Revista Cine

Mar de agosto - cap. 21

Por Teresac

(Marta regresa a Castromar, su pueblo natal, para pasar sus vacaciones de verano. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, Ana y Tomás, y su primer amor, Antón. La estancia que esperaba tranquila e idílica se ve trastornada por un loco que rapta niñas para luego abandonarlas en la playa del pueblo, esperando que se ahoguen. Marta y Ana guardan un terrible secreto de su infancia, relacionado con la muerte del padre de Andrés el Canicas, un compañero de colegio, que se temen pueda estar detrás de esos secuestros. Marta y Antón inician una relación que siempre han tenido pendiente. Una noche, después de una pesadilla, se encuentra al loco de la playa espiándola desde su patio. Al día siguiente, la hija de Ana desaparece de su habitación. La buscan por todo el pueblo y en la playa, hasta que Cheíño les dice que el fantasma se la puede haber llevado a la cueva bajo Santa Lucía. Allí localizan a la niña y son atacados por el secuestrador, que huye.)MAR DE AGOSTO - CAP. 21

– XXI – 

Para cuando llegaron los policías a la costa de Santa Lucía, tras atravesar el pueblo desde la otra punta, donde se encuentra la playa, ya no quedaba ni rastro del secuestrador. Solo Ana y yo contusionadas, y Antón y Sarai inconscientes, fue lo que encontraron. Pronto llegaron ambulancias que nos llevaron al hospital, librándonos así, al menos momentáneamente, de la prensa.–¿Cómo te encuentras? –pregunté a Antón, que sonrió con una mueca dolorida. Resultaba extraño verlo tendido sobre la camilla del hospital, con uno de aquellos horrorosos pijamas azules que se atan a la espalda, y un aparatoso vendaje en la nuca.–Como si me hubieran golpeado con una bombona en la cabeza –bromeó.–Bueno, solo era una bombona muy pequeñita–le contestó Ana, entrando detrás de mí en la habitación.–Pues duele como si fuera muy grande –sonrió de nuevo, con un quejido, y no pude evitar la tentación de acariciarle la frente y separar los mechones rubios que le caían sobre los ojos.–¿Cómo está Sarai? –preguntó.–Sigue durmiendo. Xan está con ella –Ana se sentó en una silla, por lo visto poco dispuesta a permanecer más tiempo del necesario junto a su marido–. Era Andrés. El Canicas –dijo de repente, sin que nadie le hubiese preguntado. Durante unos momentos guardamos silencio los tres.–Creo que ha llegado el momento de que me contéis ese gran secreto –dijo Antón mirando a mi amiga a los ojos, luego hizo lo mismo conmigo. La sonrisa se esfumó de su rostro.–La noche que desaparecimos... hace veinte años... –La misma noche en que murió el padre de Andrés –añadió Antón, y Ana se volvió hacia mí; con su mirada me pedía que lo contase yo.–Era sábado, la noche de la gran fiesta de verano, una orquesta tocaba en el puerto y el pueblo estaba lleno de visitantes –empecé, con la boca seca, Antón asintió a pesar de que él sabía perfectamente qué noche había sido, incluso nos habíamos encontrado en la verbena.–Yo tenía trece años –dije innecesariamente– y me gustaba un chico.–Daniel –aclaró Ana–. Aquel chico de Coruña que venía a veranear al pueblo con una tía –Antón asintió.–En el descanso de la verbena, antes de que empezara la sesión de fuegos artificiales, vimos que Daniel y su pandilla se iban con unas niñas.–Y los seguimos. Hasta el parque de la cruz.–Se sentaron en los bancos de piedra mientras tonteaban con aquellas niñas, y nosotras nos escondimos detrás de los árboles, procurando que no nos viesen. Daniel convenció a una de las niñas para separarse del grupo y caminaron directos hacia nosotras, que tuvimos que correr a escondernos al camino de bajada a la playa.–Y allí fue donde le vimos. Estaba con Silvia, la del Esteiro, ¿te acuerdas de ella?–Espera, espera –dijo Antón, deteniendo con un gesto a Ana– ¿A quién visteis? ¿Quién estaba con Silvia?–El padre de Andrés –Antón parpadeó, desconcertado– Enseguida nos dimos cuenta de lo que pasaba –tragué saliva, aquella era la parte que más me iba a contar explicar–. El padre de Andrés solía ofrecernos a Ana y a mí caramelos y dinero, decía que quería ser nuestro amigo, y luego intentaba... tocarnos...–¡¿Qué?! –en el rostro de Antón se había formado una mueca mezcla de incredulidad y desazón.–Nosotras habíamos conseguido librarnos de sus zarpas, pero Silvia, ya sabes, era algo mayor que nosotras, y bastante lanzada con los chicos, así que no le debió de parecer mal recibir una compensación por algo que solía hacer gratis.–¿Qué sucedió entonces? –logró preguntar Antón, después de respirar hondo para digerir aquella información.–Descubrió que les habíamos visto y... Echamos a correr hacia la playa... 

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