Rielan tus ojos de Isis
por el Nilo de los sentimientos
en esa barcaza plateada que es la luna enamorada
de una voz que te habla al corazón directa
Opacan las miradas del alma
quienes no entienden tus letras
alegres, tristes, flamencas, rancheras o baladas.
Todas ellas recitadas con la pasión de un auténtico encuentro.
Zócalos de ritmos que golpean
los suelos de las botas, prestos, curiosos, rotas.
Desgastadas por un tiempo que no cesa, que vuelve,
que no llora, que brota como en primavera un almendro,
que a tu vera crece como una guitarra española.
Agridulce es la realidad, la mesura.
Agrio es el dolor sin compostura
que por dentro nos fragmenta.
Dulce es el amor, la salsa de la vida.
Agridulce es la locura de levantarse cada día
sin volverse a dormir hasta que el alba
acompañe a tu cama a quien amas.
Lazos transparentes que unen formas de vivir.
Uniones de neones que lucen gracias a los gases
de los astros cuando se escuchan tus canciones
en pequeñas vibraciones a través de ondas de radio
por un universo flamenco con forma de patio.
Enamórate de tus propias melodías, déjate envolver,
por semejantes espirales que te dan de comer y nos espantan de fantasmas.
Nos dan coraje para enfrentarnos a esos miedos con toda nuestra calma.
No hay viaje en el que no te pierdas.
Las carreteras te sonríen y se ponen en sus sienes, claveles de chulapas
para agasajar a tu voz, en todo su esplendor. Llega la prueba de sonido,
un ensayo de luces y un chorro de voz; ya tienes otro público en el bolsillo.
Denario a denario, entre aplausos de plata, la gente te quiere,
mujer de nácar, que lo da todo en el escenario.
Chema García
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