Revista Cine

Mar de agosto - cap. 11

Por Teresac

(En anteriores capítulos: Marta regresa a Castromar después de muchos años y se reencuentra con Tomás, Ana y Antón, sus amigos de toda la vida. Ana tiene problemas matrimoniales y discute con su marido por el cuidado de su hija. Sarai, les cuenta a Marta y Antón, que el secuestrador de la niña es "el fantasma de la playa", un vagabundo que ronda por el arenal. Las dos amigas recuerdan la noche de la fiesta del pueblo, veinte años atrás, cuando se quedaron dormidas en la playa. Marta coquetea con Antón, pero una llamada inoportuna de su ex novio les interrumpe. Cuando visita a Antón en la casa en la que está trabajando, una madre preocupada se acerca a preguntarles si han visto a su hija. Marta llega a la playa y ve al vagabundo que Sarai les describió, con la niña en brazos. Logra rescatarla antes de que se ahogue.)MAR DE AGOSTO - CAP. 11– XI – A la mañana siguiente el pueblo fue invadido por los periodistas, desde mis compañeros de redacción hasta los vampiros televisivos de la prensa amarilla. No me quedó más remedio que contar todo lo sucedido el día anterior a los enviados de mi propio periódico, pero acto seguido corrí a esconderme en el primer lugar que se me ocurrió lo bastante apartado del pueblo para mi seguridad.La casa de Marina, alejada del pequeño centro urbano de Castromar, era una bonita edificación de piedra moderna, aunque imitando el clásico estilo de vivienda gallega, incluido un pequeño hórreo ante la fachada principal. Mientras tomaba café con mi antigua compañera de juegos, observábamos desde la agradable sombra de su porche, a sus dos hijos jugando alrededor de una pequeña piscina hinchable.–¿Cómo está la niña? –pregunté, intentando evitar dar la impresión de una curiosidad morbosa.–No se acuerda de nada –Marina sopló en su taza y dio un pequeño sorbo, sus ojos no se apartaban de los pequeños–. Parece ser que primero se aseguró de que no despertaría utilizando cloroformo, luego le inyectó esa droga... –su voz se quebró, procuró disimularlo dando otro sorbo de café, pero sus ojos me mostraban que aún faltaba mucho para que se recuperara de tan terrible experiencia–. Y ahora la hija de Elías...–Me enteré anoche de que era su hija –Ana me había puesto al tanto, y ahora sabía que la segunda niña secuestrada también era hija de uno de nuestros compañeros de colegio–. Supongo que es una extraña coincidencia, por el hecho de que tengáis hijas de la misma edad... No sé...–Lo que hiciste fue ... –Marina sonrió sobreponiéndose a las lágrimas que aún pugnaban por brotar de sus ojos– Impresionante, en dos palabras.Las dos reímos intentando quitar hierro al escabroso tema de conversación; durante unos minutos hablamos de nuestras vidas y nos pusimos al día sobre los últimos años en que habíamos perdido contacto.Marina llevaba una vida tranquila, su marido trabajaba en las oficinas del astillero y ella se ocupaba de los niños y de la casa. Por un momento me pareció que se sentía inferior a mí por llevar una vida tan monótona y, en cierto modo, anticuada, así que decidí confesarle que yo seguía dependiendo en mucho de mis padres para mi subsistencia económica, sobre todo desde que había adquirido mi pequeño piso que se llevaba casi todos mis ingresos; que mi trabajo no era ni mucho menos lo que deseaba, y que mi vida amorosa había entrado en crisis pocos meses atrás. Tuve la sensación de que Marina respiraba un tanto aliviada y, al darle motivos para compadecerme, le había elevado la autoestima.–No sé por qué, pero estos días no dejo de recordar algo que me ocurrió cuando tenía la edad de mi hija –me dijo, tras una pausa para beber un sorbo de café.–¿Algo importante? Creo que no lo recuerdo.–No, no lo recuerdas porque nunca se lo conté a nadie –se detuvo un momento para tomar aliento y cortó dos trozos del pastel que había sobre la mesa, ofreciéndome uno–. En aquellos tiempos no sabíamos nada, ¿no es cierto? Nuestras madres no nos hablaban de las cosas y las niñas mayores nos ignoraban, vivíamos en la oscuridad.–¿Te refieres a los chicos? –pregunté con una risa.–Me refiero al sexo –de nuevo respiró hondo y su mirada huidiza se perdió más allá del jardín–. Me refiero a que un hombre mayor, el padre de un compañero de colegio, se te acercaba y te ofrecía chucherías y juguetes a cambio de tu silencio, y entonces no sabíamos qué hacer ni a quién acudir...No pude contestar, la taza se me había caído de las manos en el momento en que un dedo helado me recorrió la columna vertebral al compás de las palabras de Marina.

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