decirles que si tienen la oportunidad y un estómago resistente para historias jodidas como la vida misma, no se pierdan Making a Murderer. No es una película, sino una serie documental de 10 capítulos, pero más adictiva que la mayoría de ficciones que he visto últimamente. Un documental sobre la historia de Steven Avery con un mensaje muy potente y contado de tal forma que tienes que seguir viéndolo hasta el final.

No suelo hablar de series en este blog porque a mí me resulta muy difícil hacerlo sin espoilers, supongo que hay que tener un talento especial para ello. Pero Making a murderer es de esas series de las que necesitas hablar recién las acabas, una historia que tienes contarle a todo el mundo, aunque solo sea para desprenderte de esa malla pegajosa de desazón que deja en tu visión del mundo civilizado. Y por lo que veo no soy el único, tras su estreno en Netflix habla de ella todo el mundo, hasta el presidente Obama.

El documental elaborado durante unos diez años por dos estudiantes de la Universidad de Columbia, Moira Demos y Laura Ricciardi, ha colocado a Manitowoc, un pequeño pueblo de Wisconsin, en el mapa mundial. Y no precisamente para bien.

Laura Ricciardi y Moira Demos
Laura Ricciardi y Moira Demos

No se van a encontrar con imágenes desagradables, nada de casquería, aunque algunos relatos sí son terroríficos. No se trata de eso, se trata del aire perturbador que flota por los diez capítulos. Violación, asesinato, entrevistas a los protagonistas, conversaciones telefónicas, informativos de la época, grabaciones de juicios, siniestros interrogatorios policiales y, sobre todo, un puñetazo al sistema policial y judicial de la primera democracia del mundo. O sea, de todas las democracias.

Cuenta la historia Steven Avery, un joven acusado de violación que pasa 18 años en la cárcel hasta que las pruebas de ADN demuestran lo que él siempre sostuvo desde el principio, que era inocente.  La familia Avery es uno de esos clanes familiares de la América profunda que conocemos de las películas. Se dedican a la chatarra, a la compra/venta de piezas de coches usados. De clase baja y poca formación, viven en su mundo sin mezclarse con la comunidad. Alguien menciona que no suelen ir a la iglesia. Sin delitos importantes, pero sospechosos habituales de la policía local, ya saben. Eso, unido a una rivalidad familiar y un escaso entusiasmo por el trabajo bien hecho llevan a la policía de Manitowoc a endosar una violación a Steven, víctima propiciatoria. Nadie iba a mover un dedo por él, caso resuelto y dos pájaros de un tiro.

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Le ofrecen declararse culpable para rebajar su pena, pero él se niega. Y aguanta 18 años de cárcel, hasta que se prueba su inocencia.  No había sido un simple fallo o desidia, había razones poderosas para plantear mala fe en la actuación de policías y jueces. Y Avery da un paso arriesgado: en vez de dejarlo estar decide denunciar a la policía de Manitowoc por arruinarle la vida.

Teresa Halbach
Teresa Halbach

A los pocos días de eso, una joven fotógrafa, Teresa Halbach, desaparece tras una cita con Avery. Y hasta aquí puedo leer. Todo esto, creo recordar, en el primer capítulo. Y la cosa sigue in crescendo, no les digo más.

La serie muestra como es el Poder, por muy democrático que sea, cuando se desata sobre un individuo sin recursos que además se permite el lujo de retarlo, invocando sus derechos constitucionales. No se trata tanto de saber si Avery es culpable o inocente, sino  de mostrar los atajos y la distorsión de la ley que policías y jueces cuestionables, en un sistema que no funciona como debería, son capaces de perpetrar para que no se cuestione su trabajo. Unos por soberbia, otros para salvar su sueldo o la imagen en su comunidad, otros porque están convencidos y deciden que el fin justifica los medios. Y, por encima de todo, ningún control; nadie que vigile al vigilante. O, en todo caso, un vigilante que mira hacia otro lado cuando no le gusta lo que ve. Para qué complicarse si se puede hacer fácil ¿verdad?

Si has visto también The Jinx – el también muy recomendable documental en episodios de la HBO– no puedes evitar comparar el trato que da la justicia al chatarrero Avery con el que recibe Robert Durst, miembro de una familia de magnates de la construcción. No es China, ni Irán ni Arabia Saudí. Es Estados Unidos, probablemente el sistema judicial más garantista y sofisticado del mundo.

Making a murderer no es una película de Spielberg. No ganan los buenos, no triunfa la decencia y el ‘verdadero espíritu americano’. No te reconforta, te deja ese regusto agrio al presenciar como la maquinaria del poder es capaz de tragar lo que encuentra a su paso, adoptando la forma que haga falta para que la rueda siga girando.

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