Pues sí, mamitis, a tope. Esta es la consecuencia negativa que ha tenido el colegio. Mi hijo siempre ha sido muy dependiente, encariñado, siempre ha querido estar conmigo y ha sido duro para ambos el tener que separarnos un poquito. Para él porque siempre quería estar colgado de mi y para mi porque llega un punto en que te ahogas.
Con mucho esfuerzo, cariño y paciencia la mamitis extrema había quedado aparcada y formaba ya parte del pasado. Eso no quita que le tuviera colgado cada dos por tres, pero ya era más llevadero, le dejaba con su padre o sus abuelos, o sus tíos y yo podía irme tranquilamente sin peligro de llantos o berrinches.
Pero el colegio ha traído de vuelta la mamitis al hogar. Esta vez es muy exagerada, no me permite irme sin él, no quiere que nadie le lleve o le recoja del cole, solo puedo hacerlo yo, no quiere ir con su padre al parque a jugar sino voy yo, y así con muchas otras cosas.
Me consta que es una consecuencia sin importancia, que pasará en unas semanas, y que por algún lado tenía que salir la ansiedad, la incertidumbre o el miedo que ha podido causarle este brusco cambio. A día de hoy adora ir al cole, habla continuamente de su profesora, de lo que hacen en clase, las canciones, las tareas, los juegos. No me puedo quejar, el niño se ha integrado estupendamente en la dinámica de la clase, es un niño participativo, colaborador, aprende rapidísimo, así que digamos que esta dependencia extrema es una leve consecuencia.
El pasado lunes tenía cita con mi médico de cabecera y la verdad no me apetecía en absoluto que el niño viniera al centro de salud, al estar su padre en casa se quedaría con él. ¡La que nos montó!, quería venir conmigo a toda costa. Con un chute de paciencia por vía me senté a su lado, conseguí secarle sus amargas lágrimas y explicarle que mami no se iba, que tardaba poquito, que iba al médico y así él podía quedarse jugando con papá, eso y que mamá le sobornaría con un regaliz rojo. No sé si fue por la chuche o por la explicación pero acabó cediendo y dimos un pequeño paso. Ayer, martes festivo, tampoco quería irse con su papi por el pan y dar una vuelta, quería que fuésemos los tres, pero yo no podía. Accedió a última hora tras otra breve charla. Dos pequeños pasitos. Pero en la siesta se despertó sobresaltado y lloroso, llamándome y preguntándome si me había marchado.
Espero que el tiempo y nuestras conversaciones ayuden a superar este pequeño obstáculo que hemos encontrado. Estos pequeños avances de estos días creo ayudarán un poquito a que todo vuelva a la normalidad.