Revista Cultura y Ocio

Manteca

Por Calvodemora

Manteca
Distraídamente, leyendo sin ahondar, ejerciendo una especie de zapping lector, accede a veces uno a frases relevantes. El hecho de que estén despojadas de contexto les dan un brillo especial que, en ocasiones, al ensamblarlas con la matriz que les dio carta de ser, se pierde. La frase la volví a leer este fin de semana, en un suplemento de cultura de un periódico de los que venden mucho o, más precisamente expresado, de los que venden más que la mayoría: la mayor parte de los escritores no entiende literatura más de lo que las aves entienden de ornitología. La subscribo. Y casi no indago en saber quién la escribió. Alguien, sin duda, ajeno al mundo de la literatura. Como el ave que ignora que es ave. Como esta noche de lunes de abril, un poco cansado y muy feliz por la travesía sencilla de las cosas, por los libros y por los amigos, por la mujer y por los hijos a los que se ama, por el jazz de Bill Evans, que suena ahora mientras me dejo caer con este volunto impreciso, casi inapreciable, que no cala y que se pierde conforme lo termino. Ha sido un día largo. De esos días largos y felices, es cierto. No suelen darse. Tengo un disco de Dizzy Gillespie que me pone a ciento veinte y tres. Cuando suena Manteca, el mundo sonríe. Lo tengo ahora de fondo. Cierro este lunes de poca síncopa, mucho cansancio (arrastrado de días) y aburrimiento en partes muy concretas con mi amigo Dizzy. No me ha fallado nunca. Es el pulmón del jazz, con permiso de Satchtmo. Lo tengo ahí, a buen recaudo. No sé si yo estoy pendiente de él o es él quien me cuida a mí. Los dos nos llevamos divinamente. Es una de esas amistades inquebrantables. Hay pocas, ya saben. Buenas las noches.
 Dizzy Gillespie – Manteca

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